A casi un mes de cumplir 40 años, Juan Pablo vive en Buenos Aires como arquitecto y diseñador industrial, además de ser escritor y conferencista. Allí se instaló junto a su familia (su madre, su hermana y su novia) en 1994, tras vivir unos días en Mozambique (único país que les dio asilo) y encontrar un país deshecho por la guerra civil. El visado tras el tránsito por el aeropuerto argentino les otorgaba estadía de turistas por tres meses, por lo que decidieron trasladarse allí y empezar de nuevo en el anonimato. Tras analizar la guía telefónica, Juan Sebastián Marroquín pasó a ser su nombre.
Luego Juan Pablo y su madre, María Victoria Henao (María Isabel Santos), fueron acusados de lavado de dinero y falsificación de identidad por la Justicia argentina y permanecieron detenidos. Juan Pablo estuvo preso 45 días, pero su madre perdió su libertad por dos años.
Juan Pablo visitó Uruguay para presentar su nuevo libro, Pablo Escobar in fraganti: lo que mi padre nunca me contó, tras haber publicado en 2014 Pablo Escobar, mi padre: las historias que no deberíamos saber. Sus relatos surgen en medio del auge de series y películas sobre narcos.
¿Cansa hablar siempre de lo mismo?
-Estoy esperando que me sorprendan con preguntas nuevas [ríe]. No me cansa porque yo lo elegí, no es algo que esté obligado a hacer, lo hago porque quiero. Es mi convicción de querer contar las historias verdaderas, no las que les están vendiendo por ahí a los demás. Es mi responsabilidad y, obviamente, por más que lo haga nunca voy a terminar de lograr opacar las mentiras que otros están vendiendo de mi papá. Lo hacen con mucho más éxito que yo.
¿Elegís contar esas historias para que no se repitan?
-Seguro que esa es la razón principal. Pero también lo hago porque me corresponde a mí, como hijo, ya que tuve el extraño privilegio de conocer esas historias de cerca, pues de aclarar muchísimas de ellas. Si no estamos contando las historias verdaderas, no estamos aprendiendo nada como sociedad de ello.
¿El camino para contar esas historias son los libros y estas entrevistas?
-Pienso que sí; también hay otros caminos, como documentales, y ya tuve esa experiencia. Voy a hacer otro que tiene que ver con la verdadera historia de mi padre, no tanto con el proceso de reconciliación. Espero que pueda servir como contrapeso de esas series que siguen vendiendo mentiras. Peor que eso, venden a la juventud la idea de que ser narco está bueno. Eso es grave.
¿Qué pasa cuando vos contás tu historia, que es masiva, pero también aparecen otros y cuentan su versión?
-De hecho la de los otros es mucho más masiva que la mía. A Netflix le ha ido mucho mejor que a mí, y a Caracol mucho mejor que a Netflix. O elijo pelearme con todos, o hago la mía. Yo cuento la historia con responsabilidad. Es claro que a los demás no les interesan las consecuencias que puede traer la forma en cómo cuentan esas historias, nunca se cuidaron de ello. Yo sí. No quiero que otros me malinterpreten y crean que ser narco es la mejor forma que se les pueda ocurrir. De la misma forma que a mí me hizo más consciente que a muchos de que ese no era el camino para nadie.
Netflix tuvo contacto con tu familia, pero prefirió comprarle la historia a Javier Peña, un ex agente de la DEA, la Administración para el Control de Drogas estadounidense. ¿Por qué?
-Netflix prefirió comprar la historia de la DEA, que nunca conoció a Pablo Escobar. De esa manera podía agregarle todas las mentiras que quisieran sin que nadie se opusiera a ello. No me imagino ver un capítulo de Narcos donde Escobar está traficando con la DEA, o con la CIA. No creo que sea muy cómodo ese capítulo para el establecimiento norteamericano.
¿Y esa masividad que tuvieron las series te sirvió?
-Claro. Estos proyectos terminan de generar el interés de millones de personas. Hoy entiendo que Narcos es el contenido más visto en la historia de Netflix, lo que involucra a miles. También despierta en ellos el deseo de acercarse a la verdad real, no a la mentira maquillada que cuentan desde ese lugar.
Diste a conocer 28 errores de esa serie y la publicación te trajo mucha masividad.
