Rodrigo Chávez, conocido artísticamente como DJ RC, llega a la puerta del bar Manchester estacionando hábilmente en reversa. Le pregunto, tomando nota de la raqueta, la pajarera, la corneta y toda una serie de elementos oxidados atados a la baca de su fitito amarillo, si viene de una fructífera jornada de requecheo en la feria de Tristán Narvaja, pero me explica que todo eso forma parte de una decoración rat style, que se caracteriza por la aplicación de chatarra y accesorios herrumbrados al vehículo. Tenía un pollo de goma atado a la baca y a alguien se le ocurrió robárselo (“robarse un pollo de goma, hay que ser muy hijo de puta, ¿no?”).

Detrás de la espesa barba y el tono siempre amigable y relajado, con el que se le escapa a cada rato un “dale gas” como principal muletilla, DJ RC es quizás uno de los ejemplos más paradigmáticos de artista total dentro de la cultura hip hopera. En el bingo del género tiene el cartón lleno: comienzos como skater en 2005; primeros versos como MC en la banda Los Orientales; break dance, cuando todavía se llamaba “bailar piso” y se irrumpía en cualquier espacio de fiesta, ya fuera que sonara Machito Ponce o Elvis Crespo; pinchar temas para los B-Boys; laburo como DJ en Cucaracha Soundsystem; adiestramiento en el scratch; del scratch a la composición de beats; y todo eso hasta llegar al arte grafitero y a ese pollo dibujado por él, que me mira impasible desde la chapa pastel de la puerta del conductor.

Su vida siempre estuvo vinculada con los autos; tanto él como su hermano, y antes su padre, han trabajado en un taller mecánico. Eso y el rat style pueden parecer detalles accesorios, pero el otro trabajo de DJ RC -por el que lo conoce la mayoría de la gente- tiene mucho de revolver entre la basura. En un entorno actualmente más dividido entre las cada vez más resonantes bases electrónicas y minimalistas (con la explosión del trap como uno de sus mascarones de proa) y la vieja escuela, más fiel a grooves gruesos de la base funk o soulera, su composición de beats tiene la extraña peculiaridad de que estos parecen salidos de otro lado completamente distinto. El EP Venta de garage (2015), posiblemente su trabajo más elegante y redondo hasta el momento, tenía una homogeneidad sonora basada en sampleos de cortes jazzeros y marcada por una riqueza tímbrica deslumbrante, que, en su placidez y melancolía (y entremezclada con el rapeo distintivamente sereno y metódico de Leandro Hache Souza), parecía un espejo fragmentado de varias películas de los años de oro de Hollywood. Así dicho, parece que fuera pulcro y terso, pero el disco combina esa elegancia con un sonido sucio, a menudo con recortes ásperos y repetitivos. “A mí me gusta lo sucio, en realidad -dice-. Si me gusta algo de un disco que tiene una llovizna de mugre, no lo aparto; todo lo contrario, capaz que le mando una bata súper limpia y dejo la base toda mugrosa, es lo que me gusta más”.

Más allá de esas marcas de estilo, su sonido varía notoriamente en función de los múltiples proyectos en los que participa. Actualmente está trabajando para el rapero peruano Dedos, el variopinto grupo Intercomunicación Extraña y la rapera Eli Almic, con quien estará presentando hoy a las 21.00 horas, en la sala Camacuá, su nuevo álbum Hace que exista.

Sobre ese trabajo cuenta: “Cuando conocí a Eli, venía de hace tiempo con ganas de hacer beats medio tranquis, pero todos los raperos de la vuelta andaban con ganas de cosas más fuertes, beats para llenarlos de rap. Para ese otro sonido que buscaba no me inspiraba nadie, porque ¿a quién se los podía dar? De Eli me gustó cómo se soltaba a la hora de rapear algunas estrofas y de repente hacer algo más cantado. Para mí eran cosas nuevas y sentía que el beat tomaba otra forma, que iba más a la par de la música. Ella está mucho más suelta y, aparte de lo que quiera contar, le agarró mucho la mano a saber qué es lo que puede hacer y hasta dónde puede llegar”.

En la cultura hip hop son escasos los beatmakers (quienes hacen las pistas sobre las que los raperos tiran sus versos), y se apela cada vez más a bajar directamente bases de internet para ahorrarse esa división del trabajo en la producción. En la revolución todavía silenciosa del hip hop en Uruguay, la demanda de beatmakers como DJ RC hace que estos deban evaluar con quiénes colaboran. “Si fuera por mí, grabaría con todos y sería el beatmaker más feliz del mundo. El tema es que somos gente que trabaja ocho horas en cosas que no nos gustan, y hacemos esto en nuestros tiempos libres. Antes me gustaba más fijarme en el flow del MC; después uno aprende a producir y a trabajar en la movida, y hoy me está interesando más qué tenés para contar, y cómo te envolvés con el beat. A veces tenés cosas re interesantes para contar, pero no te entendés con el beat. Yo laburo independientemente con varios, entre ellos, Intercomunicación Extraña; y los pibes me volaron la cabeza. Con ellos, en los beats puedo explorar un montón de cosas re oscuras, en su forma más rara. Me dieron esa libertad de hacer lo que a mí se me antojaba”.

