Diane Arbus nos obligó a mirar a los ojos a enanos mexicanos, familias disfuncionales, nudistas y prostitutas. Fue una de las fotógrafas más emblemáticas del siglo XX, con sus retratos inquietantes y sus temáticas poco convencionales. “Quiero fotografiar las ceremonias del presente. Porque mientras lamentamos que no es como el pasado y desesperamos por cómo será el futuro, innumerables hábitos esperan por su significado... Esos son nuestros síntomas y monumentos. Simplemente quiero salvarlos, porque lo que [hoy] es ceremonial y particular y común será legendario”, explicó en 1963 esta artista estadounidense de culto.

En los años 40 se dedicó a la fotografía de moda, en revistas como Esquire y Vogue, junto con su marido Allan Arbus -de quien se divorció a fines de los 60, pero cuyo apellido conservó; el de ella era Nemerov-. Luego estudió con la fotógrafa austríaca Lisette Model, y recorrió los barrios peligrosos de Nueva York, en busca de esos personajes centrales que siempre miran directamente a la cámara, con la visible tensión que implica la conciencia del retrato, y registró sus imágenes con la evidencia de defectos revelados por el flash de relleno (empleado, aun con suficiente luz ambiente, para atenuar las sombras), del que fue pionera. También desarrolló trabajos muy distintos, entre ellos retratos de personalidades como la actriz Mae West y los escritores Norman Mailer y Jorge Luis Borges.

“Siempre me pareció que la fotografía era algo impropio; para mí fue uno de sus aspectos favoritos -escribió-, y cuando lo hice por primera vez me sentí muy perversa”. A partir de esa frase de Arbus, Susan Sontag dijo que se puede pensar que ser fotógrafo profesional es algo impropio “si el fotógrafo busca temas considerados de mala reputación, tabú o marginales. Pero los temas impropios son más difíciles de encontrar hoy en día”. Repasando sus revelaciones, se puede rastrear cómo Arbus era consciente de su lugar (“creo realmente que hay cosas que nadie vería si yo no las fotografiara”) y de sus fascinaciones: “Los freaks *fueron algo que fotografié mucho. Fue una de las primeras cosas que fotografié y para mí eso tuvo un tipo de excitación enorme. Simplemente solía adorarlos. Y aún hoy adoro a varios de ellos. No quiero decir que sean mis mejores amigos, pero sí que me produjeron una mezcla de vergüenza y reverencia que jamás había sentido. Hay cierta cualidad legendaria en los *freaks. Son como esas personas en un cuento de hadas que te detienen en tu camino y te exigen que respondas a un acertijo antes de seguir tu marcha. Quiero decir que si alguna vez hablaste con alguien que tuviera dos cabezas, sabes que saben algo que tú no sabes. La mayoría de las personas que conozco van por la vida aterrorizadas por la posibilidad de tener una experiencia traumática. Los *freaks *nacieron con su trauma. Ya pasaron por su prueba en la vida. Son aristócratas”.

En 1971, después de una prolongada depresión, Arbus se suicidó a los 48 años de edad en su apartamento del Greenwich Village, y desde entonces su fantasma no ha parado de recorrer el mundo. Hubo ampliaciones gigantes de sus obras en la Bienal de Venecia y una primera retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1972, que fue visitada por más de siete millones de personas. Al año siguiente la descubrieron europeos y japoneses, y se editó un conocido libro con la fotografía de unas gemelas -inquietantes, claro- en la portada, que vendió más de 100.000 copias en un tiempo récord. En 2006 se estrenó en el festival de Cannes un film sobre ella, dirigido por Steven Shaimberg y titulado Retrato de una obsesión (el original, Fur: An Imaginary Portrait of Diane Arbus, se parece más a “Pelaje: un retrato imaginario de Diane Arbus), con Nicole Kidman como la fotógrafa y Robert Downey Jr como un vecino suyo afectado por una rara enfermedad llamada hipertricosis, con quien tiene una compleja relación.

Hoy el museo Metropolitano de Nueva York inaugura la exposición Diane Arbus: en el comienzo, con más de un centenar de fotografías que en su mayoría eran desconocidas para el público, registradas en los primeros años de trabajo profesional independiente de Arbus (1956-1962), en los que usaba sobre todo una cámara con rollo de 35 milímetros y desarrolló el estilo que la hizo famosa. Las imágenes “te hacen sentir incómodo, te despiertan una sensación de trauma cultural que uno ha sentido antes frente a obras como los retratos de [Francisco de] Goya o Madame Bovary *de Gustave Flaubert”, dijo el curador de la muestra, Jeff Rosenheim, a la agencia de noticias *Efe. Las fotografías, que habían sido encontradas por la familia de Arbus en el sótano de su casa, permanecieron luego sin catalogar durante años en el archivo del museo neoyorkino. Dos tercios de las imágenes no se habían exhibido hasta ahora y todas fueron reveladas e impresas por la propia Arbus, lo que diferencia esta muestra de otras que se han realizado después de su muerte.