Michel Houellebecq es un tipo complejo. Su reconocible rostro -perturbado, ojeroso y con la dentadura en mal estado- ha recorrido el mundo por los motivos más diversos.
Ayer, en el Palacio de Tokio de París, el enfant terrible de la literatura contemporánea inauguró una “megainstalación” con obras de su autoría y otras de sus mejores amigos. Según la agencia de noticias Efe, bajo el título de Rester vivant -seguir vivo-, y cargado de “nihilismo, poesía y humor”, el artista utilizó 2.000 metros cuadrados para exhibir su idea del mundo actual, del deseo y del amor supremo. En 18 salas construidas e iluminadas según sus designios, el también fotógrafo, cineasta, actor y cantante ha creado una instalación visual y sonora. La nota de la agencia española agrega que la fotografía, que practica desde hace décadas, sólo es una pequeña parte del gran conjunto, en el que el hilo conductor es la presentación de mundos “que se bastan a sí mismos”, y que juegan con exponer visiones abismales de escenarios surgidos en novelas como Plataforma (2001), Las partículas elementales (1999) o Ampliación del campo de batalla (1994).
Hace dos años, en un pequeño espacio de París, Houellebecq ya había expuesto algunas de estas obras, en las que sugería “su premonitoria visión de Europa y de [el campamento de refugiados llamado La jungla en] Calais, los bellos y desoladores paisajes de España y de Francia, las naturalezas exóticas destruidas por la mano humana o las promesas turísticas de falsos mundos ideales”.
Según se anuncia, lo nuevo, además de sus fotos eróticas, en “una pieza envuelta en piel de pantera”, es un minucioso diseño de muros, salas, dimensiones, alturas, contenidos, luces y colores, para ordenar en ellos los géneros artísticos más variados. Como no podía ser de otra manera, el curador es su amigo Jean de Loisy, presidente del Palacio de Tokio, dedicado a la creación contemporánea. “Creía que íbamos a hacer una exposición sobre Michel Houellebecq, luego supe que íbamos a hacer una exposición de Michel Houellebecq, y ahora sé que no es una exposición, sino una instalación”, dijo De Loisy a la agencia.
Seguramente, en esta performance volverá a una propuesta inherente a su vida y sus obras, en las que el costumbrismo no es circunstancial ni efímero, sino que ofrece una salida a la crisis del realismo: falsificar el mundo entero. Y ese mundo lo retrata desde su mirada torcida y lúcida, próxima al rencor social, a la irritación y al gesto provocador que sólo aspira a seguir provocando.