En un año repleto de efemérides literarias (180 años del nacimiento de Gustavo Adolfo Bécquer, 100 de la muerte de Rubén Darío y 400 de las de Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega), las celebraciones de la memoria de Jorge Luis Borges, a 30 años de su muerte, han poblado los últimos meses. María Kodama, su viuda y albacea, ha organizado este año una serie de conferencias, ha acompañado otros múltiples actos conmemorativos y exposiciones en honor al escritor argentino y ha publicado un libro, el primero enteramente de su autoría: Homenaje a Borges.

Desde el 14 de junio de 1986, cuando Borges murió en la Ginebra de sus años de estudiante, Kodama ha sido no sólo la responsable de sus derechos de autor, sino también el centro de una serie de intensas polémicas que llenaron de titulares los diarios de medio mundo. La más reciente, con Pablo Katchadjian a raíz de su experimento literario El Aleph engordado, logró poner en discusión asuntos tan complejos como los conceptos de autoría y de originalidad (y, por lo tanto, de plagio), pero años antes había ya participado en una fuerte discusión tras reeditar, contra el deseo manifiesto de Borges y para regocijo de sus lectores, inhallables libros de juventud como El tamaño de mi esperanza o Inquisiciones, y en una injuriosa campaña post mortem contra Adolfo Bioy Casares (que tuvo su ápice en 2012, cuando dijo que era “el Salieri de Borges”) y su albacea Daniel Martino, a raíz de la publicación de Borges, un revelador diario íntimo de más de 1.500 páginas, dedicado a una colaboración literaria y a una amistad de más de 50 años entre ambos escritores. Kodama tomó su primera gran decisión polémica ya en 1986, cuando decidió terminar con una extensa relación y un acuerdo que Borges tenía con su primer traductor inglés, Norman Thomas di Giovanni, con quien había trabajado a la par para establecer las versiones de sus obras en la amada lengua de su abuela paterna (auténticas reescrituras en muchos casos), que hoy están fuera del mercado, dejando al público angloparlante a merced de traducciones infamantes como las de Andrew Hurley.

Este Homenaje a Borges, no obstante esas cuestiones, pudo haber sido un libro maravilloso. Kodama, quiéranlo o no sus detractores, fue una persona fundamental durante muchos años en la vida de Borges (cuando lo conoció, ella tenía 16 años) y por lo tanto una testigo privilegiada de su intimidad. Ese es el motivo por el cual este libro, que reúne una serie de conferencias dadas por ella (conjeturalmente) alrededor del mundo, podría haber sido una oportunidad especial para acercarnos a un Borges más humano (como lo hicieron, por ejemplo, Emir Rodríguez Monegal y Silvina Ocampo), sin la necesidad de caer en la vulgaridad. Pero, salvo en algunos fragmentos especiales e importantes, la autora dedica la mayoría de sus charlas a analizar la inmensa obra de Borges, esbozando en la mayoría de las ocasiones la introducción a algún tema de manera muy insatisfactoria, porque no logra ser del todo introductoria pero tampoco plantea un acercamiento novedoso ni en profundidad.

Así, el libro está dispuesto en capítulos como “La memoria”, “Borges y los libros”, “¿Qué es el tiempo?”, “Borges y el Golem” o “Lo fantástico”, que prometen desde sus ambiciosos títulos un acercamiento a alguno de los grandes asuntos sobre los que Borges escribió durante toda su vida, pero lamentablemente la promesa queda en eso, porque lo que se ofrece es una caótica acumulación de transcripciones que no han sido editadas de ningún modo, y eso determina que no sólo haya errores de puntuación o de concordancia, producto del traspaso descuidado del código oral al escrito, sino también confusiones acerca de los títulos de los cuentos comentados, ausencia de versos en los poemas citados, e incluso errores en fechas históricas (dice, por ejemplo, que Alejandría fue fundada en el siglo XV y que Francisco Laprida murió el 22 de noviembre de 1829). Siguiendo esta enumeración del caos, salvo en unos pocos casos no se nos dice dónde y cuándo se dieron las conferencias; personas importantes en la vida de Borges son nombradas sólo por el apellido o sólo por el nombre, para desgracia de los “no iniciados”, mientras que otras fundamentales no son nombradas en absoluto; se cita una diversidad de textos de otros que no aparecen referenciados; y una infatigable acumulación de contradicciones, redundancias y erratas, sumada a los lugares comunes, a los juicios desatinados y a un léxico seudoborgesiano (en el que abundan ornamentales laberintos, tigres y senderos que se bifurcan), termina de arruinar un libro que, aun sin aportar demasiado a los cientos de estudios que la obra de Borges suma cada año, podría haber sido, con capítulos interesantes como “En la penumbra del monte Helicón”, una buena introducción al escritor más genial del siglo XX y se convierte apenas en un gesto más de la novelería editorial.

Homenaje a Borges, de María Kodama

Sudamericana, 2016. 279 páginas.