La semana pasada, el diario británico The Guardian publicó una carta abierta escrita por Adam Morgan, editor en jefe de la revista literaria estadounidense Chicago Review of Books (CRB, que no debe confundirse con la prestigiosa Chicago Review de la Universidad de Chicago), en la que declaraba que, como protesta ante el anuncio de que la editorial Simon & Schuster iba a publicar Dangerous (peligroso), libro autobiográfico del periodista y estrella de las redes Milo Yiannopoulos, la CRB no iba a reseñar ninguna publicación de Simon & Schuster durante 2017. El motivo esgrimido por Morgan fue que “la comunidad literaria debe ponerse de pie ante cualquiera -autor o editor- que promueva el discurso de odio en busca de lucro”. La carta, que enfrentaba a la revista con una de las cinco principales editoriales del mundo, causó un gran revuelo y se convirtió en tema de discusión en ámbitos literarios y políticos de ambos lados del Atlántico, y varios autores que publican en Simon & Schuster expresaron su disgusto por la decisión de esa editorial, pero ¿quién es este autor cuyas memorias aún no publicadas producen tanta indignación y movilización previas?

Yiannopoulos ha sido definido varias veces como el poster boy (el “chico-póster” o “chico-emblema”) de la llamada alt-right (derecha alternativa) estadounidense, a la que se considera el aparato cultural que estuvo detrás del triunfo electoral de Donald Trump. Es editor de tecnología del principal medio de esa nueva derecha -Breitbart News- y se autodenomina “provocador profesional”, “troll” y “marica peligroso” (dangerous faggot); emergió en los medios de comunicación en los dos últimos años, por su manejo intensivo de las redes y sus giras para dar discursos, generalmente recibidos con rechazo por los activistas de izquierda. Autoproclamado defensor de la libertad de expresión y sumamente extrovertido, Yiannopoulos no corresponde a la idea que se suele tener de la derecha conservadora: explícitamente gay (es fundador del grupo “Gays a favor de Trump”), inmigrante británico nacido en Grecia y amante de las drogas y el sexo interétnico, ha sido un crítico sarcástico, poco confiable, feroz y grosero de los movimientos que luchan por los derechos de las minorías, el Partido Demócrata y todo lo que suele etiquetarse como “políticamente correcto”. Sus detractores lo han acusado de racista, misógino, transfóbico, islamófobo y supremacista blanco, aunque los ejemplos de su pensamiento al respecto suelen estar basados más en chistes y observaciones malignas y prejuiciosas que en un discurso articulado de odio o a favor de la violencia. Mucho más interesado en el escándalo que en cualquier tipo de discusión teórica, Yiannopoulos no muestra fundamentos intelectuales importantes o siquiera un talento humorístico especial, salvo por su capacidad para hacer salir de las casillas a sus opositores, que, como demuestra la reacción de la CRB, realmente lo consideran alguien peligroso.

El año pasado, aun antes del estreno de la remake feminista y protagonizada por mujeres de Ghostbusters (Paul Feig, 2016), nerds nostalgiosos y misóginos en general se unieron en las redes para protestar contra el film, y su principal objetivo fue la actriz Leslie Jones, a quien le llovieron mensajes y memes de un racismo repugnante. Yiannopoulos relativizó en Twitter las quejas de Jones, alegando que eran una victimización publicitaria, e hizo algunos chistes de mal gusto sobre el aspecto físico de la actriz. Cuando fue señalado por ella como instigador moral de la campaña en su contra, Twitter decidió cancelar en forma permanente la cuenta del periodista, lo que este aprovechó para publicitarse como alguien censurado por uno de los principales medios de intercambio mundiales. De todos modos, la actitud de Yiannopoulos en relación con Jones le valió el rechazo incluso de otras estrellas mediáticas de la alt-right, como el joven e hiperlocuaz Ben Shapiro, y la enemistad eterna del mundo de Hollywood.

