"Hello? Hello? Hello?...” dice esa inconfundible voz nasal con acento cockney, pero esta vez no desde la introducción tantas veces escuchada de su tema “Public Image”, sino del otro lado del teléfono, donde a causa del escaso volumen y de mi inglés nervioso John Lydon no me está entendiendo un carajo. Genial: tengo finalmente la oportunidad de hablar con uno de los mayores ídolos de toda mi vida, y no me entiende una palabra. Eso no ayuda mucho; acabo de leer una entrevista reciente en la que el volátil ex cantante de los Sex Pistols despedazaba verbalmente a un notero de la Spin, y a mí, según me dice con algo de fastidio, sólo me escucha un lejano “na na na, nanananá”. Pienso que esto va a ser un pifie absoluto y él me dice:“Gritá como si estuvieras en el estadio”. Me pregunto cómo hacer una nota sobre las sutilezas del after-punk berreando, al mismo tiempo, como un hooligan a un juez de línea. Pero de pronto la telefonía se apiada, llega la claridad de sonido, y del otro lado no se escucha a un escéptico despectivo, sino a alguien bienhumorado y sereno, amante de la ecología, T-Rex y las mujeres independientes. Y además, un caballero británico: Mr John Rotten Lydon.

(Después de vociferar una pregunta sobre el último disco)... ¿Se entiende ahora?

-Sí. Ahora estamos a tono. Es el ritmo, es cuestión de atrapar el acento, el ritmo. Es música.

Decía que me sorprendió encontrar en tu último disco (What the World Needs Now, 2015) un tema -“The One”- que suena más que nada a T-Rex. ¿Es a propósito? ¿Eras un fan de Marc Bolan?

-Es un homenaje deliberado al glitter rock. En mi adolescencia, cuando trataba de ser agradable con las chicas, siempre me rechazaban. Yo era una persona muy mala en lo romántico. Las chicas solían reírse de mí y me encontraban más bien ferozmente feo, y no era muy bueno bailando. Todo eso pasó mucho antes de los Pistols, cuando tenía 14 o 15 años. Es una canción muy curiosa, porque la combiné con otros temas, pero esencialmente es acerca de la retribución del buen amor. Yo amaba la producción musical de bandas como Mungo Jerry, T-Rex o incluso Gary Glitter; era música con la que podías bailar, música pop. Extraño esos días de gloria.

Hablando de días de gloria, también hay un tema sobre otra figura del pasado, “Bettie Page”.

-Para mí es una figura femenina socialmente heroica, por toda la represión que tuvo que soportar en su trabajo. Tuvo que luchar contra la mafia, contra la derecha religiosa fundamentalista y contra las divisiones de rol; contra esas tres cosas que operaban contra ella. Porque, por supuesto, las mujeres no tenían derechos, y de alguna forma ella atravesó todo eso con mucha dignidad e hizo del stripping algo respetable. En un tiempo en el que nadie tenía expectativas de que eso sucediera, ella lo logró. Estados Unidos castigaba mucho en aquel tiempo, y ella tuvo conflictos moralistas por todas partes, pero mantuvo su dignidad. Una feminista de verdad. La amo, la amo por eso.

Era además una mujer muy hermosa...

-Una mujer muy valiente. Y original. Su excelencia en lo que hizo merece ser recordada con cariño.

Leí tus dos autobiografías (Rotten, de 1994, y La ira es energía, de 2015), y la última me pareció mucho más amistosa que la primera.

-Pienso lo mismo, estoy de acuerdo. Tiene más humor y es mucho más como realmente soy y refleja la forma en que hablo. Quería que la gente supiera que vivo en un mundo de humor. Yo vivo riéndome de mí y tirándome abajo.

¿Pensás que puede ser una sorpresa para tus seguidores leer el libro y descubrir que, a fin de cuentas, sos un hombre de familia?

-Creo que, en un sentido más profundo, todos somos una familia como especie. Yo no me enemisto con la gente por razones tontas; si a alguien no le gusta una forma de música, no va a caerme mal por eso. Tengo una mente mucho más abierta que lo que mi audiencia cree.

