Tarrío nació en 1969 en Morón, en la provincia de Buenos Aires. Como en la tragedia clásica, su destino parecía signado por una historia familiar difícil de eludir: sus abuelos maternos eran músicos que trabajaban en los cines acompañando películas mudas, como era habitual en aquella época. A partir de ese vínculo con el séptimo arte, Tarrío comenzó a estudiar cine y, en paralelo, a trabajar como actor y director en el Parakultural y Babilonia, espacios que, en la salida de la dictadura de 1976-1983, propiciaban montajes, encuentros y convivencias. Allí fue a parar, por ejemplo, uno de los símbolos del under teatral bonaerense de los años 80, el actor, escritor y guionista uruguayo Alejandro Urdapilleta, quien, junto con Salvador Batato Barea y Humberto Tortonese, contribuyó en forma decisiva a la consolidación de un teatro experimental y marginal, con una estética incierta que emergía en el contexto de una democracia aún vacilante.

Años después, el director admite que fue mucho más constante con el teatro que con el cine: “Hice algunas películas a las que pude encarar como a las obras, o sea, como aventuras, con la necesidad de cambiar algo en mi vida o en mi entorno. Yo creo que el cruce de lenguajes vino conmigo; no puedo dividir una cosa de la otra y me siento cómodo en esa zona franca en la que todo se puede combinar. Es el cine, es la música, es la tele, es la poesía, es internet. Y en el teatro está todo del modo más vital”.

Youtube, retratos y deseo

Así, Tarrío, más próximo a la escena -aunque haya participado en el Bafici con su película Una canción coreana (2014) y trabajado como guionista en la serie de la televisión pública argentina Los siete locos, basada en la novela homónima de Roberto Arlt-, llevaba adelante un taller con Eddy García y Guadalpue Otheguy (el primero es ahora protagonista y coguionista de Todo piola; la segunda es cantante y compositora en la obra). Allí comenzaron a trabajar sobre poemas de Blatt y sobre ciertos personajes históricos y contemporáneos. La primera vez que el director se acercó al poema que terminó definiendo el rumbo fue por Youtube, cuando alguien no identificado filmó a Blatt leyéndolo. “Me conmovió mucho -dijo Tarrío a la diaria-. Después seguí viendo, escuchando y finalmente leyendo sus poemas en el libro Increíble [2007] y, tiempo después, en la compilación que se editó el año pasado, Mi juventud unida”.

Hace unos años, se interesó por el ejercicio del retrato y le dedicó una serie documental a una familia de fotógrafos santafecinos (Foto Bonaudi, 2006). En ese interés, no sólo por el resultado artístico sino también por el vínculo entre el fotógrafo y el retratado, se puede rastrear la huella de su aproximación a la obra de Blatt y a una poesía que surge de una observación de lo más próximo que constituye, a la vez, una transformación de la realidad. El dramaturgo reconoce que en aquel trabajo sobre un estudio fotográfico familiar se concentró en la situación de la sesión que produce el retrato, así como en la vulnerabilidad del vínculo entre quien está detrás de la cámara y el fotografiado. “En las obras que hice posteriormente es cierto que algo de ese ritual aparece -admite-, porque los poemas también son capaces de detener el tiempo y de amplificar el instante, como la fotografía”.

Desde esa complicidad, Tarrío y García comenzaron a consolidar una obra, a partir del encuentro entre un hombre (el propio García) y una mujer (Quillén Mutt Cantero), que, según anuncia la gacetilla, sugiere a la vez un amor gay; con el aporte musical de Otheguy, y en un territorio de intersección del teatro, la danza y el musical, se transita un encuentro amoroso y se disecciona ese vínculo, desde lo afectivo y lo erótico.

En palabras de su director, Todo piola “esquiva, como puede, las agendas del género y la diversidad. Trabajamos en improvisaciones con Eddy García, con un disparador muy distinto en relación con las pinturas de Daniel Santoro [conocido porque en los años 90 deslumbró, por ejemplo, con una graciosa revisión de la historia argentina según Billiken], especialmente las del mundo infantil del bosque peronista y Ciudad Evita. Como hace dos años todo nos sonaba muy coyuntural, recurrimos a Blatt como para sacudir un poco el proceso. Con la inclusión de Guadalupe Otheguy en la composición de las canciones y de Virginia Leanza en el diseño de movimiento, todo comenzó a ser bien físico. Y recién entonces se suman Carla di Grazia y, más tarde, Quillén Mutt Cantero, que asumen el rol alternativamente. Felizmente, todas las líneas se fueron amalgamando y, con el tiempo, Todo piola terminó reflejando una posición nuestra frente al deseo en todos los niveles posibles, que incluyen el histórico y el político”. Tarrío explica que se trata de teatro danza, de teatro musical o de una fábula de superacción con chimpancés bonobos, anclada en el conurbano bonaerense. Esta es la definición con la que se queda.

