“Ahora vuelve su cabeza a la derecha. Pero eso no tiene importancia”, susurra Jean-Luc Godard mientras Marina Vlady mira hacia la derecha, el viento le hace volar el pelo y al fondo París se arma y se desarma según los caprichos del capital en Dos o tres cosas que sé de ella (1967). En esa última frase se puede encontrar una clave de lectura para todo el proyecto narrativo autoficcional de Roberto Appratto, comenzado en 1993 con Íntima, y específicamente, para Mientras espero, su última novela.

En ese “no tiene importancia” se juega gran parte de lo que se desarrolla en el libro, de esa búsqueda incesante que sabe que maneja un tiempo -el de lo real- que no tiene sentido, dado que, en palabras del narrador, en la vida “el tiempo no es dramático, porque no lleva a ninguna parte”. En la literatura cualquier gesto, cualquier color, cualquier recuerdo tiene para el lector un significado, oculta un símbolo que a veces, a fuerza de sobreinterpretaciones, se vuelve banal o contingente. En la vida, por el contrario (a menos que nos pongamos cabalistas), nada es un símbolo, las cosas no significan en sí mismas. En el mundo sin Dios no hay autor, y el azar, la casualidad y el caos son los rectores del universo, de modo que no hay una narración por detrás que dé coherencia, no hay una sucesión ordenada.

Cuando surgió el concepto de autoficción, a fines de los 70, quedó ya definida entre la novela de ficción (sobre todo en primera persona) y la autobiografía, como un espacio narrativo de máxima libertad del lenguaje. La prescindencia de un argumento ficcional, de la invención de personajes y de una trama liberaba al autor y lo ponía en directa relación con lo real, para, ahora desde la literatura, organizar lo que es por naturaleza informe. La vida propia se configura entonces como la materia prima a partir de la cual se elabora la obra, pero no es que no haya ficción, ni que todo lo que está en las páginas sea verdad, una imposible puesta objetiva en palabras de una vivencia, y esto Appratto lo sabe muy bien. En su libro La ficcionalidad en el discurso literario y en el fílmico (2014) dice que el relato autoficcional, en tanto construcción, “oficia de ordenador del caos de la vida”, estableciendo un cosmos donde no lo hay y, de ese modo, cubriendo de significado aquello que, como en la película de Godard, “no tiene importancia”.

Esta novela, sucesora de Como si fuera poco (2014, ganadora del Bartolomé Hidalgo), encuentra como motivo, como pretexto, los espacios de tiempo vacíos que pueblan los días: esos minutos u horas en los que, parados o en incómodas sillas, esperamos para pagar una factura, a que el médico diga nuestro nombre o el momento de retirar dinero del cajero, tema que ha interesado insistentemente a Appratto (ha escrito sobre el cuento de Borges “La espera” en Impresiones en silencio -2011- y vuelve hacerlo ahora, por ejemplo). En torno a ese acto rutinario y sencillo, del cuerpo tenso o relajado, que se ha solidificado en el mundo moderno hasta crear el concepto tortuoso de “sala de espera”, la prosa se deja llevar por el lenguaje, une en asociaciones salvajes conceptos e imágenes, reflexiones sobre el estado actual de las cosas, sobre la propia vida, sobre las palabras, que mira como abismadas, en un ejercicio literario de disciplina y talento.

Poeta, ensayista, novelista y profesor, Appratto maneja con soltura los diversos registros que utiliza para dejar comentarios e impresiones sobre el mundo y sobre el arte en un mismo plano, como si hubiera entre ellos una continuidad, en un lenguaje cuidadoso pero cercano que conquistara ya en su temprana obra poética (sobre todo a partir de Cambio de palabras, de 1981). De esa tensión entre lo real y la literatura (entre las palabras y las cosas) nace un espacio paralelo, sobre las bases del espacio real, que constituye una trama mental. En este continuo, que hace que los lugares se confundan, que el mundo se olvide por un instante y desaparezca, el narrador va desplegando una conciencia que se expande en los intersticios del discurso y se hace total.

Esa cualidad que une, por ejemplo, dos esperas a muchos años de distancia, en un local de pagos y en un sanatorio, es lo que hace de este relato una pieza central en la producción de Appratto, que logra condensar en menos de 90 páginas muchas de las reflexiones que obsesivamente vuelven a su obra. Ya no hace eje, como en Íntima, en el recuerdo del padre; ni en el proceso dictatorial, como en Se hizo de noche (2007); ni en un lugar “centro del mundo”, como en 18 y Yaguarón (2008): ahora estamos en lo que se puede llamar una zona franca del pensamiento, que se establece en una superposición de lugares, de recuerdos, de reflexiones, y es en sí misma un espacio conceptual. Ahí, siempre “entre”, caben las desesperaciones, los miedos y también la alegría, la delicadeza de un momento. En ese sitio por fuera del mundo, Appratto se permite la asociación y el libre juego de las palabras, no sólo para entender el pasado, sino también para, desde el lenguaje, hacerlo suyo.

La novela será presentada por el autor, junto a Roberto López Belloso, este miércoles a las 21.00 en Escaramuza (Pablo de María 1185).