Considera que ese modo de hacer dialogar contenido con forma va más allá de cierto ajuste estandarizado a procesos formales. “De Intercomunicación Extraña lo primero que me llamó la atención fue uno de ellos, el Gogo. Uno está acostumbrado a escuchar a MC que caen siempre a ritmo, ¿no? Pero el Gogo siempre caía tarde o antes, o a veces se olvidaba del beat, quedaba totalmente fuera de tempo y por momentos se acomodaba, pero para mí eso estaba de más, tenía mucho que ver con lo que decía. Era re loco. Le comenté: ‘No te tengo que decir nada, para mí es así, como lo hacés’”.

Corazón de vinilo

“Ahora quedó medio en la nada algo con Dedos; hicimos un disco que se llama Al morir el sol, que es todo con un aparato nuevo que me compré, un MPC, que trabaja con disquete, a base de sample. Te permite choppear [recortar una parte para hacer el loop que se repetirá a lo largo de la canción], y le metés cualquier disco, le mandás los RCA al aparato y te permite grabar el pedazo que quieras, recortarlo y mandarlo a cada pad [una suerte de batería electrónica en la que se le asigna un sample a cada botón]. Es un aparato analógico y tiene un sonido que está muy lindo. Es como haber jugado al Xbox y pasarte al Atari”.

DJ RC tiene una fascinación por lo viejo, y hace relativamente poco seguía trabajando con la versión 4 del programa Acid Pro, cuando este ya andaba por la 10. “No sé nada de teoría musical, ni siquiera sé tocar un instrumento -señala-. Lo mío es a base de sample, pongo el tono o algo, pero al sample capaz que apenas le meto un bajo”. Esto contradice un poco el especial respeto que le tiene al scratch.

“El gran problema es que en Uruguay no suele haber eventos que fusionen todo lo que hace al hip hop. Hay de raperos, batallas o competencias de B-Boys, pero generalmente por separado. Los DJ estamos quietos, para mí falta un bombazo en lo relacionado con nosotros. El DJ, si no hay eventos, no tiene mucho más para mostrar. Somos muy pocos y falta pila de escuela, sobre todo en el tema del scratch. El DJ de rap puede ser cualquiera, sólo se necesita una persona atrás que le de “play” a la pista. Si se la juega a mover el disco, puede meter unas cosas. El scratch es otra cosa, tiene todo un aprendizaje, es un instrumento. La gente te ve y te dice “ah, el wikiwiki ese”, pero si estás con alguien que sabe lo que está haciendo, fraseás una parte y el tipo va a frasear la misma, el tono se lo da la velocidad de la mano. Hay algunos ejercicios de scratch que son casi calcados de ejercicios de bateros”.

Si bien el beatmaking es lo que más lo ha posicionado en los últimos años, Chávez parece tener una militancia específica con respecto al trabajo detrás de las bandejas. Cuando se le pregunta qué es lo que hace la diferencia en un DJ, dice: “Puede ser bueno porque tiene rítmica, pero capaz que anda bien en cómo frasea y sólo está haciendo lo mismo, sin variar de técnica. Fuimos con Juan Pablo [Testa] a ver a Mix Master Mike, que fue mi inspiración cuando vi el clip de“Three MC’s and One DJ” [de los Beastie Boys], pero que tal vez en lo técnico no está tan zarpado como, por ejemplo, DJ Qbert, un tipo que lo ves y te das cuenta de que ya las hizo todas. Teniendo conocimiento de sus técnicas, cuando vas a ver a un DJ podés reconocer pila de técnicas que descubrís y te permiten entender lo que hace. Pero en el hip hop podés ver un buen DJ que no es un scratcher”.

Al preguntarle por los DJ locales, dice -acariciándose la barba con seriedad- que a Testa lo considera “el uno, es un tipo que profundiza en lo que quiere hacer y tiene una evolución. Fue con él que conocí el lenguaje del scratch, que va más allá de mover el plato. Después está DJ SH, que es un pibe de Lagomar, se juntaba con nosotros y tuvo su tiempo de aprendizaje re zarpado. Después está el Lazy, que no lo veo muy colgado con el tema del scratch, sino con la producción. Lo que pasa también a veces es que uno aprende una nueva técnica y cuando llega la hora del en vivo te resulta más fácil usar la que tenés recalada. Después de Juan Pablo, SH y el Lazy, está el Sapo, que anda muy bien, pero que no lo vi evolucionar con el scratch en sí; su crecimiento lo vi más en relación con la evolución de la música de su banda, que tiene esa cosa bien barrial, pero usa superbien todas las técnicas que sabe”.

La tecnología va abriendo sus propios caminos, en este caso con Serato, un programa que permite reproducir y scratchear sonidos tirados directamente desde la computadora, evitando el añorado, pero a veces caro y engorroso, uso de vinilos. Chávez parece seguir con su corazón del lado de lo viejo. “Al Serato lo veo muy productivo para bandas, podés lograr cosas mucho más fácilmente, bajar tu música o usar tu propia voz en el disco, pero mató toda la discografía de vinilos. A mí me encanta pinchar. No es lo mismo tener compu, agarrar el tema más pistero, loopearlo y verle la velocidad y dónde está cada golpe en la gráfica, que agarrar un disco y decir ‘la púa la pongo acá’. Los verdaderos DJ, para mezclar, escuchan. Como eso no hay. Y ta, el sonido del vinilo no tiene comparación. El viaje de que un disco esté tallado es una locura. ¿Vos viste cómo tallan los discos? ¿Cómo cada aletita larga un sonido? ¿Cómo la música está ahí adentro?”, me dice con los ojos bien abiertos, mientras por la ventana del bar se ve a unos alegres turistas brasileños sacándole fotos a aquel auto cubierto de la chatarra más hermosa del mundo.