Los aborígenes de Australia, ahora generalmente referidos como indígenas australianos, son el pueblo de más longeva continuidad cultural en el mundo, ya que se desarrollaron sin intercambio con otras culturas durante cerca de 60.000 años, desde que arribaron a la isla, al parecer procedentes de África. Esto, por supuesto, hasta que llegaron los colonos y los convirtieron en una población subalterna, además de casi exterminarlos con la viruela y otras enfermedades que trajeron consigo los presidiarios británicos (que fueron desde fines del siglo XVII colonizadores de Australia, utilizada por las autoridades como colonia penal).

Hoy en día los aborígenes constituyen apenas 2% de los habitantes de Australia, desapareció la mayoría de los 250 grupos idiomáticos que hablaban antes de la colonización, y son una de las etnias más discriminadas del continente oceánico.

Entre lo poco que no les fue sustraído, conservan la creencia de que vivimos en dos realidades distintas: la cotidiana, de la vigilia; y otra -para ellos más verdadera y decisiva- que llaman altjeringa (“el soñar” o el “tiempo del sueño”), una realidad paralela e infinita, en la cual se delinean todos los conceptos de la vida de un aborigen, y que con sus mitos y leyendas ha nutrido la poética literatura oral y el cancionero de ese grupo étnico.

Es a partir de esa cosmogonía aborigen que la serie australiano-neozelandesa Cleverman -estrenada por el canal de cable Sundance TV- elabora su historia, sobre un futuro cercano y distópico en el que la sociedad humana ha descubierto que está conviviendo con una raza de seres provenientes del “tiempo del sueño”, y los ha recluido en barrios especiales, asustada por sus inexplicables habilidades.

Aunque son llamados “subhumanos” -como denominaban los nazis a los judíos y los eslavos-, estas criaturas llegadas de un universo paralelo están dotadas de poderes físicos y psíquicos que las hacen superiores al Homo sapiens sapiens, y si bien algunas pueden ser confundidas, por su apariencia, con los integrantes de la especie que los discrimina y oprime, se distinguen de estos (de nosotros) por una serie de características físicas, como la de tener cada uno de los ojos de un color distinto, y sobre todo por ser extremadamente hirsutos, lo que les da un aspecto feral, además de valerles el mote de hairymen (hombres peludos).

Tanto los hairymen como el personaje Cleverman (en inglés, hombre inteligente) proceden directamente de los mitos aborígenes ya mencionados, pero su tratamiento en esta serie es el de superhéroes marginados y rechazados por el sistema dominante, al que combaten desde la clandestinidad.

Una de las peculiaridades de Cleverman es que tanto su creador, Ryan Griffen, como 80% de su elenco pertenecen a la etnia aborigen, de modo que los blancos de origen anglosajón son una presencia minoritaria, algo ciertamente raro de ver en cualquier serie televisiva de cualquier país con población indígena.

No hay, por lo tanto, rostros que resulten familiares para el público occidental, salvo el del actor escocés Iain Glen, conocido por su papel como Sir Richard Carlisle en la exitosa serie británica Downton Abbey y, sobre todo, por el del frustrado caballero Jorah Mormont en la estadounidense y aun más exitosa Game of Thrones.

Cleverman recuerda inevitablemente a las sagas en cómic y cine de los X-Men, con sus superpoderosos pero discriminados mutantes, así como a los extraterrestres confinados en un gueto de la película sudafricana Distrito 9 (Neill Blomkamp, 2009), pero posee, al menos en su episodio inicial, una energía feroz bastante original (además de una rara sensualidad), y aunque su lectura alegórica sobre la discriminación a los aborígenes es explícita (al punto de que prácticamente no es una alegoría), no cae en las conclusiones didácticas y paternalistas que suelen inundar este tipo de productos. Es más bien el retrato de una guerra entre especies, parecida a otras más conocidas pero renovada, tanto en su misticismo fundacional como en el atractivo de sus desconocidos y fascinantes protagonistas.