¿Qué tienen en común Truman Capote, Ray Bradbury, Raymond Chandler y Cormac McCarthy? ¿Qué une a nombres tan disímiles como John Fante, William Faulkner y Kazuo Ishiguro? La respuesta más evidente es que todos son novelistas. Pero, además, todos escribieron, en algún momento y de forma paralela a sus proyectos narrativos, guiones cinematográficos. Ellos trabajaron en largometrajes, pero una nueva camada de autores encontró en la televisión su medio de expresión y de llegada al gran público. Cada vez son más comunes casos como el del francés Emmanuel Carrère (guionista de los primeros episodios de la serie Les revenants) o Nic Pizzolatto, conocido mundialmente sólo luego de guionar True Detective (aunque ya había escrito libros como La profundidad del mar amarillo -2004- y Galveston -2010-). Similar al de este último es el caso de Richard Price.

Autor de nueve novelas, entre las que se destacan Clockers (1992, adaptada al cine por Spike Lee en 1995) y La vida fácil (2008), ha guionado películas como El color del dinero, de Martin Scorsese (que le valió una nominación al Oscar), y colaborado en la aclamada serie The Wire, además de ser el cocreador y guionista de la nueva producción de HBO, The Night Of. Los impunes fue su vuelta a la literatura en 2015, después de siete años de silencio, y es una obra maestra en su género, alabada por autores como Michael Chabon, Stephen King y Michael Connelly.

Lo que falta precisar ahora es cuál es “su género”, y en este sentido es que el asunto se complica. En apariencia tenemos una novela policial, un complejo mecanismo muy bien armado, inteligente, ágil. Por un lado, se nos cuenta la historia del sargento de policía Billy Graves, que trabaja en la guardia nocturna de Manhattan, y la del criminal al que nunca pudo encarcelar; por otro lado, la historia de Milton Ramos, un policía resentido que es continuamente acosado por sus fantasmas familiares. Hasta ahí, es un libro que no sale de los parámetros clásicos, presentando dos historias paralelas que en cierto punto convergen. Pero, a decir verdad, el argumento no tiene absolutamente ninguna importancia.

¿Se puede decir que Los impunes entretiene? Sí. ¿Que intriga? Sí. ¿Que emociona? También. Pero hay más, porque Price (que en la versión original agregó a su nombre un curioso “writing as [escribiendo como] Harry Brandt”) no se contenta con presentar personajes bien construidos, ambientes creíbles y una trepidante historia de violencia y persecución, sino que, enraizando con la más pura tradición realista inglesa del siglo XIX (Charles Dickens, George Eliot), logra también dar, con la mediación de lo noir, una complejísima visión de la sociedad y de los ambientes que describe con un grado de detallismo sorprendente.

En The Whites (nombre original de la novela, que hace referencia tanto a un término de la jerga policial como al color de la ballena de Moby Dick) estamos ante una Nueva York cosmopolita, construida en una superposición de lenguas, tradiciones y generaciones que se entrecruzan, mezclan y confunden. Además, Price tiene la habilidad de agregar detalles que aportan a la verosimilitud, creando un espacio ficcional creíble y vivo, dando a esas pinceladas de “realidad” significados más allá de la mera decoración. Así, por ejemplo, los hijos del protagonista, dos niños pequeños cuyos nombres -Declan y Carlos- dicen mucho del mestizaje que es la materia prima de la novela, llevan a cabo siempre acciones en un segundo plano que funciona como “música ambiente” (formada por gritos y llantos), perfeccionando los climas narrativos; y el padre del protagonista, Bill Sr -que sufre de demencia senil-, confunde a las personas, llamando a los hijos por el nombre de sus padres, en una traslación que no es arbitraria.

En una de las mesas de la última edición montevideana de la Semana Negra, sobre cine policial, el español Eloy Fernández Porta hablaba del concepto de fatum (el destino para los romanos) como central en el neo-noir. La idea de lo inevitable, que es principal en el concepto de tragedia, actúa moviendo más allá de sí mismos a los personajes, que parecen obedecer a una fuerza que los avasalla. Así, se suma una tercera capa de complejidad a esta novela en la que, como ha dicho Joyce Carol Oates, predomina la ambigüedad: se trata de la discusión sobre conceptos superiores, como la libertad y (sobre todo) la justicia en sus más variados matices, fundamentalmente en diálogos de una factura perfecta, que Price ha perfeccionado en su trabajo como guionista. De este modo Los impunes logra trascender su género a tal punto que sobrevive incluso a la penosa traducción (que mezcla palabras del argot español con vocablos rioplatenses, arruinando el ritmo logradísimo del original) y se posiciona como una de las mejores novelas del año.