¿Por qué cantás tango?

-Yo canto desde niña -en mi casa, obviamente-. A los 15 años entré a la Antimurga BCG e hice un montón de carnaval con ellos. Por esa época también me metí en distintas bandas de rock, blues y millones de cosas. Cuando tenía 17, por ejemplo, me llamó Herman Klang para integrar una banda que tenía él, en la que cantaba [Gustavo Pena] el Príncipe. La banda estaba bárbara, pero era muy rara la música que hacíamos; sólo iban músicos a los toques. De todos modos, ninguno de esos proyectos era mío. Me costó bastante decidirme a armar un proyecto y elegir las canciones que quería interpretar. Por 2005 llamé a un guitarrista, Eduardo Mauris, hice una lista de temas que quería cantar por simple gusto personal, y resultó que 80% eran tangos. Es la música con la que me siento identificada para cantar, pero no quiere decir que no escuche otros géneros.

El ambiente del tango suele tener ribetes conservadores. Cuando empezaste a cantar, ¿sentiste prejuicios por ser mujer?

-No tanto por ser mujer, sino por la edad. Cuando arranqué tenía 25 años, y siempre parecí más chica; entonces, era como una nena que estaba cantando tango. Sentí un poco el prejuicio: “Está bien, pero todavía te falta mucho, nena, tenés que aprender un poquito y curtirte por la vida”. Todo eso de que “el tango te espera y lo vas a entender cuando seas más grande”. Yo siempre fui un poco en contra de esa idea, porque las vivencias no tienen que ver con la edad, sino con lo que te tocó. Capaz que tenés 70 años y no viviste un carajo. O tenés 20 y te ha pasado de todo en la vida.

Ya en tu primer disco grabaste una versión de “La bestia pop”, de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. ¿Cómo surgió hacer ese tema?

-Un día agarré la guitarra en mi casa y me puse a jugar con la canción, a tirarla más lenta: primero como un bolero y después se transformó en una milonga. El arreglo lo hizo Fredy Pérez, un guitarrista que es un crack. Pero en realidad, desde que empecé a tocarla en vivo -lo hacía yo sola con la guitarra-, siempre funcionó muy bien. Pasa algo raro con esa canción, porque hay gente grande que no sabe quiénes son los Redonditos de Ricota y no conoce el tema. Entonces, me dicen: “Qué buena esa canción. ¿Es tuya?”. Y también pasa lo contrario, gente que recontraconoce la canción y que me dice: “Qué buena que está esa versión, nunca había entendido qué decía la letra en esa parte”. Y con los tangos clásicos pasa al revés: gente súper joven que quizá nunca escuchó “Haragán”, por ejemplo, que no es demasiado conocido -aunque lo cantaba Gardel-, y se mata de la risa con la letra.

Al interpretar un tango de Gardel, ¿no sentís un peso extra? Porque hay como demasiado mito detrás.

-Al principio, cuando empecé a cantar ese tipo de tangos, capaz que me pesaba. Ahora trato de disfrutarlos. De hecho, en el último disco [De saltos y otros vientos] hicimos “Volver”, que es un tango recontratrillado y recontracantado, pero nuestra idea para hacer el arreglo fue sacarlo de los lugares comunes con los que se ha interpretado siempre, cantado fuerte. Tratamos de rescatarle la parte dulce de la melodía, y la letra, que es alucinante. Actualmente es una de las canciones del repertorio que más le gusta tocar a toda la banda.

El tango tiene muchas letras que son políticamente incorrectísimas desde el punto de vista de la igualdad de género y que tratan de forma despectiva a la mujer. ¿Cómo abordás ese tipo de canciones? Por ejemplo, “Chorra”, de Enrique Santos Discépolo, que tiene implícita una generalización bastante complicada: “Ahura / tanto me asusta una mina, / que si en la calle me afila, / me pongo al lao del botón”.