Para entender el grado de irritación que ha producido en algunas alas del progresismo y en la izquierda cultural estadounidense, hay que tener en cuenta el contexto discursivo actual de la ideología focalizada en los derechos de las minorías, los protocolos de lenguaje y las políticas de identidad que aquí solemos denominar “agenda de derechos”, para la cual la elección de Trump ha sido el equivalente de la caída del Muro de Berlín para quienes defendían el “socialismo real”. Todas las opiniones, tanto a la izquierda como a la derecha, coinciden en la compleja multicausalidad de esa victoria, pero unos cuantos opinan que el discurso de la “corrección política”, exacerbado en los campus universitarios y extendido a muchos estratos de la sociedad, produjo una sensación de hartazgo, asfixia y opresión que, aunque no haya determinado el voto por Trump, sí fracasó en el intento de movilizar contra el candidato republicano. A su vez, esa teoría es rebatida ferozmente por columnistas de opinión de medios como Salon, Slate y The Huffington Post, o por académicos y escritores como Moira Weigel y Jim Sleeper, con el argumento de que el fenómeno de la presunta “corrección política enloquecida” y su amenaza a la libertad de expresión no fue más que un “hombre de paja”, un enemigo ficticio creado por la nueva derecha para victimizarse. Weigel, feminista marxista y autora de un elogiado y controvertido libro sobre la historia de las citas románticas (Labour of Love, 2016), sostiene que el concepto mismo de “corrección política” nunca fue manejado como una unidad dentro de los campos progresistas, y que en realidad lo elaboraron periodistas y académicos financiados por o (supuestamente) relacionados con la derecha, como el psicólogo social Jonathan Haidt; el editor de The New Republic, Jonathan Chait; y el destacado historiador y profesor Mark Lilla, todos autores de artículos de análisis sobre la libre expresión muy citados en universidades y medios de comunicación. Sleeper -profesor de ciencias políticas en Yale y autor del libro Liberal Racism (1997), fue más allá, al denunciar una suerte de “caza de brujas” a la que habrían sido sometidas las organizaciones sociales estudiantiles mediante la constante presencia de disertantes conservadores o pro Trump (entre ellos, frecuentemente, Yiannopoulos) en los campus universitarios, en lo que considera un juego de ataques discursivos y provocaciones tendientes a generar la idea de que las universidades estadounidenses se han vuelto un terreno hostil para quienes no están de acuerdo con el activismo identitario o progresista.

En todo caso, si se trataba de una campaña de provocaciones para generar conflictos y usarlos como publicidad que demostrara la intolerancia estudiantil, fue una técnica bastante efectiva, ya que la presencia de muchos de esos disertantes fue rechazada mediante boicots y petitorios a las autoridades universitarias para que no autorizaran sus charlas. Yiannopoulos y sus seguidores, en particular, tuvieron la oportunidad de subir a la web decenas de filmaciones que mostraban cómo el periodista fue interrumpido e imposibilitado de hablar por militantes de causas étnicas o de género, que muchas veces estuvieron cerca de la intimidación y la violencia física. La difusión mediática de ese periplo de roces en las universidades hizo que el editor de Breitbart News aumentara progresivamente su notoriedad y fama, algo que parece deberse menos a sus conferencias que a sus dificultades para llevarlas a cabo.

Más allá de las exageraciones acerca de la condición de perseguido de Yiannopoulos -que sigue expresándose libremente en una infinidad de medios y ambientes, con la excepción de Twitter y algunas salas universitarias-, la propuesta de la CRB de realizar un boicot crítico a Simon & Shuster ha dividido las aguas, especialmente dentro del liberalismo (es decir, el progresismo) estadounidense. Entre los conservadores y la derecha el rechazo a esa medida ha sido casi unánime, no sólo con el argumento de que es un ataque a la libertad de expresión, sino también por el simple hecho de que es un boicot a priori, ya que si bien es fácil imaginar el contenido de Dangerous, nadie excepto los editores lo ha leído todavía.

Aunque la CRB es un medio relativamente pequeño, su iniciativa tuvo inmediato eco en publicaciones mucho mayores y con un prestigio más extendido (empezando por The Guardian). The New Yorker, sin duda la más conocida de las revistas literarias estadounidenses, le dedicó una extensa nota de Alexandra Schwartz, en la que esta expresa simpatía por el rechazo moral al libro de Yiannopoulos y a su editorial, pero también señala varias debilidades en los fundamentos de la propuesta de boicot. Por ejemplo, la mayoría de las notas de repudio a Simon & Schuster hacen énfasis en que la editorial le pagó a Yiannopoulos 250.000 dólares de adelanto, pero esa suma -que puede impactar a cualquier escritor sudamericano- no es tan excepcional en relación con lo que la misma editorial paga por libros autobiográficos de otras celebridades mediáticas, que hacen prever grandes ventas. Para tener una idea, la autobiografía de la comediante feminista Amy Schumer le reportó a su autora un adelanto de nueve millones de dólares, ante los cuales el pago previo a Yiannopoulos parece modesto. Schwartz señaló también que una negativa a reseñar o publicitar las ediciones de Simon & Schuster afectaría también a obras que están en las antípodas ideológicas de Dangerous, como una serie de libros infantiles para niños de origen musulmán que la editorial se apresta a lanzar. A la vez, hay que considerar que, en la línea de textos de orientación derechista, Simon & Schuster no sólo ha publicado ya a autores más virulentos y violentos que Yiannopoulos, como el comentador de radio Glenn Beck, sino también un libro de memorias del propio Trump, sin que esto produjera grandes reacciones.

Más allá de opiniones y actitudes personales, la Coalición Nacional contra la Censura -la principal organización civil dedicada al tema- ya ha condenado el boicot en forma terminante, y Simon & Schuster ha anunciado que seguirá adelante con su intención de publicar el libro, que ya tiene decenas de miles de copias encargadas con anticipación, aunque desistió de lanzarlo en Reino Unido. Con razón o seguramente sin ella, Yiannopoulos puede estar contento de que por ahora, y sin que se conozca una línea de su autobiografía, esta ha logrado toda la publicidad ideal con la que puede soñar un provocador profesional.