En la segunda parte del concierto del viernes dirigirá la Séptima sinfonía de Beethoven. Cuando tomó la batuta por primera vez, a los nueve años, se hizo cargo de la Primera sinfonía del genio de Bonn. O sea que usted es beethoveniano desde el principio.
-De pura cepa y de raza. Fue el primer compositor que habló a mi sensibilidad artística. Yo estaba haciendo estudios de piano muy aburridos -para todo estudiante, los ejercicios para agilizar los dedos son muy aburridos-, y mi padre tuvo la idea de hacerme estudiar una reducción a cuatro manos de esa *Primera sinfonía *de Beethoven. Y, desde entonces, mi indiferencia -o incluso hastío- hacia la música se convirtió en un amor muy profundo.
Según la gacetilla de prensa del concierto, desde que se estrenó la Séptima..., hace más de dos siglos, “nunca fue ejecutada y nadie la oyó tal y como el compositor la compuso”.
-Es verdad, desde el principio sufrió una tremenda aberración rítmica, y nosotros [con la orquesta sinfónica de Audem] la estamos corrigiendo. Soy muy optimista acerca de los resultados finales, porque desde los primeros ensayos los músicos han tenido la capacidad de poder cambiarla. Y a pesar de que tenemos grabados dos siglos de ejecuciones erróneas, hemos podido corregirla con extrema facilidad. Así que en el concierto del viernes estaremos más que ensimismados y haremos nuestro el ritmo correcto.
¿A qué se debió el error?
-En la escritura está perfecto. Es solamente que no la hemos respetado, porque implica una concentración mayor a la que hemos estado acostumbrados en todas partes del mundo, con todas las orquestas y todos los directores -incluyéndome a mí-; entonces, ahora no haremos más que respetar lo que escribió Beethoven: el ritmo es 6/8, no 4/8. Ojo, no estoy señalando a nadie con el dedo, porque yo, por haber dirigido esa sinfonía durante cerca de 70 años, soy tan culpable como cualquiera de haberla hecho erróneamente. La tradición, la tradición... hasta que dije “basta”. Así que será la primera ejecución mundial al ritmo exacto y a la velocidad que indicó Beethoven, porque se llegó a hacer con gran lentitud; entonces, el primer movimiento, en vez de ser vivace, que en italiano quiere decir “vivaz”, “lleno de alegría”, “con brillo”, era una cosa que no me atrevo a decir...
El segundo movimiento de la Séptima..., el más famoso, de ribetes melancólicos, es un gran ejemplo del uso del ostinato: una melodía que se repite obsesivamente. Eso es típicamente beethoveniano.
-Sí, es un ritmo de cinco notas; lo hizo en muchas obras. Es muy importante notar que el segundo movimiento es algo sublime, a tal punto que en su primerísima ejecución tuvo que ser repetido luego de terminarse. Es imposible no darse cuenta de la superioridad espiritual de semejante música.
¿Cómo ve el género sinfónico en la actualidad? Porque casi siempre nos quedamos en los clásicos y los románticos. Philip Glass, por nombrar a un músico contemporáneo, ha compuesto diez sinfonías, pero es difícil sentir esa “superioridad espiritual” al escucharlas.
-Quizá dentro de 50 años veamos bien lo que pasa ahora, y podamos hacer un análisis. Yo he dirigido música moderna, de [Iannis] Xenakis, por ejemplo. Pero me identifico más y estoy mucho más contento haciendo los clásicos y los románticos: cualquier compositor hasta la primera mitad del siglo pasado: [Antonín] Dvorák, [Ottorino] Respighi, [Maurice] Ravel e incluso Béla Bartók. Yo aconsejo que cada uno se especialice en algo, porque no conozco un músico que haga todo bien; es prácticamente imposible. Aquel que dice que le gusta todo por igual y que hace de todo no hace nada bien.
