El regreso de la banda Public Image Limited (PIL) a los escenarios hace un par de años, y el éxito en el mundo anglosajón de La ira es una energía, la segunda autobiografía de su líder John Rotten Lydon, determinaron que tanto esta como la primera -Rotten: No Irish, No Blacks, No Dogs- fueran traducidas al castellano. La afortunada eventualidad de que PIL vaya a tocar en Montevideo el 10 de agosto causó que ambos libros sean distribuidos actualmente en Uruguay, dando la oportunidad de acceder a estos testimonios de una de las figuras más cruciales y polémicas de la historia del rock.

El nombre de John Lydon, como el de PIL, les es familiar más que nada a los melómanos, pero el seudónimo con el que actuaba al frente de los Sex Pistols, es decir, Johnny Rotten, ya es parte de la cultura popular del siglo XX y sinónimo del punk, movimiento del que tal vez sea la figura más conocida. Sin embargo, su período de Lydon como mascarón de proa de los Pistols duró menos de tres años en una carrera de más de 40, en la que no sólo lanzó una quincena de discos, sino que también se convirtió en una personalidad televisiva, un artista mediático, un escritor, y sobre todo un personaje de rara coherencia disidente, heredera de la gran escuela de la sátira y el sarcasmo británicos.

El mánager de los Sex Pistols, Malcolm McLaren, era un brillante marketinero y un atento estudioso del situacionismo; Steve Jones, un guitarrista de excelente tono y enormes riffs; Paul Cook, un metrónomo minimalista en la batería; Glen Matlock, un gran compositor de melodías; y Sid Vicious... bueno, tenía un gran corte de pelo. Lo innegable es que el catalizador y el auténtico genio de los Sex Pistols era Johnny Rotten, un no-músico, un no-cantante para muchos (es difícil definir el bramido que usaba con los Pistols o el chirrido agónico y teatral que privilegió en PIL como “canto” en términos tradicionales, aunque es un intérprete fabuloso), y un chico de familia trabajadora, sin mucha educación formal, que decidió hacerse cargo de las letras de su banda y expresar lo que sentía en un lenguaje profundamente personal. Nunca ha sido considerado un grande entre los poetas del rock, pero aquellos textos -escritos cuando apenas era un veinteañero, y mucho más ambiguos y llenos de lecturas de lo que se puede pensar al reducirlos a sus eslóganes más conocidos como “no hay futuro” o “anarquía en el Reino Unido”- siguen siendo lo bastante brillantes para que intelectuales como Greil Marcus dedicaran páginas y páginas de sus libros de teoría cultural a estudiarlos, y revelan una inteligencia mucho más compleja que la del simple provocador por el que muchos lo tomaron. Estos dos libros amplían el panorama y, sin resolver por completo los misterios de su personalidad, muestran lo articulado de su pensamiento, además de disolver varios preconceptos fáciles.

Podrido

Rotten..., publicado en 1993 (16 años después del show final de los Pistols en San Francisco), tiene mucho de resentimiento y furia. PIL se había disuelto el año anterior sin que nadie lo notara demasiado, y una nueva generación de rockeros raros e inconformistas -la del grunge y el indie rock- había retomado el lado más vital del punk, mientras que Lydon, el otrora desafiante joven que decía que los Rolling Stones y Rod Stewart eran demasiado viejos, se acercaba a los 40 años. Es la obra de alguien que parecía haberse alejado de la música, y se plantea en parte como una reivindicación de su rol en los Sex Pistols y un ajuste de cuentas bastante brutal con McLaren -que aún vivía-, con la visión simplista del punk de quienes lo trataban de “vendido”, y con la idea romántica de los Sex Pistols como una banda gloriosamente autodestructiva que había querido pasar como una ráfaga, cuando en realidad fue muy dolorosa la separación del grupo, que prometía ser el mayor del mundo y se quedó en un gesto de desafío interrumpido. Esa amargura cruza Rotten... y por momentos lo oscurece.

El título completo del libro, que vendría a ser “Podrido: ni irlandeses, ni negros, ni perros” hace referencia al sobrenombre de Lydon (se lo puso Jones, por el estado más bien deplorable de su dentadura en aquellos días) y a un cartel que era habitual en los hoteles ingleses hace medio siglo. Viene a cuento de uno de los puntos esenciales del texto: la identidad de Lydon como londinense hijo de un irlandés, algo no siempre destacado pero que no sólo es uno de sus orgullos, sino también uno de los motivos de su distanciamiento original de los símbolos británicos. Gran parte de Rotten... está dedicada a la narración de su infancia y su vida familiar, y el proceso de formación de su personalidad ocupa un lugar más destacado que los recuerdos relacionados con la música. Más que una autobiografía en el sentido habitual, es un libro que combina textos en primera persona de Lydon con fragmentos de entrevistas realizadas por los hermanos Keith y Ken Zimmerman a personajes de la época como Billy Idol o la maravillosa Chrissie Hynde (madrina artística del punk), que tercerizan el centro de la narración: la manera de ser y de ver el mundo de Lydon. Como ya se dijo, el libro es también un descargo y una aclaración, de parte de un hombre sensiblemente herido y preocupado por la posibilidad de que la historia no le haga justicia, pero ni la oscuridad ni el rencor llegan a convertirlo en algo totalmente negativo, en parte por la cantidad de anécdotas sorprendentes, y sobre todo por el feroz sentido del humor de Lydon.

