Hace ya casi 40 años el cineasta polaco Roman Polanski, uno de los directores más influyentes y artísticamente respetados del siglo XX, abusó sexualmente, en su casa de Los Ángeles, de una adolescente de 13 años a la que drogó previamente al abuso. Confeso culpable de haber tenido relaciones sexuales con la menor, Polanski se fugó a París antes de ser procesado y encarcelado, país del que no puede ser extraditado ni juzgado por ser ciudadano francés y haber cometido su crimen en Estados Unidos.

A pesar de que su víctima asegura no guardarle rencor, e incluso dice tener un ocasional intercambio de correos con el director, la orden de encarcelar a Polanski si llega a pisar territorio estadounidense (o el de un país con un tratado de extradición que lo permita) permanece firme, así como el rechazo que su figura provoca en el país del norte. Pero en Europa, donde continuó su carrera cinematográfica, formó una familia y ganó numerosos premios, la actitud siempre ha sido menos estricta y amable con Polanski, o al menos lo era hasta que se lo designó recientemente presidente del jurado de los premios César, el equivalente francés del Oscar, que otorga todos los años la Academia de Cine Francés. Esta vez numerosas organizaciones feministas expresaron su rechazo absoluto a la designación y exigieron la destitución del polaco. Incluso a nivel gubernamental se instaló la polémica, ya que la ministra de las Familias y los Derechos de la Mujer, Laurence Rossignol, criticó duramente el nombramiento, mientras que la ministra de Cultura, Audrey Azoulay, relativizó las acusaciones en virtud del tiempo transcurrido desde el delito y la actitud reconciliatoria de la víctima, ahora ya una mujer adulta de más de 50 años.

Una petición de Change.org para que se excluya a Polanski del jurado ya recogió 54.000 firmas, pero ni la Academia de Cine Francés ni el director -hoy de 83 años y ganador cuatro veces del premio César a mejor director- han hecho comentarios al respecto.