-Gracias a Netflix ganamos un montón de fans [sonríe]. Fue el artículo más leído de los que he escrito. En tres días, 1,3 millones de personas accedieron a él, y tuvo mucha interacción en mi sitio de Facebook. Fue un antes y un después desde esa publicación. Por eso decidí incluir un capítulo aparte sobre las series y una reflexión autocrítica al respecto en mi libro Pablo Escobar in fraganti. No por la imagen, sino por el mensaje que les dejan a los jóvenes. Para mí incita a repetir la historia de Pablo Escobar.
Permitiste que todo el mundo escriba en tu muro de Facebook. Es algo que no todos hacen. Lograste muchos contactos en el mundo.
-Sí, antes era difícil por temas de seguridad. En Bogotá teníamos un departamento postal, pero recibir una carta y abrirla, tras los antecedentes de cartas-bombas, limitaba el contacto y había miedo. De todas partes del mundo me escriben. Desde India, Filipinas, Japón, Rusia, los lugares más extraños en donde pensás que no conocen a Pablo Escobar, lo tienen presente. Me mandan fotos de chicos disfrazados de mi padre, que se peinan como él, hablan como él, se ponen su bigote. Es raro, porque no lo hice yo, que fui su hijo y lo conocí, y ahora los chicos que lo hacen no tienen ni idea de las consecuencias que tiene una vida como esta.
¿Qué te pasa por la cabeza cuando te escriben y te dicen que quieren ser Pablo Escobar?
-Parece que yo vendiera tickets para ingresar al mundo del narcotráfico. La verdad es que me dedico a mostrarles la razón por la que yo no me convertí en ese Pablo Escobar que ellos quieren ser. Las páginas de mis dos libros claramente están llenas de razones por las que yo elegí un camino diferente. Me parece que yo hubiese insultado al legado de la experiencia de esa historia si me hubiese atrevido a ser Pablo Escobar 2.0.
¿Era el camino más fácil ese?
-Sin dudas, era el más sencillo. El know-how está.
Por diez minutos quisiste ser Pablo Escobar y amenazaste con matar a todos los “hijueputas” que asesinaron a tu papá. ¿Por qué?
-Por diez minutos quise ser él. Las conclusiones y las sensaciones no fueron positivas. Fue producto del dolor del momento. No me arrepiento de haber llamado a los medios para retractarme. He cumplido con mi segunda promesa durante 23 años porque comprendí que esa violencia me convertiría en una persona peor que mi padre. Comprendí que eso no me traería nada de lo que yo buscaba, que eran la paz y la tranquilidad, que estoy apenas logrando hoy, de a poco, tras 23 años de su muerte.
¿De dónde sale esa faceta pacifica cuando viviste rodeado de mafiosos y bandidos en un mundo muy violento?
-Creo que eso sale del amor que recibía en el entorno de mi familia, también de mi padre. Si comparas la vida de los bandidos con los que yo me crié, con la mía, en virtud de con qué valores fueron criados y en qué contextos familiares, hay una clarísima diferencia: es el amor. En sus vidas nunca hubo eso; vieron violencia, los padres los agarraban y les daban unas palizas épicas, a ellos, a sus hermanos, a sus hermanas, a sus mamás, y los violaban. Yo sé esto porque eran mis amigos y me lo contaban. Lo comparé, porque a mí no me pasó. Entendí que su relación con el mundo y con los demás era a través de la violencia. Por eso, tristemente, ellos eran tan buenos en hacer la violencia que ejercían para mi padre.
¿Jamás hubo violencia en tu hogar?
-Nunca, ni una mala palabra. No tengo memoria de un solo evento en el que mi padre haya pronunciado una mala palabra delante de mí, de mi hermana o de mi mamá. No solamente desde la palabra, sino también desde lo físico. Sus castigos no eran violentos; si yo me equivocaba era hábil para castigarme: me quitaba lo que me gustaba. No me pegaba, ni me insultaba, ni me maltrataba. Me educaba desde un aparente ejemplo y no me lo daba fuera de casa.
Tuviste hasta 30 motos. ¿Qué cosas hacías en tu tiempo libre?
-Hasta los siete años tuve tiempo libre. De ahí en adelante fue un encierro. Me volví un experto en armar aeromodelos de esos que vienen por miles de partes; era la única manera de matar el tiempo en un lugar en el que te dejaban en un apartamento seis meses sin poder bajar ni siquiera a la portería. Ahí te dedicas a leer, a armar cosas, a crear, para tratar de salir de ese encierro físico y mental en el que quedas.
