Hay cierto consenso de que los gobiernos de George W Bush, de 2001 a 2009, fueron la peor administración de la Casa Blanca de Washington en más de medio siglo, pero hubo un sector profesional (bueno, además de los banqueros, los fabricantes de armas y otros garcas en general) que vivió una edad de oro durante aquellos tiempos: el de los comediantes de stand-up. Siendo un trabajo que funciona mejor en circunstancias de descontento social, los años de Bush no sólo permitieron que los comediantes ya establecidos alcanzaran un estrellato que sólo se había visto en períodos muy acotados (fines de los 60, mediados de los 70 y fines de los 80), y que en cierta forma se prolonga hasta estos días. Pero la virulencia anticonservadora -y sobre todo antirrepublicana- de aquel período amainó considerablemente durante los gobiernos de Barack Obama, hasta que muchos de esos comediantes pegaron el gran salto, desde los escenarios de clubs de comedia y los discos de rutinas grabadas hacia una televisión que, más abierta que nunca, les permitió desarrollar en un medio mucho más amplio los aspectos más radicales de su humor. Esta nueva oleada de popularidad trajo consigo otra característica muy propia de estos tiempos: una apertura nunca vista anteriormente a las mujeres comediantes, y particularmente a aquellas cuyo humor gira alrededor de su género.

Series como Girls, Broad City, Unbreakable Kimmy Schmidt y Veep aseguraron una presencia del humor femenino que ya parece irreversible, pero de cualquier forma seguían siendo productos bastante colectivos y con un buen número de comediantes de ambos sexos, de modo que parecía faltar una serie más unipersonal y centrada específicamente en el mundo de la comedia stand-up, a la manera de lo que Louis CK hizo con la excelente y revolucionaria Louie, pero con protagonismo femenino. La brillante Sarah Silverman lo había intentado hace algunos años con The Sarah Silverman Program, pero pareció quedarse sin aire tras un arranque prometedor. El foco de atención se desplazó entonces hacia la irregular pero ocasionalmente muy divertida Amy Schumer, quien adoptó un discurso más explícitamente feminista para la exitosa Inside Amy Schumer, una serie que, tras arrancar con lentitud en 2013, pareció llegar a su pico el año pasado con una gran temporada, pero Schumer, algo sobreexpuesta y rei- terativa, no repitió el mismo nivel en la temporada actual. El canal de streaming Netflix, que parece seguir paso por paso las políticas de HBO (incluyendo su gran espacio dedicado a especiales de comedia stand-up), produjo una gran cantidad de filmaciones de shows de comedia femenina, pero su apuesta a hacer una suerte de Louie con la conductora y humorista Chelsea Handler -llamado simple y obviamente Chelsea- no llegó nunca a cuajar: a su protagonista le quedaba un poco grande el rol de generar un micromundo similar al que CK consiguió en su propio programa. Menos de un año después de aquel experimento, Netflix recurrió a quien debió haber sido su primera opción: Maria Bamford.

Bamford es hija del auge de la comedia stand-up de principios de este siglo, cuando, en compañía de Patton Oswalt, Brian Posehn y Zack Galifianakis, formó parte de un show colectivo y renovador llamado The Comedians of Comedy, que cambió las reglas del stand-up al estilo de Jerry Seinfeld o de Lewis Black, despolitizándolo un poco y devolviéndole un toque introspectivo, absurdo y por momentos surrealista, que conectó a la perfección con la descreída generación X, de la que todos ellos eran integrantes. La única mujer del grupo era tal vez la más aventajada en términos histriónicos, y, con la excepción de Galifianakis, la más extraña. Capaz de cambiar de voz a voluntad, desde un distintivo tono chillón y nasal a un tono de bajo oscuro y masculino (y a varios intermedios), así como de cantar bien e interpretar a varios personajes a la vez, Bamford parecía, más que nada, estar completamente demente -una sensación profundizada por sus expresivos ojos saltones y la aparente incoherencia con ribetes autodestructivos de su humor-, pero por supuesto no lo estaba, aunque el refinamiento experimental de su show la hacía bastante menos accesible que sus compañeros. A pesar de ese radicalismo, Bamford se estableció como una figura importante del circuito de stand-up y, como sus colegas masculinos, fue abriéndose camino hacia la televisión, con participaciones aisladas pero muy notorias en Louie, Arrested Development y The Late Show with Stephen Colbert. Pero recién este año tiene la oportunidad de protagonizar su propia serie: Lady Dynamite.

El programa tiene, una vez más, mucho que ver con Louie, pero de la misma forma en que South Park tiene que ver con Los Simpson; es decir, en un formato general pero no en el tono ni en el ritmo. Si parte de la esencia de Louie estaba en la sinceridad explícita de los monólogos de CK, Lady Dynamite traslada a su guion el concepto de semidemencia habitual en la comedia de Bamford, y de hecho ese es el punto de partida. La serie cuenta la historia de Maria, una comediante de 45 años que, luego de un colapso nervioso, intenta reconstruir su vida laboral recurriendo a la ayuda de colegas y de diversos agentes artísticos. No hay ningún recurso desdeñado en términos narrativos -desde imitar publicidades televisivas a cambiar los actores por animales-, y la sensación de libertad es absoluta, pero el hilo conductor no se pierde. Si Louie hacía uso de una libertad similar con fines predominantemente poéticos y reflexivos (muchas veces a costa de anular el humor de un episodio y convertirlo en algo melancólico, cuando no depresivo), Lady Dynamite parece tener como norte un absurdo que, al contrario de lo que ocurría en Louie, apunta más al distanciamiento que a la empatía, un gran riesgo que la serie supera con un método de acierto y error, en el que predominan los aciertos.

Bamford es, evidentemente, la figura central, pero no cae nunca en el egocentrismo de Amy Schumer en su mencionado programa o en el de Aziz Ansari en Master of None, y a pesar de ser notablemente más talentosa que los dos mencionados, comparte espacio con una serie de invitados/coprotagonistas de lujo como Patton Oswalt, Sarah Silverman y una Ana Gasteyer que estaba algo perdida y que la serie rescata, para que demuestre tanta energía que parece querer robarse el show en cada aparición. Aunque se extrañe un poco su versatilidad vocal, Bamford pone su rarísimo carisma al servicio de esta historia enfocada en el lado ridículo y en definitiva gracioso de una vida que parece superar a su protagonista por todas partes. Lleva un tiempo acostumbrarse al tono de Lady Dynamite, pero una vez que se logra, uno está frente a una comediante formidable que trata a su manera el tema predominante de su generación de humoristas: cómo vivir la crisis de la mediana edad con una gracia que pocas veces se le encuentra.