Tras el éxito del film En primera plana (Tom McCarthy, 2015), basado en un libro que relata la impresionante investigación conducida por The Boston Globe que reveló decenas de casos de pederastia perpetrados por curas católicos, y de la miniserie Show Me a Hero, creada por David Simon (The Wire) pero basada en el trabajo periodístico de Lisa Belkin sobre un conflicto racial en la ciudad de Yonkers (Nueva York), hacer películas o series basadas en investigaciones periodísticas que luego fueron plasmadas en libros parece haberse vuelto tan interesante como lo fue en los ya lejanos días de Carl Bernstein y Bob Woodward y su legendario libro (con película subsiguiente) Todos los hombres del presidente, sobre el caso Watergate. Es bastante lógica, entonces, la renovada atención hacia el trabajo de David Carr (1956-2015), uno de los periodistas más notorios y admirados de las últimas décadas, y particularmente sobre su trabajo más excepcional -The Night of the Gun (“la noche del revólver”, 2008), que la cadena AMC tiene intenciones de convertir en miniserie. Eso puede parecer algo sencillo -es un libro muy lineal y basado en hechos-, pero es una empresa tan difícil como la de adaptar a James Joyce o a William Burroughs, ya que se trata de una obra sumamente innovadora en metodología y estilo.

Yo es otro

Carr fue el periodista escogido por el documental Page One: Inside the New York Times (Andrew Rossi, 2011) para centrar su retrato de ese diario. En el film vemos a un hombre delgadísimo y demacrado (ya estaba tratándose por el cáncer del que finalmente murió, aunque no hay referencias a esto) que cuenta anécdotas sobre investigaciones del diario y su funcionamiento editorial, con un gran distanciamiento autocrítico y la autoridad de quien se sabe una de las plumas más valiosas del medio. Sin embargo, hacía menos de diez años que este periodista procedente de Minneapolis había llegado al diario, después de desarrollar la mayor parte de su carrera escribiendo para medios minúsculos, y ocasionalmente colaborando con otros algo mayores. Que alguien evidentemente brillante como Carr haya demorado en llegar a formar parte de un medio importante (cuando se incorporó al Times tenía casi 50 años) se explica porque desde su adolescencia, y sobre todo durante los en muchos aspectos excesivos años 80, mantuvo una abrumadora adicción a las drogas y particularmente a la cocaína, que en la década de los 70 y parte de la siguiente era considerada una sustancia funcional y relativamente inocua. A comienzos de los 90, y luego de que él y su mujer -también adicta a las drogas- perdieran la custodia de sus hijas gemelas, que fueron llevadas a un hogar adoptivo, Carr se sometió a una rigurosa rehabilitación, luego de esta logró que le fuera devuelta la tenencia de sus hijas y vivió sobrio hasta su muerte.

A mediados de la década pasada, una casualidad lo llevó a escribir la historia de sus años de adicto: discutiendo sobre una noche de intoxicación con uno de los pocos amigos de aquel tiempo a los que seguía viendo, descubrió que este tenía un recuerdo muy diferente del suyo acerca de esa noche, en la que ambos habían tenido un incidente con armas de fuego, que terminó en una de las numerosas detenciones policiales de Carr por esos años. Intrigado y cotejando algunos datos con su amigo, descubrió que en realidad no estaba seguro de lo que creía recordar. La divergencia entre sus recuerdos de aquella “noche del revólver” y los datos objetivos que pudo reunir lo llevaron a preguntarse si alguien que había cambiado tan drásticamente su forma de vida, y que había estado tantos años bajo el efecto de sustancias fuertemente psicoactivas, era realmente una fuente confiable para narrar su historia. Como resultado, decidió emprender una investigación sobre sí mismo como si escudriñara la vida de un extraño, entrevistando a más de 60 figuras de su pasado, cotejando reportes médicos y policiales de hechos en los que estuvo involucrado, e intercambiando recuerdos en busca de una verdad mucho más elusiva de lo que se había imaginado.

El resultado fue descripto así por Stephen King -que también vivió una fuerte adicción a la cocaína y el alcohol en un período de su vida-: “Cualquiera que conozca o haya conocido las adictivas y en definitiva mortales aficiones al alcohol y la droga se va a ver impresionado y conmovido, como yo lo fui, por este horripilante y hermoso libro de memorias. David Carr ha reunido todo lo que importa sobre el arma cargada del abuso de sustancias”. Efectivamente, Night of the Gun es un libro estremecedor y precautorio acerca de las adicciones, pero no se lo puede reducir a una simple advertencia antidrogas, algo que es más por rebote lateral que por expresa voluntad del autor. El distanciamiento del estilo escogido por Carr elimina de la reconstrucción de sus actos cualquier subjetivismo tendiente a la autocompasión o la victimización -algo muy frecuente en los numerosísimos libros autobiográficos de ex adictos-, dejando apenas imaginar el impacto con sordina que fue, para el periodista, descubrir que algunos de los hechos que recordaba o que misericordiosamente había olvidado eran, en realidad, mucho más sórdidos de lo que creía, y sordidez no le falta al libro, aunque es en cierta forma atemperada por la siempre sobria y exquisita prosa de Carr.

Pero aunque sea el poderosísimo registro de una adicción, y sobre todo del estado de invisibilidad ante uno mismo y de la autocomplacencia que lo acompaña, Night of the Gun es mucho más que eso, porque introduce un nuevo concepto en lo que desde los 60 se llama “nuevo periodismo”, caracterizado por la participación directa y subjetiva del narrador (aun si habla de sí mismo en tercera persona). Aquí es el propio narrador el que está en duda autoasumida desde el primer momento. Hace tiempo que la teoría literaria advierte acerca de la confiabilidad de quien narra -generalmente admitida en el pacto de lectura con el libro-; esta obra parte del punto opuesto, y hace de paso una pregunta existencial difícil de responder: ¿es una persona la misma que era hace 20 años, sobre todo cuando no sólo su anterior forma de ver el mundo, sino incluso su registro personal de ella, se descubren como parciales, incompletos y posiblemente erróneos? Night of the Gun es sin duda un gran libro sobre los estragos de la cocaína, que revela incluso su insidiosa capacidad de distorsionar la autopercepción, pero también sobre los cambios de la identidad en el transcurso del tiempo y la relatividad del conocimiento subjetivo, y en cierta forma una tesis acerca de lo que es posible conocer, tanto introspectiva como periodísticamente. Más que unas meras memorias o una gran investigación, es algo parecido a una muñeca rusa, sobre cuyas versiones interiores continuarán por años las revelaciones y discusiones. Ahora, ¿cómo llevar a la pantalla un texto con tantos niveles de lectura?

Es imposible responder a esa pregunta hasta que no se devele la miniserie de seis episodios que AMC -responsable de series tan notorias y elogiadas como Breaking Bad, The Walking Dead o Mad Men- anunció ayer que había comenzado a producir. Será protagonizada por el actor y comediante Bob Odenkirk -la estrella de Better Call Saul- y por los comentarios previos se enfocará, como es previsible, en el anecdotario tóxico y humano que el libro recoge. Algo suficiente para realizar una gran pieza televisiva, pero que sobre todo puede considerarse una invitación a descubrir un texto asombroso y, en muchos aspectos, revolucionario.