Este año se cumple, el 13 de diciembre, un siglo del nacimiento del general Liber Seregni, y además de las actividades de homenaje que ya se preparan, era esperable que aparecieran libros dedicados a él. Aunque se sigue insistiendo en que “la gente lee cada vez menos”, no sólo se lee muchísimo, a diario, en internet, sino que también se editan y se consumen en el mundo toneladas de volúmenes. Lo que ha cambiado bastante es el negocio editorial, entre otras cosas porque las grandes empresas que lo dominan apuestan, en creciente medida, a un tipo de obra orientado a satisfacer -o a provocar- demandas coyunturales. En esa categoría están, entre otros, textos acerca de cuestiones o personas notorias, sobre las cuales se supone que habrá, en determinado momento, bastantes interesados en “saber más”. Así, se editan libros dedicados a la vida de figuras recientemente exitosas en el mundo del espectáculo, en el de los negocios o en el de la política; otros acerca de gente que fue famosa por algún motivo y ha fallecido hace poco; y están también, como en este caso, aquellos previstos para coincidir con la reactivación de un recuerdo en los medios de comunicación. Desde el punto de vista de las editoriales, suele ser necesario que todas esas obras se realicen con rapidez, y por ello es habitual que sean encargadas a periodistas, ya que en este oficio estamos acostumbrados a producir a contrarreloj. Pero eso tiene sus riesgos, y El general, de Valeria Conteris y Sergio Israel, no logra evitarlos.

El contexto en el que viene a ubicarse este libro puede resumirse con tres datos básicos. En primer lugar, había ya bastante material relacionado con Seregni, si se suman anteriores biografías, gran número de entrevistas, recopilaciones de discursos y documentos, y una importante cantidad de trabajos acerca del pasado reciente que le dedican muchas páginas a narrar o evaluar su actuación. En segundo lugar, buena parte de esas obras tiene un tono elogioso, y algunas de ellas, publicadas en vida del general y con colaboración o supervisión de este, se ubican en el terreno de las “biografías autorizadas”. Por último, en el momento actual el recuerdo de Seregni dialoga, en forma inevitable, con la realidad de un Frente Amplio (FA) que gobierna el país desde poco después de su muerte en 2004, y que hoy afronta un considerable desgaste y el notorio malestar de parte de sus votantes.

Ante ese panorama, el atractivo de un nuevo libro podía residir en que superara a los anteriores por el aporte de nuevos datos esclarecedores; por una comprensión más rica, matizada y profunda de las características personales de Seregni; por un análisis mejor informado o más fecundo de sus ideas; porque permitiera comprender mejor cómo quería que fuera su fuerza política y para qué pensaba que debía servir, ayudando así a evaluar qué permanece y qué ha cambiado en el FA de hoy; o simplemente por estar mejor escrito. Lamentablemente, ninguna de las virtudes mencionadas adorna a esta obra.

Tenemos, en cambio, un libro abundante en anécdotas menores, que claramente no hubo tiempo de decantar, ajustar y revisar como habría sido necesario (a tal extremo que, además de diversas erratas, hay un párrafo que se repite en dos capítulos sucesivos). El modo en que se cuentan procesos políticos intrincados, a menudo con idas y venidas en el tiempo que no están acompañadas por las fechas precisas de los hechos (a fin de que quede claro el orden en el que ocurrieron), hace que quienes no los conocen ya difícilmente puedan entenderlos, y propicia graves malentendidos.

Dado que Seregni tiene ya estatura de prócer, y que -como cualquier otro prócer- no fue un santo, habría sido interesante y provechosa una obra que contrapusiera pros y contras de su trayectoria, pero lo que ocurre con *El general *es que nunca nos ayuda a levantar la mirada: vamos leyendo que Seregni hizo y dijo sucesivamente una gran cantidad de cosas, por lo general sin que se nos brinden elementos para percibir por qué, o para evaluar qué tuvo de coherente y qué de contradictorio. Las opiniones de los entrevistados muy rara vez van más allá del comentario, de costumbre sin mucho fundamento, acerca de algún hecho en particular, y por lo tanto tampoco contribuyen a que se forme una visión integral.

Finalmente, y esto parece el problema mayor, casi todo lo que se escribe sobre Seregni por primera vez y tiene alguna importancia carece de fuentes acreditadas, documentación o explicaciones. Hay afirmaciones que, de ser ciertas, deberían causar con razón escándalo, y que no están planteadas en condicional sino como si se hablara de hechos conocidos o probados, pero no aparecen elementos para respaldar que las cosas fueron efectivamente así, o para dilucidar por qué habrían sido así.

En un capítulo se dice que Seregni redactó, en 1998, una propuesta para resolver la cuestión de los detenidos desaparecidos en la cual se anticipaban varias de las conclusiones (incluyendo algunas falsas) que publicó, años después, la Comisión para la Paz formada por Jorge Batlle cuando fue presidente de la República. Los lectores debemos suponer que los autores poseen o leyeron un documento, aunque no lo digan, pero aun así, no sabemos quién se los habría dado y no estamos en condiciones de evaluar qué probabilidad hay de que sea auténtico. Tampoco podemos saber si Seregni proponía esas conclusiones a partir de información que creía cierta, ni qué origen pudo tener tal información. Así es difícil.

Otro caso es la afirmación de que Seregni ordenó a sus colaboradores más cercanos falsificar el conteo de votos al final del Congreso del FA realizado en 1994, para que se diera por aprobada, en forma fraudulenta, la resolución que permitió formar el Encuentro Progresista. No se sabe quién afirma eso ni hay forma, hoy, de comprobar si es verdad o mentira. El caso se parece al de la publicación en el periódico británico The Daily Mail, *el año pasado, del adelanto de una biografía del entonces primer ministro David Cameron, en el que se afirmaba que este había cometido, cuando era joven, “un acto obsceno con la cabeza de un cerdo muerto”, durante una festichola estudiantil. La anécdota, como se dice ahora, “causó furor en las redes”. Poco después, una de las personas que escribió la biografía, periodista además de *The Daily Mail, reconoció en televisión que no sabía si la presunta anécdota obscena era cierta. Alguien se la había contado. No tenía, por supuesto, la culpa el chancho.