El libro comienza con la famosa pregunta que el entonces Johnny Rotten le hizo a su público durante el último concierto de los Pistols: “¿Nunca se sintieron estafados?”, y luego procede a diferenciar lo que fue una estafa de lo que no. Por desgracia, sólo llega hasta el final de la carrera de aquella banda. Su carrera posterior es tratada en el más abarcativo La ira es una energía.

No mires hacia atrás con ira

El título del segundo libro de Lydon es engañoso, porque aunque el autor se explaya y pontifica sobre la importancia de la ira y la negatividad (tomando como base la frase de la canción “Rise” que lo titula), la ira está en realidad ausente, y si no fuera por su mordaz sentido del humor, se podría definir el texto como “sereno”. Pero no hay que confundirse: que sea una obra mucho más afable y espiritual que Rotten... no quiere decir que el autor de “This is Not a Love Song” se haya vuelto un hippie etéreo y new age. Conserva una de las lenguas más venenosas de la historia del rock, y no tiene problemas en utilizarla contra enemigos históricos como McLaren y su mujer, la diseñadora de ropa Vivienne Westwood. El más castigado posiblemente sea Keith Levene, el brillante guitarrista de los primeros discos de PIL, a quien Lydon le tiene muy poco cariño, aunque siempre reconoce su talento musical. También el fallecido Joe Strummer -líder de The Clash y tal vez la única figura con el carisma suficiente para hacerle sombra a Lydon en la escena del punk inglés- es víctima de varias observaciones algo crueles sobre alguien ausente y recordado con tanto cariño (de todos modos, a la inversa que con Levene, le reconoce su calidad humana, aunque parece no poder soportarlo como artista). Hay, sin embargo, en la prosa de La ira... algo que hace que los ocasionalmente despiadados comentarios de su autor nunca suenen abusivos ni emparentados con el resentimiento de Rotten: su cualidad de observador satírico de la sociedad, presente en todas sus letras y sobre la que ha insistido mucho en los últimos tiempos. El humor está mucho más presente que en el libro anterior, y es hilarante la narración de anécdotas desvergonzadas que no siempre lo dejan bien parado.

La ira... vuelve a su carrera con los Pistols y su compleja infancia (en la que sufrió discriminación por ser hijo de extranjeros pobres, y también una meningitis que lo postró durante un año y borró la mayor parte de sus recuerdos previos), pero abarca también todo el período de PIL -un proyecto en muchos aspectos más radical que los Pistols, y no menos influyente-, y su carrera como solista y como personalidad televisiva, desde la publicidad a los reality shows. Una de sus intenciones explícitas es mostrar la continuidad y coherencia de una vida llena de aparentes contradicciones, y generalmente lo logra, persuadiendo de que tal vez no cumplió todas las promesas que se le atribuyeron, pero sí las que hizo. El libro está dedicado en su primera página, además de a su familia y a su esposa, a “la integridad”, algo de lo que no es fácil hacerse cargo, pero ya sea por su talento narrativo o por la sinceridad que exudan sus páginas, Lydon termina haciéndolo.

Quizá la mayor sorpresa de ambos libros, y en especial del segundo, sea la afectuosidad y ternura que Lydon, a quien siempre se ha considerado agresivo, arrogante y antisentimental, le dedica a su familia. La ira... muestra que esto no es un agregado de la madurez, sino que estuvo siempre presente, aunque a veces disimulado tras la angulosidad de su vanguardismo y lo áspero de su humor. El presunto salvaje debe ser el único rockero que le ha dedicado sentidas canciones elegíacas a sus dos padres y lleva 40 años casado con la misma mujer (diez años mayor que él, además). No es sólo un agradable descubrimiento humano, sino también algo esencial para entender la espiritualidad y compasión que hay detrás de la voz insolente, el sarcasmo hostil y el lenguaje obsceno de muchas de sus canciones. Quien ha sido considerado un símbolo del nihilismo es, más bien, un artista frecuentemente negativo pero en lucha permanente contra la esencia misma del nihilismo: la hipocresía y la mentira.

Todas las autobiografías son un ejercicio del ego, y ego es algo que no le falta a John Lydon, pero ya sea el ego vengativo y antisocial de Rotten... o el humorístico y hogareño de La ira..., le ha servido para realizar dos libros que no son sólo una recopilación de anécdotas, sino también una visión personal y ética del mundo, proveniente de uno de los artistas más formidables que haya dado eso que él mismo intentó destruir y que conocemos como rock.