¿Qué muestra en Uruguay?
-Lo último que he trabajado. Estuve dos meses en residencia en el CCE y preparé gran parte de lo que hay ahora allí y en Xippas. En el CCE di también un pequeño taller con artistas uruguayos y mostramos el resultado, un políptico, una especie de collage de cuadros, muy vibrante. Algunas obras las terminé en Mallorca, pero todo está pensado desde aquí y para aquí. Es una exhibición doble pensada para los lugares expositivos.
Por supuesto, su medio expresivo favorito es una abstracción gestual, no sé si expresionista, pero sí tendiente al informalismo...
-Ahora es un expresionismo más contenido, pero siempre abstracto. De mis cuadros no se puede sacar ningún parecido con paisajes, ni nada de eso. Lo que quiero es plantearles a los espectadores imágenes que no dependan del conocimiento, del parecido ni de la simulación. Que sean como rastros, huellas para componer un mundo, siempre distinto según el espectador que mire; por eso la muestra se llama Mundo. Una posibilidad de leer libremente lo que se ve.
¿El abstractismo fue algo que lo sedujo desde el principio de su carrera o llegó con los años?
-Casi desde el principio. Empecé con cosas muy minimalistas; luego, como decías, pasé a obras más gestuales y expresionistas. Ahora prefiero cierta contención y desarrollar una pintura más estable, menos violenta. La única violencia que asumo y que es deliberada está en el color. Para mí no es un elemento que embellezca o adorne, sino un componente estructural y constructivo. En algunos sectores del arte contemporáneo eso no es bien visto, porque se asocia el color con algo decorativo, pero en mi labor es un factor que potencia el trabajo, de hecho lo construye. A veces establezco relaciones difíciles de colores, no armónicas, y es un reto que me interesa mucho, una síntesis de cosas que hipotéticamente no van bien juntas.
Me parece muy interesante que en el grupo Trama [que trabajó de 1972 a 1978 en España y del que Broto formó parte junto a Gonzalo Tena, Javier Rubio, Xavier Grau y Federico Jiménez Losantos], se haya dado una mezcla de hacer pictórico y pensamiento crítico y filosófico. ¿Cómo ocurrió?
-Teníamos como referente al grupo de pintores franceses Support-Surface, que publicaba la revista Peinture, cahiers théoriques, imbuida de marxismo y psicoanálisis. Lo que hacíamos con Trama era casi, por medio de la teoría, explicar la pintura, a nosotros mismos y a los demás, antes de que lo hiciera un historiador o un crítico. Casi importaba más lo que uno escribía que lo que pintaba. Fue un momento frenético. Además, vivíamos en Barcelona, donde el arte conceptual capitalizaba la escena artística, y defendíamos la pintura como una opción válida en contra de los conceptualistas, que no la valoraban. Afortunadamente, tuvimos la amistad y el apoyo de Antoni Tàpies, que nos consiguió importantes espacios expositivos y escribió un texto sobre nuestro trabajo. Él también, como pintor, estaba un poco arrinconado, pese a su fama.
Ya no hay ese tipo de fricciones...
-Ahora cambió mucho, el arte no es tan dogmático como entonces. Era terrible, si uno estaba con un bando, en forma automática estaba ferozmente en contra del otro. Hoy todo el mundo puede hacer lo que quiere.
Pero es interesante cómo ustedes usaban la teoría –un “arma” del conceptual, vale decir, del “enemigo”- para defender la pintura.
-Sí, pero todo era muy radicalizado. Aquellos veían un bastidor y les salían granos... una cosa totalmente estrambótica, ahora todo es más suelto. Por otra parte, en los últimos 20 años ha habido una fuerte conceptualización del hacer artístico. Como dice una crítica española, rige el citacionismo, no puede haber una exposición de arte sin por lo menos cinco hojas explicándola.
Aunque un poco ocultos, en algunos de sus cuadros me parece que emergen rastros de la otra vertiente abstracta, la geométrica. ¿Es así?
-Velados pero presentes, sí. A veces creo armonías complejas con los colores y la estructura dialoga con eso, hay un orden geométrico y el color que todo lo desborda; es una síntesis difícil. Está en relación con lo que es la vida, dialéctica entre orden y caos, a veces imposible de sintetizar, pero hay que tratar de mantener el equilibrio hasta donde se puede.
Experimentó tempranamente con lo digital. ¿Por qué le interesó?
-Porque me estimulaba, me interesaban ciertos programas informáticos, pero siempre desviándolos de su función originaria. Eran para diseñadores o arquitectos, pero los usé para la pintura; forzándolos un poco puedes lograr efectos bien interesantes. Me gusta mucho el digital porque es muy rápido, versátil, puedes hacer variaciones en segundos, tienes millones de colores, y además nunca se te acaba el rojo... Lo sigo usando, aunque en Mundo no hay nada de él.
Tras décadas de permanencia en el mundo del arte, ¿ese tipo de abstracción es todavía liberadora? ¿Cuál es su significado hoy? Ya no hay lucha entre figuración y abstracción.
-Claro, no es una cuestión candente. De hecho, hay artistas que pasan de la abstracción a la figuración sin ningún problema. Es un momento mucho más liberal. Para mí la abstracción sigue siendo liberadora, yo me lo creo y ahí sigo.
¿Y el público cambió?
-Ahora se aceptan muchas más cosas, aunque para cierto público aún es difícil aceptar a... no sé, Picasso. Algunos ni al cubismo han llegado. Cambió una parte de la sociedad, pero hay otra que no cambiará nunca: si no reconoce las cosas o no le cuentan una historia, no hay manera. Pasa también con otras disciplinas, como la música contemporánea.
¿Cómo ve la situación del arte en un momento de evidente crisis en Europa, tanto económica como social?
-Hay una gran depresión, seguramente no es una época brillante para un ámbito ni para el otro. Eso pasa tanto en España como en Francia, donde además no les interesa mucho la pintura, pese a la increíble tradición pictórica que tienen. España siempre tuvo dificultades para insertar a sus artistas en el mercado internacional, y Francia hace tiempo que no es el centro mundial del arte. La clase de coleccionistas que antes compraban considerablemente en mi país, digamos los profesionales, no lo hacen más, y por supuesto que los museos y otras instituciones ya casi no adquieren obras.
¿Y de la escena artística latinoamericana qué piensa?
-No la conozco mucho. He visto algunos artistas, cosas interesantes, pero no tengo una idea cabal. Uruguay, por lo que vi, es un país muy creativo, la gente es muy activa; claro que con problemas, pero los hay en Europa también.
¿Hay suficientes relaciones entre España y América Latina?
-No, y es una pena, debería ser algo natural, por compartir el idioma, por la historia. De hecho, uno viene de España y no conoce el lugar, pero lo reconoce. Vas por una calle y de repente podrías estar en Valencia. Sin duda, las relaciones deberían fortalecerse.
Más abstractos
En estos días, uno puede fácilmente armar un pequeño recorrido montevideano por la abstracción contemporánea, con Mundo como única etapa extranjera. En Permanencia y persistencia (Museo Gurvich, hasta el 12 de agosto) hay, además de fotos de Álvaro Zinno y esculturas de Carlos Guinovart, pinturas informales de Eduardo Cardozo, Martín Mendizábal, Fidel Sclavo y Gustavo Serra. También están la personal Eclosiones cromáticas, de Pablo Mailhos (Casa, Rambla O’Higgins 5445, hasta el 15 de setiembre), y varios ejemplos en las colectivas Esbozos intangibles (Subte, hasta el 18 de setiembre) y Blanes ocupado (Museo Blanes, hasta el 3 de octubre).