La crítica musical anglosajona usa la expresión one-hit wonder (“maravillas de un solo éxito”) para referirse a quienes se hicieron muy populares con una canción pero nunca lograron repetir la hazaña (por injusticias de la vida o porque realmente no volvieron a hacer nada memorable). En la historia del cine también hay directores con ese sino, y dos de ellos fallecieron en los últimos días.

El sábado 2 murió, a los 77 años de edad, el estadounidense Michael Cimino, de quien se puede decir sin exagerar que fue un caso único en la historia de Hollywood, ya que con sólo dos películas creó y sepultó su propia revolución. La primera fue una obra maestra absoluta, The Deer Hunter (1978, increíblemente traducida como El francotirador); la segunda, la catastrófica La puerta del cielo (1980).

Cimino sólo dirigió siete películas. Debutó en 1974 de la mano de Clint Eastwood, con Un botín de 500.000 dólares, un exitoso policial que logró una nominación al Oscar por la actuación de Jeff Bridges. Eso hizo posible que rodara El francotirador con un elenco extraordinario, en el que estuvieron Robert de Niro, Christopher Walken, Meryl Streep, John Cazale y John Savage. Era un enfoque épico del horror que implicó la guerra de Vietnam para los estadounidenses, un año antes de que Francis Ford Coppola estrenara Apocalypse now. La película de Cimino ganó cinco premios Oscar (mejor director, película, actor de reparto, montaje y sonido), y recaudó 48 millones de dólares.

Cuando muchos pensaban que el director había iniciado un largo período en la cima, el proceso de La puerta del cielo fue terrible. La compañía estadounidense United Artists le dejó el camino libre a Cimino para que hiciera lo que quisiera, sin limitaciones de presupuesto, y con una previsión inicial de 11 millones y medio de dólares terminó en cerca de 44 (hay quienes dicen que fueron más), para un western de cinco horas cuyo rodaje fue una pesadilla. Tras un largo periplo, la película fue reducida sustancialmente y apenas logró recaudar cuatro millones. Ese desastre, además de abrir paso a que los estudios estadounidenses volvieran a aumentar su control sobre los directores, marcó a Cimino, que nunca volvió a acometer una empresa de gran envergadura. Pero vale la pena recordarlo por su gran éxito, que aún es una punta de lanza en materia de riesgo y virtuosismo.

El otro difunto, mucho menos conocido en términos masivos, fue el británico Robin Hardy, fallecido el viernes 1º a los 86 años, y su gran obra fue El hombre de mimbre (1973), una película de culto que se merece todo su prestigio. Lo embarcó en ese proyecto su amigo el dramaturgo, guionista y novelista Anthony Shaffer, y ambos desarrollaron una trama profundamente perturbadora, que cuestiona convenciones sociales de modo pocas veces visto en una modesta película “de género” (en este caso, de terror). El film enfrentó, en su pequeña escala, problemas semejantes a los de La puerta del cielo, en materia financiera y de recorte no autorizado por el director, aparte de que la muy interesante banda de sonido, con música seudofolclórica, fue objeto de largas polémicas relacionadas con derechos de autor, que la hicieron muy difícil de conseguir por décadas. Christopher Lee siempre sostuvo que fue el mejor film en su larga trayectoria, y la indiferencia inicial de crítica y público dio paso con los años al culto y a una fuerte influencia cultural, que llega hasta el último videoclip de Radiohead.

Hardy dirigió apenas dos películas más, la olvidada y olvidable The Fantasist, en 1986, y una especie de refrito sin gracia de El hombre de mimbre, titulada en forma oportunista The Wicker Tree (“el árbol de mimbre”), en 2011. Ante la mala recepción de esta última, el director comentó que al menos era “mil veces mejor” que la remake de El hombre de mimbre de 2006 producida y protagonizada por Nicholas Cage. En eso, sin duda, tenía razón.