14 tarjetas con ilustraciones que plantean situaciones en las que está en juego la crueldad. A cada una le corresponde una serie de preguntas que problematizan la escena ilustrada e inducen a la reflexión. Preguntas que se presentan desordenadas, para cuya lectura hay que girar el libro, darlo vuelta, ponerlo patas para arriba, mirarlo de costado. La versión original de Mundo cruel, la que se editó en Madrid en 2013, fue pensada y elaborada como una caja de tarjetas sin orden alguno, precisamente en el convencimiento de que ese no tener principio ni final, el hecho de que careciera de guías para manejarlo, era parte de la propuesta: “Para nosotras, la decisión de que el material estuviera suelto tiene mucho que ver con la participación activa de los niños”, sostiene la autora, Ellen Duthie, en una entrevista con el blog especializado en literatura infantil y juvenil Anatarambana. Parte de esa magia se pierde en la adaptación de la caja a libro que idearon las editoras de Iamiqué para la versión argentina, que se comercializará también en Uruguay. Aunque al inicio se advierte que el libro está diseñado “para que puedas abrirlo en cualquier sitio y recorrerlo de la forma que más te guste”, habrá que ver hasta dónde llega esa libertad de acción para romper el automatismo y la lógica de pasar las páginas de la primera a la última. De todos modos, en la invitación a jugar que implicaba abrir la caja y manipular su contenido ya estaba el concepto de libro, la edición cuidadosa de los textos, las ilustraciones, las preguntas, la cara y el envés de cada tarjeta que son también las de la página. Ahora que las tarjetas son las páginas de un libro, la operación de transitarlas, que ya no permite ese despliegue espacial, plantea el desafío más consciente de subvertir el orden, de ir pasando las páginas y elegir dónde detenerse.

Como sea, el potencial de las escenas ilustradas y sus respectivos conjuntos de preguntas está ahí, intacto. Escenas cotidianas, escenas absurdas, escenas inusuales, escenas con animales, escenas que subvierten el orden establecido. Todas ellas llevarán a reflexionar, en su deriva, en torno a la crueldad, sin imponer una moral, problematizando prejuicios, incitando al niño a discutir y a elaborar un punto de vista propio. Una niña matando hormigas. Un padre que baña a su hijo aunque este llore desconsoladamente. Una familia que se dispone a tomar sopa… de gato. Animales que sufren tras las rejas en el zoológico. Un laboratorio donde unas enormes ratas experimentan con seres humanos a los que tienen cautivos. Con un promedio de siete preguntas por escena -un mínimo de seis y un máximo de nueve- que hacen un total de casi una centena, se presentan cuestiones que atañen a grandes temas de la filosofía. Algunas resultarán inquietantes, otras pondrán al lector en un brete al enfrentarlo a sus propias contradicciones, otras lo llevarán a mirarse al espejo, otras lo conducirán a observar con nuevos ojos situaciones cotidianas que no se había cuestionado antes y, por efecto de la reflexión y del diálogo, a desnaturalizarlas, a activar una operación de extrañamiento.

Lo interesante de la propuesta de Mundo cruel es que abre el diálogo. Y lo hace de manera arbórea, presentando un abanico que amplía y multiplica lo que sugiere con fuerza la escena que se plasma en cada página. Se evidencia como una herramienta interesante para favorecer la reflexión en torno al tema propuesto y a una serie de conceptos conexos -víctima, agresor, poder, emociones, responsabilidad, consecuencias, etcétera-, y seguramente llevará a identificar escenas similares en la propia vida y el entorno del lector, y a reflexionar acerca del mundo en el que vivimos. Por otra parte, si en la puesta en juego de este libro en el mano a mano entre un padre y un hijo surgen cosas interesantes, ese potencial se multiplica si se lo concibe como herramienta pedagógica en el aula, en la que el diálogo que se propicia involucra a un grupo.

No cabe la menor duda de que detrás de esta publicación hay un trabajo de creación y de edición muy cuidadoso y esmerado. En cuanto a los textos, son breves líneas de diálogo, precisas, que van directo al grano acompañando cada viñeta. Son preguntas, y no respuestas o afirmaciones, las que inducen a la reflexión, las que guían el camino; de esta manera, será el propio niño, en diálogo o simplemente respondiéndose las preguntas a medida que lee, el que construya el discurso, elaborado a base de sus propias respuestas (y nuevas preguntas que se sumen a las planteadas). También los aspectos gráficos son destacables. Por un lado, las ilustraciones son sencillas, a la manera de los dibujos infantiles, lo que favorece la identificación y una eventual elaboración propia; de hecho, en la versión en caja se proponía una tarjeta en blanco que invitaba al lector a plasmar una escena de crueldad, algo que, aunque no aparece en el libro de Iamiqué, es perfectamente imaginable como posibilidad. Por otro, en cada doble página se trabaja con un color a la vez -la paleta es limitada: fucsia, terracota, verde, celeste y amarillo, que se alternan-, muy definido, brillante, con un fuerte contraste, en un juego armónico con el negro del trazo y el texto y con el blanco de la hoja. Esta elección permite tomar cada escena como unidad que funciona por sí misma, al tiempo que la coherencia estética asegura que funcione como conjunto.

Al final, aparece el “Mapa de la crueldad”, en el que se presentan escenas variopintas, en una lámina abigarrada en la que la imaginación voló y dejó salir a una multitud de personajes humanos, animales, terrícolas y no, escenas terribles, fantásticas, absurdas, cómicas. El efecto de la sumatoria alude a los cuadros de El Bosco, o en una referencia más cercana, a los libros en los que la consigna es buscar elementos. Todo parece estar ahí: sólo hay que desentrañar la complejidad de la imagen y encontrarlo.

Así, los tres imperativos del título de esta reseña -que no son ni más ni menos que una variante rioplatense de la consigna de los libros de la colección, que hace un evidente guiño a aquella antigua sucesión de verbos en perfecto de Julio César: “veni, vidi, vici”- funcionan a la perfección como invitación a jugar, pensar y poner en palabras, y aseguran una experiencia rica, de disfrute y que dará que hablar.

Mundo cruel

De Ellen Duthie y Daniela Martagón; adap. de Ileana Lotersztain y Carla Baredes. Ediciones Iamiqué, Buenos Aires, 2016. 36 páginas.