Casi todas las memorias autobiográficas de rockeros dedican un gran espacio al sexo y las drogas, pero no es el caso de tus libros. ¿Te dio pudor hablar sobre eso?

-No, es que nunca vi a las drogas como un problema. Esquivé los narcóticos de cualquier clase; mi droga de elección, en la juventud, eran las anfetaminas, y sólo las tomaba para poder beber más y quedarme despierto toda la noche. Tenían para mí un propósito social, no uno de egoísmo o cobardía. Muchos de los problemas que han tenido muchos músicos se debieron a que se sentían inapropiados y asustados, y usaban la heroína como un sustituto del coraje. A mí me encanta el desafío de lo que hago, y no quiero que nada me quite ese desafío. Quiero vivir mi vida como es, y no podés hacer eso bajo un engaño químico.

Leí en la red una lista de tus discos favoritos, y nombrabas uno de Neil Young. ¿Qué sentiste al escuchar por primera vez “Hey, Hey, My, My”, la canción que escribió sobre ti?

-Ah, eso fue hace unos años... El álbum que amo más de él es Zuma [1975], porque es un disco casi desesperado, que casi se hace pedazos, y sentí una gran empatía con eso; es la lucha por vivir. Aunque él se había sumergido entonces en la heroína, todavía podía encontrar su personalidad, y eso es importante... Cuando sacó “Hey, Hey, My, My”, traté de ponerme en contacto con su oficina, quería hablar con él sobre eso, pero no dieron señales de reconocerme o de saber que yo existía... [se ríe]. Uno podría decir que me usaron para ese disco... Eso me hizo reír e hizo que él me gustara aun más, porque podía ver lo divertido del asunto. Le estaban dando un golpe a lo que podían estar percibiendo como mi ego, y no los culpo por eso.

También noté que en esa lista no había ningún disco de punk-rock.

-Porque no hay ninguna necesidad, no hay ninguna necesidad. Puse los discos que más me gustaban. Y las cosas que resulta que realmente me gustan sucedieron fuera de la categoría “punk”. A mí me dieron el título de “rey del punk”, pero dejame decirte una cosa: el rey del punk escucha de todo. Muchos de los discos punk son muy prejuiciosos, muy deliberadamente limitados. Es un mundo que yo nunca creé y en el que no quiero vivir. Mi idea del punk es estar con la mente abierta para siempre, avanzando constantemente. Estar constantemente reaprendiendo, reescribiendo, repensando, reaproximándose y haciendo avanzar nuestra cultura, no despojándola de lo que tiene. Así que mencioné discos que tal vez no le gustaran a primera oída a mucha gente, pero que me interesaban. Porque me interesa la escritura de las canciones, las palabras. Siempre escucho los discos desde el punto de vista de las palabras, y no son muchos los discos de punk-rock que se preocupan por las letras.

En ese aspecto, tus canciones tienen cada vez más repeticiones.

-¿Decís que mis canciones se están volviendo repetitivas?

No, no; que usás más repeticiones de frases, una y otra vez...

-Ah, sí: uso una especie de cánticos, como mantras. Es un estilo. Llegué a eso de la siguiente manera: yo estaba buscando mis raíces musicales, que son profundamente irlandesas y que están en otra vena muy diferente, que tienen otra forma de comunicación. Esquivé esas repeticiones en el pasado, pero ahora las encuentro muy placenteras.

En tu último disco decís muchas veces “Lo que el mundo necesita ahora es otro ‘andá a cagar’ (fuck off)”. ¿Quién pensás que podría decirle eso al mundo ahora?

