Hace 46 años, y sólo 22 antes de que Francis Fukuyama hallara circunstancias propicias para convencer a muchos de que había llegado el fin de la historia, la idea del progreso mediante sucesivos cambios profundos e irreversibles gozaba de buena salud.

En aquel 1970 que parece tan lejano, Alvin Toffler y su esposa Heidi publicaron el exitoso e influyente libro El shock del futuro, un ejercicio de prospectiva orientado a divulgar la identificación de tendencias que, según los autores, iban a transformar el mundo. Al mismo tiempo, buscaban contrarrestar el estado de shock ante la celeridad de los cambios al que aludía el título del libro, enfatizando una perspectiva optimista.

Acertaron en muchas de sus previsiones, sobre todo en las relacionadas con el desarrollo de la tecnología de la información y la comunicación, y sus efectos a todo nivel. Como ejemplo se suele citar una frase del libro que se ha hecho famosa aunque no siempre se comprenda en todo su alcance: “El analfabeto del siglo XXI no será quien no sepa leer y escribir, sino quien no sea capaz de aprender, desaprender y reaprender”. En otras predicciones le erraron por lejos (sobre todo en las que auguraban el fin de las crisis económicas y un trayecto de prosperidad mundial ininterrumpida). Pero, como suele ocurrir también con los libros de ciencia ficción centrados en las hipótesis de cambio tecnológico, a El shock del futuro se le recuerda mucho más por lo que anticipó correctamente.

En 1980 se editó La tercera ola, sobre la revolución informática y el advenimiento de una sociedad posindustrial, en el que se vaticinó la expansión masiva del correo electrónico, las multiconferencias por medios electrónicos y la televisión por cable, así como relaciones sociales descentradas y límites menos claros entre la producción y el consumo.

Diez años después apareció El cambio del poder: conocimiento, riqueza y violencia en el filo del siglo XXI, sobre nuevos tipos emergentes de empresa y de potencias transnacionales, y con énfasis en el creciente valor del control de la información.

Luego, y pese a que los Toffler continuaron gozando de gran prestigio, dedicados en buena medida al asesoramiento de empresas y gobiernos, la aceleración de los cambios hizo parecer cansino el ritmo de shock anterior, y se instaló una percepción de la posmodernidad que socavó la noción de un progreso con dirección y sentido predecibles.

En consecuencia, los ensayos de futurología perdieron atractivo de masas incluso en la literatura de ficción, y hoy Alvin Toffler parece sobre todo alguien que logró hacer equilibrio, durante algunos años fronterizos, entre un tiempo de certezas y otro de incertidumbres. Falleció la semana pasada, a los 87 años.