En una entrevista divulgada en el sitio de internet del teatro Solís agrega que los barrios que se incluyen en la obra son los de los actores, y que, con el tiempo, la pieza se fue poblando de experiencias de los propios personajes, filtradas por la poesía de Blatt y por el recorrido en conjunto. Pero aclara que no se trata de una obra documental “en la que se cuenta la vida de los protagonistas en primera persona, aunque los personajes se llamen igual que los actores”, sino que “es un raro punto medio que les permite actuarse a sí mismos y también desdoblarse”. En definitiva, se trata de una historia de amor “muy intensa y muy fugaz, teñida de otros deseos, del barrio y de la ciudad en la que viven los personajes. En un momento de ocio y distensión todo puede suceder, con la persona menos pensada y con niveles de fantasía disparados al máximo. Si bien es un momento de intimidad, en Todo piola eso casi secreto que sucede entre dos busca la identificación con el presente de todos: el de compartir un tiempo juntos en una sala de teatro”.

El contexto político y sus relecturas

Por la web circula una frase que dispara uno de los personajes de Todo piola: “Vamos a matar al presidente”. Tarrío aporta un poco de precisión y desmonta la referencia a Mauricio Macri al señalar que en rigor la frase es “Vamos a matar al presidente de los Estados Unidos”, y que los personajes de la obra “lanzan fantasías de película todo el tiempo”, además de que “alardean para seducirse”, apelando a “barbaridades”. De todos modos, consultado sobre el proceso político y social que vive Argentina -obvia razón por la que algunos reinterpretaron la referencia de “al presidente”-, responde que cuando Macri reemplazó en el gobierno a Cristina Fernández de Kirchner todo se resignificó. Y, a la vez, “volvió con más fuerza el germen inicial de la obra”.

“En lo personal -dice-, estoy muy preocupado por la política excluyente del nuevo gobierno. Respecto de la política de derechos humanos y la cultural, hubo un momento muy oscuro en la inclusión de [Darío] Lopérfido, como si se hubiera intentado la instalación (nada menos que desde el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires) de un nuevo paradigma, de un modo muy violento y muy torpe. En Todo piola se incorporó un momento en el que nos permitimos aludir en forma bastante directa a la actualidad, con un monólogo político bien elástico que vamos modificando antes de cada función”.

Tarrío ha sido definido como uno de los realizadores más personales de la actual escena argentina. Consultado sobre cómo se vincula con las etiquetas, responde: “Establecer la autoría y el sello no es tarea fácil, y muchas veces eso se adjudica a la figura del director. Yo me hago cargo de ese rol, no reniego para nada, porque además me gusta mucho hacerlo y seguramente tengo algunas constantes o marcas. Pero los proyectos, y Todo piola es un buen ejemplo de eso, están construidos con aportes de muchas personas, y creo que la singularidad tiene que ver con eso”. Ese sello al que se refiere, y acerca del cual algunos críticos subrayan una lograda tensión narrativa, ha asimilado tradiciones diversas, y entre ellas varias procedentes de Uruguay. De hecho, cuenta que en su adolescencia se fanatizó con Leo Maslíah y, más adelante, con Gustavo Pena (El Príncipe), además de haber sido lector de Felisberto Hernández y de Mario Levrero, y de seguir el cine de Federico Veiroj (Acné y La vida útil).

Mañana, junto a Virginia Leanza, ofrecerá un seminario intensivo de composición escénica en el Solís, con un formato cercano al taller, en el que ambos se proponen trabajar con poesía uruguaya como modo de intercambiar y aproximarse al mundo del teatro montevideano. Transitando ese camino, Tarrío estrenará en setiembre una versión de El vestido de mamá, de Dani Umpi, libro infantil que Criatura editora publicó en 2011, en el que Umpi esquiva las imposiciones de género, evitando palabras como “varón”, “mujer”, “nene” o “nena”, lo que transforma al cuento en una buena oportunidad para debatir sobre lo diferente y las nociones de género.

“Un buen nadador, / un chico del interior andando en motito de delivery. / Un montoncito de yerba usada tirada atrás de un campo de deportes. / Un pibe con buzo de Tigre andando en bici por la plaza de Lobos. / Un campo de deportes a las cinco de la tarde [...] El Paraíso, / el Espacio Exterior, / las cosas que nadie entiende”, dice uno de los poemas de Blatt. Del mismo modo, parece que Tarrío apuesta por un teatro de riesgo y conmoción, muy próximo a esos flashes compuestos por escenas mínimas, que sólo es posible retener por segundos. Y él evita que se disgreguen y se pierdan en un vaivén que nadie entiende, o en el sinsentido de la vida, “ese juego tan raro que practican los demás”, como decía otro argentino.