El director australiano de origen malayo James Wan es actualmente el principal activo económico de Hollywood en términos de cine de terror, y no sólo eso. Wan, un profesional implacable, saltó a la fama con la tétrica y efectiva El juego del miedo (Saw, 2004), que no sólo fue un éxito de público, sino que también dio origen a ese subgénero más bien desagradable conocido como torture porn, que hace del sufrimiento y la violencia morbosa un espectáculo. Siendo justos, El juego del miedo era bastante más que sus imitaciones, y aunque siguió relacionado con la franquicia como productor, Wan no dirigió ninguna de sus numerosas secuelas. En cambio, abandonó completamente el torture porn para dedicarse a hacer películas de horror más convencionales, de corte casi clásico y muy similares a las obras características del género en los años 70 y 80.
La primera de ellas fue la no muy llamativa Dead Silence (2007, en español El títere o El silencio de la muerte), de corte más psicológico, a la que siguió con la interesante La noche del demonio (2009), un film sobre un espíritu tan maligno como porfiado que seguía a una familia por varias casas, en un estilo que recordaba un poco al cine de horror japonés. Luego de esos tanteos estilísticos, Wan filmó en 2013 El conjuro, una película que retomaba la tradición de bastiones del terror de los 70 como El exorcista (William Friedkin, 1973) y Aquí vive el horror (Stuart Rosenberg, 1979), actualizándolas con una energía que hizo que muchos la aplaudieran como un nuevo clásico. El hiperactivo director filmaría el mismo año una aceptable secuela de Insidious (La noche del demonio: capítulo II) y luego pareció alejarse de la temática para realizar la séptima entrega de la espectacular saga de Rápido y furioso, pero, tal como podía suponerse, regresó ahora al ámbito de El conjuro y a sus dos protagonistas, el matrimonio Warren.
Dos contra el Mal
Aunque en su momento (tiempos previos a internet) pasaron casi inadvertidos para el resto del mundo, Ed y Lorraine Warren fueron dos personajes muy célebres en Estados Unidos en los años 70. Eran una pareja especializada en investigar casos de actividad paranormal y posesiones satánicas (Ed era demonólogo, y su mujer, clarividente) que participó en la investigación de varios casos muy notorios en una década en la que el interés por lo oculto y lo sobrenatural alcanzó un pico histórico. Aunque ya habían alcanzado cierta notoriedad como una suerte de Mulder y Scully de la vida real (o como dos tremebundos chantas, dependiendo del punto de vista), saltaron a la fama cuando se involucraron en el caso de la casa embrujada de Amityville, un caso muy destacado que recogió el best-seller *de Jay Anson *The Amityville Horror *(1977), y que luego tuvo su versión cinematográfica con *Aquí vive el horror y varias de sus secuelas. Los Warren no encontraron gran cosa en Amityville, pero participaron en una buena cantidad de casos de moradas y personas presuntamente endemoniadas, llegando a armar un museo con objetos recogidos en sus investigaciones.
Wan tenía un filón de historias “basadas en casos reales” provenientes del archivo Warren para llevar al cine, y utilizó para El conjuro dos de ellas, la de la muñeca Annabelle -aparentemente poseída por un espíritu maligno, como se narra en el prólogo del film, pero que luego sería convertida en un largometraje íntegro, producido por Wan- y la de la familia Perron, presuntamente acechada por el fantasma de una bruja que había vivido en su casa. Para El conjuro 2, el director volvió a basarse en dos casos en los que intervinieron los Warren, entremezclándolos: por un lado, tomó su más bien frustrante experiencia en la casa de Amityville; por otro, y principalmente, se centró en lo que se conoció en Inglaterra como el caso del “poltergeist *de Enfield”, que llevó al matrimonio al otro lado del Atlántico para visitar una casa en la que parece que los objetos se desplazaban en forma autónoma e inexplicable. No hay ni el menor asomo de investigación verosímil en *El conjuro y su secuela, que simplemente toman anécdotas y personajes relacionados con el trabajo de los Warren como base para que Wan aterrorice al público. Es un fin perfectamente válido, salvo para algún estudioso y confundido cinéfilo que pretenda aprender sobre la historia de lo oculto mirando películas de terror, lo cual constituiría, de modo evidente, un problema. Pero es interesante discutir los méritos artísticos de la forma con que Wan pretende asustar a su audiencia, que es tan discutible como su fidelidad a los hechos.