Usted compartió escenario con su compatriota Luciano Pavarotti. ¿Qué tal era?
-Era gordo. Tenemos una foto juntos: yo estoy delante de él, y era de dos veces mi ancho. Fuera de broma, era una persona estupenda, hice varias grabaciones con él. Llegó a estar en mi casa. Siempre lo recordaremos como un grande, grande. Además, era miembro honorario de la fundación que creé hace más de 50 años: Symphonicum Europae, que integraban también músicos como Plácido Domingo y Roberta Peters, entre otros.
Y Stravinski.
-Fue uno de los fundadores, conmigo. La idea era crear una fundación cuyo objetivo fuera la unión espiritual de los pueblos por medio de las artes. La institución obtuvo el patrocinio de la reina Isabel de Bélgica. Los miembros honorarios, a quienes pedí, fueron Igor Stravinski, el doctor Albert Schweitzer, Andrés Segovia, Philip Newman y Víctor de Sabata.
En Youtube hay imágenes de usted dirigiendo la obertura de la ópera Guillermo Tell, de Gioachino Rossini, en 1946, con apenas diez años y vestido de pantalones cortos, un atuendo que desentonaba con la típica indumentaria de gala de una orquesta filarmónica.
-Yo no me fijaba tanto en cómo se vestían, pero ellos se fijaban en que yo era terriblemente joven, por no decir pequeño. Al principio, todas las orquestas padecían de escepticismo, pero afortunadamente, se disipaba al poco tiempo, cuando veían que sabía lo que hacía, a pesar de mis pocos años. Yo era un director nato. Cuando me preguntan si se debe iniciar en la música a los chicos a edad temprana, no sólo para estudiar sino también para escucharla, digo que sí, indudablemente. Estamos dentro de un campo en el que el cuerpo y la sensibilidad humana no solamente admiten el approach al arte, sino que lo tienen adentro. ¿Qué niño no empieza en algún momento a saltar un poquito?: son los inicios de la danza. ¿Qué niño no empieza a cantar en algún momento? Tenemos el ritmo dentro de nuestro cuerpo. Además, están la sensibilidad artística y la necesidad de exteriorizar sentimientos calurosos y afectivos, todo eso está dentro de nosotros; no es nada antinatural, al contrario. Quien se acerca a determinado arte, si no llega a ser intérprete, por lo menos queda muy aficionado.
En aquellos primeros años de su carrera, ¿ningún músico se quejó por recibir indicaciones de un niño?
-Alguno hacía bromas, pero yo las dejaba pasar. Y cuando los músicos creían que no me había dado cuenta, al final del movimiento les decía: “Tal parte, en tal lugar o tal fraseo, es errónea”. Lo dejaba pasar, pero al final me tomaba revancha.
¿Qué directores de orquesta fueron sus principales influencias?
-Podemos dar las vueltas que queramos, pero los tres más grandes directores de orquesta han sido -en el orden que usted quiera-: Franco Ferrara, Víctor de Sabata y Arturo Toscanini; tres italianos. Los otros, por más que sean buenos, que los hay, y maravillosos, siempre son inferiores a esos tres.
¿Y los alemanes? ¿Wilhelm Furtwängler, por ejemplo?
-Son grandes directores, pero al lado de los tres grandes... Es como cuando hablamos de los músicos: también, póngalos en el orden que quiera, pero el triunvirato más grande de compositores lo integran Bach, Mozart y Beethoven. Todos los demás están un peldaño más abajo. O muchos peldaños más abajo...
No recuerdo cuál músico clásico dijo, refiriéndose a la importancia de cómo se interpreta una obra: “En la partitura está todo, menos la música”.
-Es verdad, hay que sacarle el jugo. Los músicos suelen decir, sobre los directores menos buenos: “Menos mal que la batuta no emite sonidos”. Pero los directores que más o menos sabemos lo que estamos haciendo decimos: “Qué lástima que la batuta no emita sonidos”.