-Trabajaste textos de Alejandro Urdapilleta y Jacobo Langsner, te cruzaste con China Zorrilla y has venido muchas veces a Montevideo. Lo uruguayo ha estado muy cerca de vos.

-Sí, muchísimas veces. Con China tuve la felicidad de trabajar en Esperando la carroza (en la que también estaba Juan Manuel Nino Tenuta), algo realmente fantástico. Y como ella vivió muchos años, tuvimos muchas cosas en común. También de Urdapilleta leí algunos textos. Nosotros estamos muy ligados. Cuando yo era más joven, uno ni sabía quién era o no uruguayo.

-Estudiaste profesorado de literatura pero te convertiste en un capocómico. ¿Cómo se dio eso?

-Yo venía -desde los ocho años- rompiendo la paciencia de mis padres para ser actor, pero no querían saber nada. Así que a los 16 me anoté en una escuela de teatro independiente y entonces se dieron cuenta de que era una vocación verdadera. Desde los 16 no me fui más, pero algo tenía que hacer para mantenerme. Intenté con abogacía, pero no pude ir más allá de la primera materia, y cuando quise acordar ya había pasado mucho tiempo, estaba metido en un nuevo teatro, tenía 26 años y nunca había cobrado nada por lo que hacía. Me propuse hace el profesorado porque, aparte de permitirme un trabajo pago, me servía para ordenar los conocimientos de tantas lecturas y de trabajar en teatro. Fue en paralelo.

-¿Cuál dirías que es el principal rasgo de tu humor? ¿Reírse de los problemas, de las tragedias cotidianas?

-Por supuesto que sí. Lo que pasa es que como me crié en esos teatros independientes, donde se estudiaba mucho, me nutrí de lecturas. Hay grandes autores que me apasionaron, como Molière, Aristófanes o Boccaccio, y todos los que se dedicaban a la sátira. Adoré a esos autores clásicos y me nutrieron en aquella etapa de formación. Entonces dije: “Me gustaría hacer lo que hacían ellos”. Se reían de las costumbres, reflexionaban y enseñaban, y al mismo tiempo hacían obras divertidísimas. Esa fue mi inspiración más grande.

-Por momentos parece que estás dentro de la tradición tanguera de Discepolín, sobre todo por la vinculación del grotesco con el “ser nacional” (para él, el argentino era “un tipo que tenía un pie en el manicomio y el otro arriba de un jabón”).

-Claro, es que la filosofía discepoliana nos pinta de cuerpo entero, sobre todo a los porteños, a los hombres de ciudad. El hombre de campo está representado más bien por el Martín Fierro, los consejos del Viejo Vizcacha, el “hacete amigo del juez”. En cambio, lo de Discépolo era humor portuario, de los inmigrantes y de sus hijos, que siempre están mirando al puerto porque algún día quieren volver a ese lugar que nunca vieron.

-¿Ahora hay una identificación con otro tipo de humor?

-Creo que la gente siempre se ha podido identificar con distintas formas del humor. Hoy en día, en Argentina hay una gran proliferación del humor de imitadores. Hay grandes imitadores, que lo hacen muy bien, pero son imitadores. Eso a los políticos no les molesta, porque les da más fama, más popularidad. Satirizan rasgos físicos o de pronunciación. A [Mauricio] Macri, por ejemplo, no le importa que alguien diga “tenemos que ggññiiiaa...”, no apunta a nada, sólo a que no sabe hablar. “Están depgggmidos”, “¿Qué?, ¿qué dice?”. Ni siquiera a Cristina [Fernández], que es tan autoritaria, le importaba que Fátima Flores la imitara, pero si eso está cruzado con una crítica política, sí les molesta. Los de [Marcelo] Tinelli, “Gran cuñado” y todo eso, lo que están haciendo es satirizar lo exterior, la cáscara. Lo hacen bien pero sólo es eso.

-Desde Salsa criolla hasta Candombe nacional y Pinti recargado, siempre has sido un crítico de los procesos políticos argentinos.

