El director y productor Federico Lemos se dedica a una modalidad inusitada en Uruguay: el documental “comercial”. Su ópera prima, Jugadores con patente (sobre el emprendimiento murguero de los jugadores de fútbol Antonio Pacheco y Álvaro Recoba), es de 2013, y desde entonces lanzó además Gonchi, la película, en 2015 (ambas codirigidas con Luis Ara), y ahora esta. Creo que ningún otro director uruguayo presentó tres largometrajes en estos cuatro años, y menos con la promoción que tuvieron los mencionados.

No hay absolutamente nada de autoral en este documental, ni siquiera espíritu periodístico-informativo. No son películas que busquen interpelar o problematizar, sino que cumplen -supongo que deliberadamente- la función de complacer, con notable profesionalismo y eficacia, a determinados públicos potencialmente numerosos de fenómenos musicales y deportivos. Este se dedica a explotar un fenómeno musical adolescente muy popular, y se realizó a tiempo, mientras parece estar en la cresta de su ola, a la manera de los dos documentales que se estrenaron acá sobre Justin Bieber (en 2011 y 2013) y, en forma aun más similar, el que acompañó a One Direction (2013).

Los fans de Márama y Rombai van a disfrutar de unas cuantas canciones presentadas en vivo, varias de ellas completas, a veces en una misma actuación captada con múltiples cámaras, otras veces en un montaje de tomas visuales realizadas en distintas actuaciones, sincronizadas con lo que parece ser una misma toma sonora. Así que la película vale también como un musical (parece obvio en una película sobre música, pero las hay que se apoyan sólo en fragmentos breves, para frustración del melómano).

Mientras tanto, tenemos aspectos de las biografías de las principales figuras de ambos grupos (Fernando Vázquez, Camila Rajchman y Agustín Casanova) y entrevistas tipo “cabezas parlantes” con ellos, sus familiares, cinco o seis de los demás integrantes y el mánager.

Luego la cosa transita por los carriles previsibles: alternando entrevistas, imágenes de archivo y seguimiento de las bandas en gira, vemos cómo se formaron las bandas (2014), su éxito muy veloz, que en un año las llevó de ser amigos que se divertían entre ellos a una vida de “hoteles cinco estrellas, vuelos privados y chicas” (ese dicho de Agustín es la única referencia en toda la película a algún tipo de vínculo sexual-amoroso. Como suele ocurrir en la difusión de estos grupos seguidos por adolescentes, se ocultan las novias y novios para no estropear las fantasías de las y los fans). También vemos los aspectos sacrificados de esa vida (noches sin dormir, casi no ver a la familia y a los amigos), la relativa claustrofobia de convivir todo el tiempo, durante semanas, con los colegas, pero también abundantes momentos de joda (inocente) y alegría.

Mi contacto con la llamada “cumbia cheta” (etiqueta que obviamente es externa, ya que no aparece jamás en la película) es ínfimo. No tenía ni idea, por ejemplo, de que estos dos grupos -sus máximos exponentes- tenían un origen común, que ambos habían partido de una iniciativa de Fer Vázquez y que este es el principal compositor en el repertorio de los dos, aparte de ser la figura al frente de Rombai. Me resultó curioso escuchar fragmentos de algunas de las canciones tocadas por Fer al piano en su casa: son como temas de “melódico internacional” ajustados a ciclos armónicos repetitivos de cuatro compases, con un tipo de sentimentalidad que luego, cuando se suma el arreglo “de cumbia”, tiende a secarse o dispersarse bastante, pero andá a saber si no sigue siendo un factor en el atractivo que tanta gente siente por ellos.

La salida de Camila de Rombai es, por supuesto, el anticlímax, poco antes del final. En esta película lavada sólo aparece la versión oficial de que ella renunció, pero en alguna entrevista televisiva que vi saltó que la cosa partió de cuestionamientos que le hizo Fer, atendiendo a comentarios en las redes sociales y medios de comunicación que se referían a que ella canta mal. Su apartamiento sería, desde ese punto de vista, necesario para que el grupo pueda “crecer”, pero sin ella quedó privado de su figura más reconocible y característica (“la rubia de Rombai”), que metía además mucha onda sobre el escenario y, por lo que se ve en la película, también en la interna. Cuando se muestra la versión en vivo de “Reencuentro” (la primera canción sin Camila), hay una cantante haciendo coros que, en lo que a canto se refiere, es un desastre de todos modos, pero el escenario queda mucho menos animado.

Con este tipo de grupos pop juveniles uno nunca sabe qué va a ocurrir en el futuro a mediano plazo: aquí, como en las bandas rocanroleras de los años 50 y desde entonces, los músicos disfrutan del presente pero conviven con la perspectiva de que la cosa pueda terminar o mermar en cualquier momento (la mayoría de los instrumentistas deja la impresión de aguardar ese momento con alguna ansiedad, o incluso contempla la posibilidad de irse, para poder dedicarse a otros proyectos). Sin embargo, un rápido final del fenómeno es probable pero no seguro: nadie puede asegurar que la baqueta de las giras no termine alimentando algún tipo de inquietud nueva que resulte en algo interesante, y que incluso luego, mirando en forma retrospectiva, sea posible descubrir en esta música aparentemente yerma las semillas de algo valioso. En todo caso, lo que parece atentar contra esa posibilidad es -al menos en los límites de lo que nos muestra la película- una especie de enajenación general de esos músicos, que parecen hablar todo el tiempo en términos mediático-tinellescos: hay reiteradas referencias a “mi crecimiento como artista” o a la aspiración de ser cada vez más “profesional”, pero ninguna a una meta concreta, a algo que quisieran transmitir o a algún músico o grupo que les sirvan como modelo o guía. Es muy difícil crecer sin raíces, teniendo como único objetivo ser “profesional” y con un sentido de las medidas tan miope que no suscite cierto pudor enunciar cosas como “esto es lo que te lleva a ser un artista grande”.

Por supuesto, no soy en absoluto el tipo de público de esta película, ni generacionalmente ni por perfil de gustos. Me encantaría saber algo de las influencias, cómo hace Fernando para decidir si una canción va para Márama o para Rombai, cuál terminó siendo su rol en el negocio de Márama (aparte de ser el compositor), y, por supuesto, tener la posibilidad de contextualizar la cumbia cheta (o cumbia pop, o como se la quiera llamar) en el contexto de la música tropical juvenil local. La película no contiene más entrevistas que las mencionadas al comienzo (ni siquiera a colegas o fans), está totalmente acotada a la interna de los grupos. Salvo que me haya distraído o me falle la memoria, creo que no se menciona a un solo músico que no integre las bandas en todo el metraje.

Como las canciones, el documental tiene un acentuado dejo sentimental, acrecentado por aspectos heroico-morales pueriles. El inicio está tratado con suspenso: pantalla oscura, sonidos de público masivo e imágenes de detalles periféricos (celulares con la luz prendida), hasta develar el escenario frente al mar de gente para el inicio de la primera canción. Los grandes nudos emotivos (todos alimentados con una música incidental épica de carácter seudoorquestal) son la preocupación de los padres que no veían un futuro en la profesión de músico, pero que finalmente se sienten orgullosos de los logros de sus hijos; la manera en que ciertos quilombos internos del grupo se superaron cuando Fer o Agus decidieron asumir sus roles como verdaderos líderes; y alguna conclusión de tipo “hoy entiendo la vida de otra manera”.