-“Chorra” lo canto y me mato de la risa. Lo tomo como algo jocoso y divertido; en cierta forma, ridiculizándolo. Disfruto mucho de cantar “Chorra” o “Tu perro pekinés”, que tiene esa letra que también va por ese lado, del tipo abandonado por la mina que lo dejó tirado en la calle y le sacó todo. Por otra parte, como compositora, le puedo dar lugar a otro tipo de letras. Hay una milonga nueva, “Simplemente”, que la estamos tocando desde el año pasado y trata sobre el acoso callejero a las mujeres. También, cantado y dicho desde un lado jocoso y divertido, pero trata ese tema. Entonces, me parece que en vez de mirar para atrás y quejarnos “Ay, qué horrible el tango, que siempre no sé qué y no sé cuánto”, hay que empezar a hacer cosas distintas.

Has girado mucho por Europa, en países que uno imagina un poco extraños para el tango, como Finlandia, Dinamarca o Polonia. ¿Cómo reaccionan esos públicos?

-El año pasado fuimos al Festival de Tango de Finlandia como representantes de Uruguay. Para ellos el tango no es nada extraño. Es un país que tiene unos 6 millones de habitantes y la movida del tango es realmente impactante. Fuimos a tocar a un programa de la televisión pública finlandesa que tuvo una audiencia de 1.300.000 personas. El tango finlandés es distinto al nuestro: es más parecido a una marcha militar, muy marcado en el tempo. Yo no tenía idea de cómo era la movida ahí, y cuando llegamos a donde se hacía el festival -Seinäjoki, a dos horas y media de Helsinki-, era una ciudad prácticamente muerta, pero después cayó gente de todos lados; fueron más de 250.000 personas. En Dinamarca estuve en el Festival de Jazz de Copenhague. Ahí hay muy pocos latinos: la mayoría son daneses que se cuelgan y son súper agradecidos; es un lindo público, muy amable. En Suecia es distinto porque hay colectividad uruguaya y argentina. Y en Polonia les gusta mucho el baile, bailan todo lo que tocás, y les encanta.

Grabaste tu primer disco con respaldo del Fondo Nacional de Música [Fonam]. ¿Cómo ves ese tipo de apoyo económico a la música? ¿Es más necesario de lo que parece?

-Sí, es súper necesario. De hecho, mi primer disco no lo podría haber grabado sin apoyo del Fonam porque no tenía el dinero necesario. Es muy importante, pero a veces pasa que cuando empezás a ser más conocido -Uruguay en eso es un poco cruel-, se te recortan y limitan determinados apoyos, porque las personas que evalúan dicen: “Esta persona ya llegó, ya está, lo puede hacer de otra forma, sin nuestro apoyo”. Pero a veces no es posible, y ese apoyo quizá sigue siendo tan importante como para una persona que está arrancando. Porque los proyectos van creciendo, uno aspira a otro tipo de cosas, y también está bueno que eso se apoye. Cuando vamos a Europa, nos pasa eso. Es la cuarta gira que hago y he recibido apoyos, pero este año se complicó.

¿No te dieron apoyo?

-Casi nada. Pero la vamos a hacer igual, y a remarla. Está bien, capaz que este año les toca a otras personas. Lo que pasa es que los recursos son tan limitados que tienen que elegir a quién le dan lo poquito que hay.

¿Cómo ves tu carrera dentro de diez años?

-Buena pregunta. No tengo la más pálida idea. Quiero crecer un poco más a nivel internacional. Eso me interesa mucho. Uruguay tiene un techo hasta donde podés crecer, y después es necesario abrirse para otros lados, porque si no, te quedás estancado. Ponerte otro tipo de desafíos te estimula a seguir creciendo. Ahora nos vamos a la cuarta gira. El año pasado, cuando terminé, dije: “El año que viene no me voy”, porque terminé muerta de cansada. Pero las cosas se fueron dando y decidí hacerlo de vuelta. Esos son desafíos que me estimulan mucho. Así que me imagino seguir tocando y viajando por ahí.

Capaz que dentro de diez años volvés al rock o al blues.

-No creo, porque el volumen fuerte arriba del escenario ya no lo banco.