-Eso lo usé en una canción llamada “Shoom”, escrita desde el punto de vista de mi fallecido padre. De hecho, es un réquiem para mi padre; hace años escribí “Death Disco”, que trata sobre la muerte de mi madre, y quería hacer algo sobre mi papá. Él tenía un sentido del humor muy, muy seco. Tenía un ingenio de clase trabajadora irlandesa muy divertido. Eso era muy típico de él, y es lo que cuento en La ira es energía. Lo extraño con locura. Quería poner todo eso junto en una canción que fuera humorística, pero a la vez increíblemente incisiva acerca de los tiempos en que estamos viviendo. Porque no sólo la industria musical necesita otro fuck off, sino que el mundo entero lo necesita. Tenemos que recordarnos que seguimos arrastrándonos hacia atrás demasiado a menudo, y tomándonos demasiado en serio. La aproximación religiosa a la vida no puede salirse con la suya.

Con los Sex Pistols usabas una famosa remera que decía “Odio a Pink Floyd”. ¿Hay algún músico de hoy en día con el que podrías hacer lo mismo?

-No, no y no, aunque probablemente en diez minutos estaré pensando en eso. Pero hablando en general, para mí, antes que nada, están las letras, y si no sabés escribir una canción, entonces no escribas una canción. Sabemos que hay un montón de gente así ahí afuera, pero no creo que necesite ponerme junto a ellos. Todos sabemos quiénes en efecto escriben canciones que significan algo, y sabemos quiénes no. La gente que escribe canciones que no significan nada tiende a ser muy, muy popular. Es algo propio de la industria; la industria siempre ha promovido lo blando. Siempre. Vengo haciendo esto desde hace 40 años, y si he aprendido algo en absoluto es eso: que si vas contra la corriente y te atrevés a decir cualquier tipo de verdad, vas a quedarte siempre afuera. Pero yo encuentro que el afuera es un lugar muy, muy acogedor; de hecho, el mejor. No puedo ser contaminado por la industria: no les gusto y no confían en mí, como pasa con cualquiera que diga la verdad.

Pasaron 40 años desde que escribiste con los Pistols tu himno antimonárquico “God Save the Queen” (Dios salve a la reina), e Isabel II sigue ahí en el trono. ¿No es irónico?

-Escuchame, no se supone que yo eche a la monarquía por mano propia, ¿verdad? Dejé en claro mi posición y eso es tan bueno como puede ser. Si otros están de acuerdo, pueden retomar ese conflicto, pero yo no puedo pararme en solitario e intentar derrocar regímenes. Es una carga ridículamente desproporcionada puesta sobre mí; cambié la forma de la música al menos tres veces, lo que me parece suficientemente bueno, pero nunca voy a decirles a otras personas qué deberían hacer políticamente. Quiero vivir en un mundo donde todos pidan que se detengan los abusos. Y que choquen, peguen y sean tan diferentes como sea posible, sin volverse enemigos. Esa es mi política: política sin muros. Tenemos que compartir este mundo con los otros seres humanos, y veo gente propagando el asesinato apoyada en sus visiones políticas. Ahí es donde yo marco la línea y digo: “Ellos son los enemigos, no nosotros”. Podemos estar en desacuerdo, eso pasa, pero matar personas por motivos religiosos o políticos es el mayor de todos los crímenes. Cualesquiera que sean sus ideas, estoy en contra de ellos.

Pronto vas a estar con tu banda en Montevideo. ¿Qué sabés sobre Uruguay?

-Es un lugar al que siempre quise ir. Lo conozco por esos programas de aventuras, en los que expertos en animales viajan por todas partes. Estoy muy animado con la naturaleza y con lo que les da a las cosas su pulso vital. Es parte de lo que llamo “mis valores familiares”, que incluyen el mundo animal.

¿Te volviste un ecologista?

-Finalmente lo hice, muchos años atrás, haciendo trabajos de caridad. Descubrí que era perfectamente capaz de vivir con el entorno de la selva. No es algo por lo que me haya dado crédito antes, pero me comporto con mucha naturalidad con los animales y ellos se comportan con mucha naturalidad conmigo. Descubrí que el reino animal no es mi enemigo, sino uno de mis mejores amigos. Cuanto más calmo estás en la selva, mejor, y la calma es un don que tengo: no entro en pánico fácilmente. Por eso, puedo quedarme tranquilo cerca de tiburones, gorilas, insectos o lo que sea. Porque no me asusto, y es el miedo lo que hace que te maten.