Uno de los mejores versos de la brillante obra musical/literaria de Leonard Cohen aparece en la canción “Hey, That’s No Way To Say Goodbye”. Dice: “Yes, many loved before us, I know that we are not new” (sí, muchos amaron antes que nosotros, sé que no somos nuevos”), y esa noción toca una fibra conocida, pero casi siempre evitada, de lo que es estar en pareja y crear una especie de suspensión del descreimiento en la que no sólo nuestra historia compartida, sino la misma existencia del otro comenzaron a partir del momento en que nos conocimos.

Obviamente, podemos estar enterados de qué otras personas pasaron por la vida de nuestra pareja, e incluso ir un poco más lejos y ver antiguas fotos de ella con esas personas (si para algo se presta morbosamente Facebook, es para eso), pero aun cuando las historias y comentarios salen de la boca de quien vivió aquello, nunca sabemos a ciencia cierta qué es lo que vivió por dentro ni cómo medirnos con esos fantasmas.

45 años trata fundamentalmente de esto, y de la perturbadora noción de que toda historia de amor es una historia de fantasmas. Kate (Charlotte Rampling) y Geoff (Tom Courtenay) están por celebrar con toda pompa su aniversario número 45 (algo inusual, debido a que una afección cardíaca del marido postergó el festejo a los 40). La pareja, que optó por no tener hijos, ha sustentado esa larga convivencia en una particular mezcla de amor, tolerancia y rutinas finamente encastradas, lejos del amor pasional. Se entienden bien, se quieren y les resultaría impensable verse separados.

La película se ahorra relleno y subtramas; la premisa que moverá los cimientos de esa aparente estabilidad aparece a los pocos minutos: a Geoff le llega una carta de autoridades suizas informándole que un reciente deshielo, debido al calentamiento global, hizo salir a la superficie el cuerpo conservado de una antigua novia suya, tragada por una gruta mientras escalaban los Alpes casi 50 años atrás.

En un comienzo, esa reaparición es algo removedor pero lejano. Sin embargo, con el paso de los días, en la semana previa al festejo previsto, el recuerdo de aquella mujer comienza a asaltar primero a Geoff y después a Kate, y se vuelve cada vez más poderoso. Kate empieza a preguntarse qué fue realmente la muerta para su marido y -más que nada- qué lugar ocupa ella frente a ese fantasma.

En algún punto, 45 años actúa como el reverso del capítulo “The Crystal Trench” (1959), de la serie televisiva Alfred Hitchcock presenta, en la que James Donald tiene que informarle a una mujer que su marido fue tragado por una gruta de glaciar, y surge un enamoramiento entre él y la flamante viuda, que se niega a concretar una relación, diciendo que va a esperar hasta que el deshielo traiga a la superficie a su esposo muerto. Eso sucede recién 40 años después, y ella descubre que él llevaba un escapulario con la foto de otra mujer, dislocando el duelo y el falso conocimiento que había construido alrededor del fantasma. La particularidad de *45 años *es que el secreto no está entre los muertos, sino entre los vivos.

El calentamiento global que obsesiona a Geoff es una excelente imagen del otro deshielo: el de la fría superficie que mantenía a la pareja funcionando. Los días siguen pasando, la presencia del fantasma se hace cada vez más densa, y lo que empezó como un drama de Geoff comienza a volverse uno de Kate. En la que quizá sea la escena más removedora del film, ella revuelve cosas de Geoff guardadas en el altillo y da con las diapositivas de aquel trágico viaje. En ellas no ve sólo las imágenes de la ex novia, sino también la mirada de su marido, y el resultado es aterrador. 45 años, como Ojos bien cerrados (Stanley Kubrick, 1999), deja clarísima la existencia en los vínculos humanos de esa equis donde uno termina y el otro comienza, que genera un desconocimiento radical de fondo, una barrera que, si se rompe, no abre paso a la unidad diáfana, pura y totalizadora de alguna promesa new age, sino a la dimensión traumatizante de una otredad que se vuelve demasiado cercana.

Entre esos desconocimientos hay una dimensión del amor: no un flechazo mágico de Cupido, sino un trabajo sostenido en ficciones mutuas. La escena del baile entre Kate y Geoff condensa eso a la perfección, el drama creado por el cumplimiento excesivamente perfecto de una demanda al otro, en una ficción que, al ser actuada con demasiada naturalidad, adquiere un acento ominoso, cuando esa demanda vuelve hacia nosotros como un boomerang.

45 años *termina siendo, al igual que *Amor, de Michael Haneke (2012), una película fundamental del amor en la vejez, una historia tan devastadora y a la vez tan misericordiosa que se le puede restar lo de la vejez y referirla al amor en sus términos más descarnados.