A los portazos
Aunque despertó enormes entusiasmos entre la crítica y el público, El conjuro era más que nada un rejunte de recursos muy conocidos del cine de horror, llevados adelante con la destreza técnica ya probada de Wan, y unificados estéticamente por una iluminación más bien monocromática y llena de azules apagados. Estas características se repiten en El conjuro 2 y se agudizan. Si muchas escenas de la primera película recordaban a esos films de los 70 ya mencionados, en esta ocasión las citas (o los afanes) se vuelven más alevosos: sillas que se mueven solas, personajes de juegos infantiles que se vuelven siniestros, crucifijos que se invierten y niñas que empiezan a hablar como Tom Waits cuando se despierta. Una de las escenas cruciales, en la que un niño lanza un camión de juguete hacia un espacio supuestamente vacío -y ese objeto vuelve hacia él, como impulsado por una mano invisible-, está directamente calcada de una escena similar con una pelota de la formidable Al final de la escalera (Peter Medak, 1980), y en general casi no hay en El conjuro 2 un desarrollo que un fan del cine de horror no pueda imaginar desde el primer momento. Ante esta previsibilidad, Wan opta por sorprender al espectador con el más barato de los recursos, que podríamos llamar la “técnica del julepe”: sobresaltar con la banda sonora, mediante estruendosos golpes de puertas que se cierran o notas estridentes y breves que acompañan las fugaces apariciones de los espíritus. Es en la presentación de esos espíritus que el director consigue al menos una imagen icónica, un demonio que se les aparece a los Warren en la forma de una monja de horrible rostro, que para muchos será memorable y a otros nos hará acordar a la tapa de algún disco de Marylin Manson. Pero es dudoso que sea más memorable que el dolor de espalda que dejan las butacas del cine luego de las larguísimas dos horas de situaciones obvias que amontona la película. Wan intenta, y en cierta forma logra, estructurar una historia sólida, pero el desinterés que irradian sus personajes -terriblemente sobreactuados en el caso de los Warren por Vera Farmiga y Patrick Wilson- y sus dramas es irremontable. La niña ocasionalmente poseída por uno de estos fantasmas (Madison Wolfe) es mucho más interesante y creíble, pero es muy posible que haya sido elegida para el casting por sus prominentes dientes frontales, que le dan un aspecto muy siniestro cuando baja la cabeza y habla con voz de hombre con malas intenciones.
Tal vez El conjuro 2 sea una película aterradora para un cinéfilo temprano, que no se irrite por la nula originalidad de sus recursos. Algún interesado en lo paranormal se divertirá también con las vueltas que da Wan para introducir referencias, a veces burlonas, a los supuestos documentos recogidos por los auténticos Warren, y a alguno no se le escapará un gran chiste en el que un espíritu decide llamar a Ed Warren “Ed Wood”, aquel director de películas asombrosamente malas y bizarras. Pero para aquellos a quienes la fe en el cine de horror actual les ha sido devuelta por obras arriesgadas y creativas como Te sigue (David Robert Mitchell, 2015) o La bruja (Robert Eggers, 2016), El conjuro 2 no es más que una invitación al tedio realizada con cierta habilidad artesanal. Aunque hay que tener claro que tan sólo El conjuro recaudó 20 veces más que Te sigue y La bruja juntas, así que, en términos democráticamente posmodernos, seguramente sean Wan y su público los que tienen razón, y no los que bostezamos viendo El conjuro 2, apenas despiertos por el ruido de los portazos. Y como a los Warren les quedan como cuatro casos notorios más, es cuestión de tiempo que lleguen El conjuro 3 y 4.