Alberto Restuccia invita a acompañarlo esta noche, desde las 21.30, en el Centro Cultural Bosch (Gonzalo Ramírez 1826), para una única función de Mi propio “funeral en vida”. A sus 75 años, se siente pronto para ofrecer lo que denomina un “antirréquiem de humor y amor”, en plan de despedida. “La idea parte de hacerlo en vida, porque el tema es que siempre, como dice aquella famosa frase del Corto Buscaglia -‘¡Qué espónsor la muerte!’- se hacen cuando uno no está. También hay una especie de metáfora de los sufíes que dice que cuando yo estoy la muerte no está, y cuando ella está, yo no estoy”. Suena natural viniendo de él. Fue fundador de la compañía Teatro Uno hace ya 55 años, y mantiene desde entonces un revulsivo personaje en el ambiente teatral y los medios de comunicación, que no está dispuesto a perderse el estatus que concede la muerte. “¡Que empiece a materializarse ahora que estoy vivito y culeando!”.

Para preparar seriamente este show de humor, Restuccia utilizó el acceso directo al público que le brindan sus columnas semanales en distintas radios. Así, desde Uruguay y otros países, entre ellos Perú y Australia, le han enviando propuestas de obituario, que fueron parte de los insumos del espectáculo. Pero Restuccia no estaba conforme con tantas loas y tantos “fue un referente cultural”. A sus escuchas de Abrepalabra (Océano FM), Rompekbezas (El Espectador) y Tormenta de cerebros (Radio Uruguay) los alentó a que lo describieran también con sus sombras, como corresponde “a un ser humano”.

Otro punto de apoyo del show serán los invitados especiales, colegas teatreros cuya identidad se niega a revelar de antemano. Mi propio “funeral en vida” será un antirréquiem, como anuncia su intérprete, porque el réquiem lo constituyó, para él, un espectáculo de hace tres años: la pieza El gimnasio, de Gabriel Peveroni, dirigida por una discípula de Restuccia, María Dodera. Entre otras peripecias vitales del autor de Esto es cultura, animal y Salsipuedes, allí se exhumaba el triste final de Casa del Teatro, sede de Teatro Uno. “Eso está en el récord Guinness”, recuerda Restuccia. “La sala tenía dos plateas de hormigón armado; si se quemaba, la estructura quedaba intacta, así que le pusieron dinamita, y la explosión se escuchó desde La Tortuguita, el boliche de la esquina. Es el único teatro en el mundo que dinamitaron; una barbarie”.

Por eso ahora Restuccia se instala en el Centro Cultural Bosch con otro plan, lejos de las lloronas y las elogiosas solemnidades: “Que la gente vaya y lo festeje conmigo”, alienta. Aunque realizará este acto de desaparición en una sola función, piensa seguir repasando unipersonales en la misma sala los viernes siguientes. “Los que tienen vigencia los trato de reponer”, dice. Para el viernes 30 anuncia El uruguayo, que el franco-argentino Copi (Raúl Damonte Botana) escribió cuando veraneaba en nuestras costas. “La hice en el Museo del Vino hace un tiempo. Es una investigación sobre el lenguaje, sobre palabras que van desapareciendo y otras que toman su lugar. Y tiene el humor negro de Copi”, nos recuerda.

Con tiempo para reponer monólogos y ponerles el cuerpo, con funeral adelantado o sin él, Restuccia sigue agendando actividades. El año que viene aceptará la invitación a dar un seminario en la Tecnicatura Universitaria en Dramaturgia, recién presentada en sociedad. “Nací en 1942, cuando Hitler invadía Polonia, y los dramaturgos de mi generación fuimos autodidactas”, resume, dispuesto a transmitir nuevamente su más de medio siglo de vida en las tablas.