-Siempre me interesó. También, siempre supe que había muchas maneras de hacer humor: estaba el castigar las costumbres en forma cortesana, fina, irónica y muy elaborada, como Molière y Oscar Wilde, y también estaba la forma obscena, grosera y ordinaria de Boccaccio y [François] Rabelais. Como los estudié y me salía muy bien, opté por la parte obscena. Mucha gente pensó que lo hacía para que la gente se riera, pero es para que la gente piense y se movilice, y elegí esa vertiente -admirando a todos los finos- porque me parecía que era más acorde con mi personalidad, más contundente. Y, realmente, pasaban cosas tan feas, tan malas, que la puteada y la guarangada venían mejor. Por ejemplo, si en la famosa triple fuga de enero [de presos que estaban en el penal de General Alvear, condenados por asesinato], el primer comentario de nuestra ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, es “esta fuga ha sido hecha con complicidad policial”, yo digo: “Gracias, nena. Un beso en el orto. No sabes cómo te agradezco, Patricia. Ni Sherlock Holmes se habría dado cuenta de que, si en una cárcel de máxima seguridad se fugan tres tipos, es con complicidad. Y vos descubriste esto. Sos un hija de puta”. Y ya está. Es una manera fuerte de decirlo, y creo que así duele más. A mí me queda cómodo, no es una cosa impostada. No digo: “Voy a ver qué mala palabra puedo decir”. Me sale bien porque soy mal hablado por naturaleza. Después lo estudié y dije: “Ay, menos mal que no estoy solo en esto y que tengo antecedentes ilustres para citar”.

-Algunas veces has pedido que venga un nuevo presidente a “cagarte”, que por lo menos no sea el mismo. ¿Con Macri se aplica eso?

-No, es el mismo agujero por el que entra la misma poronga. Cuando voté a [Fernando] de la Rúa, porque la Alianza me había prometido que iban a sacar de la economía argentina los efectos nocivos que habían dejado [Domingo] Cavallo y su “corralito”, y a los tres meses nombran a Cavallo ministro de Economía, ¿qué tengo que decir? Me volvieron a coger, pero esta vez es peor. Si no lo digo así [reproduce parte de sus parlamentos], me tengo que cortar las venas. A los que tengan 20 años les pido que por favor tengan esperanza, porque a lo mejor lo pueden lograr. Pero de mí no la esperen; tengo 76 años, vi todos los sistemas, y todos lo hicieron mal. No tengo más esperanza, por lo menos en este país y en esta gente: uno regala y subsidia, y el otro congela.

-¿Por qué volvés a un espectáculo que marcó un hito hace 30 años?

-Era algo que me pedía todo el tiempo la gente. Y como era tanta, dije, seguramente quieren conocerlo. Porque es algo que cada tanto se da en televisión, en versión VHS, pero no es lo mismo. Así que me propuse hacer una liquidación de temporada.

-¿Seguís dando la bienvenida al Primer Mundo?

-No, ahora no. Si estamos en el Primer Mundo de nuevo... Eso lo decía ni bien subió Macri al poder: “Yo ya estuve en el Primer Mundo, sé cómo es. Me llevó al corralito”.

-¿Qué harías si Argentina se arreglara?

-Me iría a la comedia musical o a El burgués gentilhombre -que hice en el San Martín-. Me dedicaría a hacer comedias. Pero creo que lo voy a hacer igual, aunque Argentina no se arregle.

-¿No volverías a proyectos como Radio Pinti, con Charly García y Pedro Aznar?

-Ah, sí, sí. Eso fue una ocurrencia de Charly. Yo no entendí lo que él quería, porque me gritó de una mesa a la otra de un restaurante: “Vos sos rapero y no te das cuenta”. Y me dio la idea de hacer un rap. Nos juntamos con él y con Pedro Aznar, e hicimos eso que fue algo sin venta, porque no era un disco de comedia pero tampoco era un disco de Charly o de Pedro, o un espectáculo mío. Pero me gustó mucho trabajar con él. Y volviendo a lo que hablábamos antes -sobre todo a lo político-, nunca me casé con nadie porque no me atrajeron esas propuestas de casamiento. No se las creo. Váyanse a cagar.