Si bien existe un buen número de libros escritos sobre su vida, la breve y notoria trayectoria de la estadounidense Janis Joplin sólo había sido objeto de un documental biográfico, el olvidado e impresionista Janis (Howard Halk, 1974), de modo que la llegada de este, más completo e ilustrativo, es sin dudas bienvenida.

Se suele mencionar a Joplin, en piloto automático, como una de las cantantes más influyentes del rock, pero su peculiar estilo vocal -esencialmente blues pesado, pero con mucho del histrionismo y las improvisaciones ad lib del soul- no ha tenido una verdadera continuidad musical, aunque su imagen y su actitud hayan sido infinitamente imitadas. Las opiniones sobre sus capacidades vocales suelen estar completamente polarizadas, entre quienes la definen como la mayor y más poderosa cantante blanca de blues-rock que haya existido y quienes la consideran una berreadora insoportable. Tanto unos como otros pueden ejemplificar sus opiniones con varias de sus interpretaciones, muchas veces tendientes al exceso. En todo caso, lo indiscutible para fans y detractores es la originalidad de su manera de cantar, que, a pesar de que muestra algunas influencias notorias, se diferencia clara y radicalmente de ellas.

Joplin fue, además, una de las víctimas más destacadas de la oleada de muertes en la juventud (junto al británico Brian Jones y los estadounidenses Jimi Hendrix y Jim Morrison, entre otras) que cayó sobre la generación de rockeros a fines de los años 60, y que puso fin a la percepción de un período idílico al amparo de la trinidad de sexo, drogas y rock’n’roll. Su pérdida fue, por otra parte, relevante porque se trataba de alguien que posiblemente fuera la figura femenina más importante de esa generación, y por la cruel brevedad de su estrellato. Apenas tres años pudo Joplin disfrutar de su reinado musical; sin embargo, ese acotado tiempo le alcanzó para grabar cuatro discos de larga duración e integrar o formar tres bandas distintas (en orden cronológico, Big Brother & The Holding Company, The Kozmik Blues Band y Full Tilt Boogie Band), aparte de haber participado en dos acontecimientos socioculturales de la importancia de los recitales de Monterrey (1967) y Woodstock (1969). No es poco para tres años, pero por supuesto la suya fue una trayectoria interrumpida cuando tenía mucho por delante, por sobredosis con una heroína inusualmente poderosa, justo en un momento en el que parecía estar librándose de sus adicciones y lista para conquistar el mundo.

Janis: Little Girl Blue reconstruye la historia de Joplin a partir de una notable colección de entrevistas con familiares, amantes de ambos sexos y músicos que la acompañaron, así como notas audiovisuales de la época, filmaciones domésticas y cartas que la artista escribió (leídas por la brillante Chan Marshall, más conocida como Cat Power). Es una historia dura, especialmente en el relato de su adolescencia, durante la cual sufrió discriminación y acoso por su aspecto físico (llegó a ser elegida por una fraternidad de estudiantes imbéciles como “el hombre más feo del campus”), pero a diferencia del reciente documental sobre Amy Winehouse (Amy, Azif Kapadia, 2015) -una artista cuya biografía presenta múltiples similitudes con la de Joplin-, la directora Amy J Berg no ahonda en los aspectos más escandalosos de la vida de la cantante -que no son pocos-. Tampoco los rehúye, simplemente deja que emerjan a través de los testimonios de sus allegados, pero prefiere retratarla vital, eufórica y cantando.

Si bien el documental ahonda de modo adecuado en las influencias artísticas de Joplin en su juventud, carece de alguna reflexión global en relación con lo que la distinguía musicalmente (salvo algunas frases aisladas de ex compañeros de banda, y una escuálida selección de opiniones de artistas de la actualidad, relegada a un borde de la pantalla durante los créditos finales), pero, siendo justos, esta es una carencia que comparten prácticamente todos los documentales sobre músicos. De cualquier forma, la presencia de la música de Joplin en la película es abundante y generosa -compuesta en su mayor parte por el registro de versiones en vivo que resultan particularmente impresionantes, debido a la extraordinaria presencia escénica de la cantante y a su no menos virtuoso manejo de la distancia del micrófono-, contiene todas sus canciones más populares, e incluso echa luz, ya desde el título del film, sobre su infiel (es prácticamente un tema distinto) pero excelente versión de “Little Girl Blue”, compuesta en 1935 por Richard Rodgers y Lorenz Hart, que, a pesar de ser una de sus mejores interpretaciones, no está entre las más conocidas y suele estar ausente en las recopilaciones. Tal vez involuntariamente, el documental da testimonio, también, de lo feroz que era la crítica musical de su tiempo, que se arrogaba, por ejemplo, el derecho a escribir columnas de opinión afirmando que la cantante debía abandonar a su grupo original (Big Brother), y meses después otras en las que se le exigía que volviera a contratarlos.

En resumen, se le puede reprochar a Janis: Little Girl Blue que es un poco acrítica en relación con aspectos algo discutibles de la personalidad de la artista, como su constante uso y descarte de músicos en función de su carrera personal (lo que tal vez no sea un defecto del documental, sino simplemente consecuencia de que los damnificados a los que se entrevista no le guardan rencor), pero globalmente es un film informativo, respetuoso y, claro, cuenta con un material de archivo notable e inédito, y contiene música en cantidad suficiente para complacer a los fans. Es, también, inevitablemente triste: la historia de Janis podría haber sido una fábula ejemplar acerca de una chica hostigada por su fealdad durante su adolescencia que, sin recurrir a cirugías ni disciplinamientos físicos, se volvió una de las criaturas más atractivas e icónicas de los años 60, mediante el simple y valiente recurso de dejar aflorar su personalidad artística y estética. Siendo ella misma, se volvió una persona poderosa en su diferencia. Pero, como todos sabemos, esa historia ejemplar terminó en forma trágica a causa de una sustancia química mal cortada. Fue una ráfaga fugaz y memorable, llena de energía y desperdicio.