“El gran problema de Jorge con respecto al pequeño... ¡Ja, ja, ja, ja!... con respecto a nuestro hijo, nuestro magnífico hijo, es que en lo más profundo de su naturaleza más íntima no está del todo seguro de que sea su hijo”. A partir del diálogo y de un ámbito doméstico, Edward Albee reconfiguró el panorama de la dramaturgia estadounidense, poniendo en evidencia la insalvable incomprensión e incomunicación humana por medio de un enfoque fundamentalmente lúdico, incluso sobre situaciones complicadas. Por ejemplo, en La cabra o ¿Quién es Sylvia? (2002), sobre un hombre enamorado de una chiva, que plantea un conflicto familiar y quiebra las normas rígidas de una sociedad aún hechizada por el sueño americano. El viernes, a los 88 años, el ganador de tres premios Pulitzer y autor de obras maestras como ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (1962) murió en su casa de Nueva York.

Desde los años 60, fue una presencia constante en la cartelera uruguaya: ¿Quién le teme a Virginia Woolf? fue un cimbronazo, a partir de una pareja que se embarca en una guerra furiosa y que, junto a un matrimonio amigo, va derrapando en juegos crueles y bizarros. En 1968, Antonio Larreta dirigió la primera versión local, en 1989 la hizo Júver Salcedo, y en 1994, Jorge Curi. Luego vinieron El cuento del zoo (1969, Carlos Aguilera), Todo en el jardín (1972, Laura Escalante), Todo terminó (1980, Salcedo; y 1990, Eduardo Schinca) y Tres mujeres altas (2001, Nelly Goitiño); en 2010, Mario Ferreira dirigió La cabra..., y cuatro años después, Paisaje marítimo, que explora una vez más la pareja y los vínculos humanos.

Albee nació en Virginia en 1928, y pocas semanas después fue dado en adopción a una familia neoyorquina, con la que vivió hasta su adolescencia. Compartió generación con otros pesos pesados como Tennessee Williams, Eugene O’Neill y Arthur Miller, y escribió a los 11 años su primera pieza, Aliqueen, una farsa erótica en tres actos. Lo echaron de la Universidad de Columbia y se dedicó a vagabundear por los barrios más impensados, alternando changas como vendedor, mandadero y oficinista, hasta que comenzó a pisar fuerte en su crítica a los estereotipos de la burguesía estadounidense y los hábitos impuestos por los medios y la publicidad.

El primer Pulitzer lo ganó por “el mejor drama” de 1967, Un delicado equilibrio. Los otros, por Paisaje marítimo (1975) y Tres mujeres altas. Pero no siempre le fue tan bien. En 1963 adaptó con escasísimo éxito la notable novela La balada del café triste, de Carson McCullers, y terminó de hundirse con su versión de Malcolm, de James Purdy, y de los diálogos de Desayuno en Tiffany’s, de Truman Capote, para un musical que ni siquiera llegó a estrenarse. Albee, que afirmó: “La diferencia entre los críticos y la audiencia es que unos son un grupo de seres humanos, pero la otra no”, se mantuvo firme en su provocación al público. Contribuyó a la consolidación del off Broadway y, en poco tiempo, su nombre recorrió el mundo.

En La cabra... volvía a señalar lo inútil que se había vuelto la tragedia para relatar un drama familiar, en una época en la que la vida y los vínculos se habían vuelto demasiado absurdos. Albee lograba una mezcla inusual de lo lúdico, lo complejo y el cuestionamiento a estilos de vida impuestos, construyendo historias que se abrían como un abanico, tenían giros inesperados y causaban sonrisas e inquietud a quienes comprendían sus denuncias.