Es muy probable que el nombre no les diga absolutamente nada a la mayoría de quienes no sean obsesivos de la guitarra eléctrica o fanáticos del rock & roll clásico (el original yanqui y cincuentero). Si usted está por dejar a un lado el diario para googlear “Scotty Moore”, vaya a Youtube y busque la canción “Heartbreak Hotel”, de Elvis Presley.
¿La encontró? Haga el esfuerzo y no se deje cautivar por la voz del Rey, vaya directo al solo de guitarra eléctrica, que tiene un par de características identificables a la primera escucha: es muy corto, repetitivo y melódico (o sea, tarareable), pero a la vez suena punzante, gracias al martilleo de notas dobles. Esos escasos segundos representan ni más ni menos que el arquetipo del solo de rock. Por ejemplo, el solo que se manda Robby Krieger en “Roadhouse Blues”, de The Doors, no es más que una ligera variación de aquel fraseo de Moore -con distorsión, más rápido y repetido más veces-. Sin embargo, la cocarda de inventor no se le suele colgar al guitarrista de Elvis, porque meses antes de que se editara “Heartbreak Hotel” ya andaba en la vuelta un tal Chuck Berry haciendo de las suyas con “Maybellene” y “Thirty Days”.
De todos modos, antes de que Berry empezara a grabar, *Scotty *ya acompañaba a Elvis, junto con el contrabajista Bill Black. Los tres, en aquella mítica sesión de julio de 1954, en el estudio Sun de Memphis y como bobeando, le dieron otra vuelta de tuerca al blues “That's All Right”, creando la máxima expresión del rockabilly y una piedra angular del rock & roll.
“Heartbreak Hotel” fue la primera canción que Elvis grabó para RCA, en 1956; como el asunto ya era más “profesional”, se habían sumado otros músicos. Para entender la maestría del aporte de Moore, debemos adentrarnos en aquellas primeras grabaciones para Sun, las más despojadas, rudimentarias y frescas -y, si nos ponemos fundamentalistas, también las mejores-.
Hay que prestar atención al swing *que desprende la guitarra de Moore en “Baby Let’s Play House”: se balancea entre bordonas con *palm mute *(apagando el sonido de las cuerdas con la palma de la mano que las pulsa) y pequeños arpegios, que se vuelven punteos afilados cuando desaparece la voz. Así creó una dinámica que complementaba de forma única los matices de la voz del Rey -nótese el pequeño cambio cuando Elvis pasa de cantar “baby, baby” a “poomba, poomba”-. Por primera vez, unos tipos blancos lograban cultivar el *groove sexual típico de la música negra -con el feeling del blues pero la velocidad del country-, que luego sería clave en el ADN del rock clásico. A riesgo de pecar de hiperbólico, en aquella llevada rítmica está el germen del famoso break orgásmico de “Whole Lotta Love”, de Led Zeppelin.
Moore siguió tocando con Elvis durante la década del 60, en la que el Rey fue dejando de modo progresivo los escenarios y los temas rocanroleros. La última vez que Presley cantó sobre las seis cuerdas de su compinche fue en 1968, en un programa especial de televisión para la cadena NBC, editado décadas después en CD y DVD bajo el título '68 Comeback Special. En una de las primeras interpretaciones, “That’s All Right”, y en las pocas veces en que no se enfoca a Elvis, se puede comprobar cómo Moore se deslizaba a placer por el mástil de su Gibson Super 400, demostrando con los inquietos dedos de su mano derecha que el swing seguía intacto. Al final, todos los músicos mueven las piernas poseídos por el ritmo, y no podemos dejar de hacer lo mismo: entonces recordamos que aquello del rock & roll servía para bailar.
El aporte de Scotty en la guitarra nunca tuvo un merecido reconocimiento masivo (aunque la revista *Rolling Stone *lo ubicó en el lugar 29 entre “los 100 mejores guitarristas de todos los tiempos”), por el motivo más que obvio de que la voz y la leyenda de Elvis taparon todo a su paso. Quizá por eso, en 1964 Moore editó un disco como solista, con versiones de clásicos de Elvis en los que había dejado su sello (“Hound Dog”, “Mistery Train”, “Don’t Be Cruel”, etcétera) y le puso el nada modesto título *The Guitar That Changed the World *(“la guitarra que cambió el mundo”). A Scotty le pasó lo mismo que al actor argentino Javier Portales, al que no siempre se le reconoció su gran talento para acompañar a Alberto Olmedo, acoplándose a su estilo de humor y tirando los centros precisos en el momento exacto.
Nadie sabe qué habría sido de la carrera de Elvis Presley si Sam Phillips -dueño del sello Sun y “productor” de sus primeras grabaciones- no lo hubiera hecho cruzarse con Scotty Moore. Se encontraron en el lugar indicado y en el momento justo para cultivar ese estilo inmortal, ese sonido que viaja en un tren misterioso e imparable.