La carrera del guionista de cómics y escritor británico Neil Gaiman representa muy bien lo difusas que son las fronteras y las jerarquías de las distintas ramas del arte en estos tiempos posmodernos. Formado como periodista de literatura y música, Gaiman encontró su trampolín a la fama en el mundo del cómic, donde gracias a su amistad con el legendario y revolucionario guionista Alan Moore y el apoyo de la editora Karen Berger -el cerebro detrás de la innovadora colección Vertigo de DC Comics- se volvió, junto a Moore y otros nombres como los de Grant Morrison, Garth Ennis y Peter Milligan, un personaje clave de la que hoy en día se conoce como la “invasión británica” (en un paralelismo directo de lo que fue en los años 60 la globalización del pop y el rock inglés) del mundo de las historietas. En una auténtica revolución interna, Gaiman y sus colegas tomaron personajes menores u olvidados del universo de superhéroes y criaturas fantásticas de DC y los utilizaron de excusa para desarrollar libertades expresivas y artísticas hasta el momento desconocidas en los cómics masivos.

Gaiman en particular se hizo famoso gracias a su remodelación de The Sandman, un pequeño y anquilosado personaje detectivesco de la compañía, al que convirtió en la encarnación de Morfeo, el dios de los sueños. Durante 75 números, más varios especiales y spin-offs, y con la ayuda de numerosos dibujantes y artistas gráficos, Gaiman aprovechó este personaje (no siempre presente en las historias) para generar un universo complejísimo y fatalista, en el que los hombres y las deidades se entremezclaban frecuentemente, y en el que las mitologías previas al cristianismo -como el paganismo escandinavo o el panteón de dioses grecorromanos- seguían interrelacionándose con el mundo humano, en aventuras y situaciones que el guionista desarrolló con una calidad literaria y poética pocas veces vista en el cómic.

De hecho, los elogios y el reconocimiento a la prosa de Gaiman lo llevaron a que gradualmente abandonara el mundo del cómic, en el que reinaba con poca competencia, y decidiera volver a su primer amor creativo, en apariencia más “respetable”, el de la literatura sin ilustraciones. El experimento fue exitoso, y la transición de regreso al mundo de las letras fue rápida y duradera; ya en 1990 publicó su primera novela de ficción, Buenos presagios, un trabajo a medias con el escritor fantástico Terry Pratchett, conocido por su extensa saga de Mundodisco, y nueve años después publicaría su novela sobre criaturas mágicas Stardust, que además de ser un best seller, fue llevada al cine por Matthew Vaughn en 2007, en una superproducción razonablemente exitosa. Pero ninguno de estos triunfos y logros de su escritura fue comparable, tanto según sus admiradores como según la crítica, a su segunda novela de ficción, American Gods (2001).

Dioses de América

Al año de que American Gods fuera publicada, la novela ya había ganado los premios Hugo, Nebula, Bram Stoker y Locus, es decir, los mayores galardones del mundo de la literatura fantástica o de ciencia ficción. Reconocida como un clásico instantáneo, American Gods retomaba el distintivo tono de los melancólicos guiones de Gaiman para The Sandman, y repetía el truco de presentar un mundo lleno de criaturas mitológicas -provenientes de diversos universos religiosos o supersticiosos de la humanidad- que conviven con los humanos normales sin que estos lo noten, hasta que alguno de estos seres fantásticos decide violar el pacto de secreto. Si bien no innovaba mucho sobre el tono y la imaginería de sus cómics, la calidad de la escritura de Gaiman era tal que, apenas a 15 años de su publicación, American Gods ya se considera un clásico fantástico contemporáneo, del que Gaiman promete desde hace tiempo una secuela.

Pero aunque algunas obras posteriores del escritor, como Coraline (2002), ya han pasado a la pantalla grande y Gaiman tiene una fluida relación con el mundo audiovisual (ha guionado episodios televisivos de Babylon 5 y Doctor Who), ya ha pasado una década desde que comenzó a hablarse de la posibilidad de llevar la ambiciosa historia de los dioses americanos a la pantalla. Esta espera culminará en abril de este año, cuando el canal Starz estrene su versión en forma de serie de la novela, de la que el propio Gaiman será productor ejecutivo y de la que ya se conoce algún trailer. Pero no será la única versión de la novela a llegar en estos meses, ya que la editorial Dark Horse decidió sumarse a la causa con el cómic American Gods: Shadows, en el que el veterano artista de cómics P Craig Russell -quien trabajó como ilustrador en varias historias de The Sandman- adaptará la historia de Shadow Moon (el principal personaje de American Gods) al lenguaje que hizo famoso a Neil Gaiman. Russell no es la única conexión con el pasado de cómic del autor británico, ya que el dibujante de American Gods: Shadows es Scott Hampton, quien ya trabajó en el cómic Lucifer, uno de los derivados de The Sandman, basado en el bíblico ángel caído, convertido en un elegante antihéroe. Pero las mayores guiñadas a la personalidad de Gaiman como emblema de aquellas “invasiones británicas” del cómic de principios de los 90 está en las dos ilustraciones de tapa que la revista online The AV Club hizo conocer, y que son obra de Glen Fabry y Dave McKean, dos artistas de portadas emblemáticos de las historietas de aquella época, el primero como autor de las tapas de la recordada serie Preacher, de Garth Ennis -que actualmente tiene su versión televisiva en AMC-, y el segundo como el deslumbrante artífice de las imágenes visuales que presentaban a clásicos como Arkham Asylum, Hellblazer y, por supuesto, The Sandman. Es decir, toda una imaginería y una estética de los años 90 está de regreso para conmover a nostalgiosos y deslumbrar a neófitos.