¿De dónde se sacan fuerzas para crear un nuevo Juan Pablo tras la muerte de tu padre?
-Lo que me queda es ese pasado para mantenerme firme en la decisión de no caer en la tentación de repetirla por ser tan consciente de las consecuencias. Eso me marca el camino a no recorrer, pero el camino que me quedaba era inexplorado para mí. Además con bastantes desventajas: el estigma, y con toda la historia que había detrás la sociedad no te da oportunidades. Me fui abriendo camino e intenté buscar la paz, a pesar de que se me negaba en alguna oportunidad. Eso lo hacía más difícil. O recibes ataques y tienes que seguir comportándote como un hombre de paz, o acudes a la Justicia a pedir ayuda y te terminan metiendo preso. Entonces es como un juego con la esperanza y la desesperanza. Siempre iba con la convicción de saber que el camino a no recorrer era el de mi padre. Aunque tenga que derribar paredes, lo haré con tal de no seguir ese camino.
¿Surge el odio y la rabia al enterarte de que tu propia familia te traiciona?
-Totalmente. Imagínate que es una etapa difícil de curar porque no puedo entender, ni aún hoy lo entiendo, las razones por las que su mamá y sus hermanos decidieron entregarlo a sus enemigos. Si ellos aún se visten o se toman un café es a cuenta de Pablo Escobar. Le dicen al mundo que lo adoraron, pero lo vendieron a sus peores enemigos. Yo nunca fui un convencido de que la actitud violenta de mi padre había que validarla, pero de ninguna manera estaría dispuesto a entregarlo. Primero muerto.
De hecho, sigue siendo tu padre.
-Lo sigue siendo. La última persona que cuidó a Pablo Escobar fui yo. Porque el resto de los bandidos lo abandonó. Ahora son todos repentinamente héroes y son los que lo cuidaron. Yo no los vi en su último año, estaba solamente yo. A pesar de que en algún momento tuvo más amigos que dólares.
Te tocó estar preso en Argentina, a ti y a tu madre. ¿De qué te agarraste?
-¡Ay, hermano! Ahí me pude agarrar de una Biblia, pero la verdad eso te cuestiona y te pone a prueba como persona. Sobraban las excusas para haberme convertido en un hombre violento: si no hay justicia para mí no la hay para ninguno. Podría responder con una violencia más feroz que la que tuvo mi propio padre. Ahí, en esos momentos, te pones a prueba como un hombre de paz porque lo eres. ¿Vas a responder con violencia a esa violencia o vas a poner la otra mejilla? Ya tenemos los cachetes hinchados de tantas mejillas que hemos puesto, pero ahí seguimos, convencidos de que este es el único sendero por el que podemos trascender esta historia.
¿Cómo es encontrarse con una víctima a la que le falta alguien que tu padre decidió asesinar?
-Es tremendo. Es indescriptible. Es un dolor físico que te revuelve el estómago. Se te corta la respiración porque no hay palabra que pueda reparar ese daño. Ves el dolor tan legítimo enfrente y cualquier palabra puede ofender a esa persona, y tiene razón. Nadie te prepara para eso. Lo único que queda es poner el corazón en momentos como ese y buscar a través del diálogo franco, crudo, una reconciliación que las víctimas siempre están dispuestas a dar. Fíjate que hoy en Colombia, tristemente, las víctimas de la guerrilla son quienes más apoyan el proceso de paz. No es que estén a favor de la guerrilla, son tan conscientes del dolor que sufrieron que no quieren que otra familia vuelva a pasar por lo mismo. Entonces prefieren y lo hacen bien, se liberan de ese odio para darle espacio a la paz.
¿Cómo te hace sentir que en tu pueblo se haga una consulta popular acerca de la paz? Porque supongo que es lo que todos queremos...
-[Suspira] No quiero ni averiguar quién fue el idiota que se le ocurrió preguntar si querían paz o guerra. ¿Pa’ qué preguntas eso? Hacé la paz y punto, no le preguntes a nadie. ¿Quién se va a quejar porque hiciste la paz? Los que se quejan es porque hiciste la guerra, pero ¿a quién le puede parecer bueno para un país que se perpetúe una guerra que ya lleva más de 50 años cobrando más de 200.000 víctimas? Es un absurdo, estamos locos, parece que le tenemos miedo a la paz los colombianos, que no queremos vivir tranquilos. Que nos gusta la zozobra y el terror por doquier.
¿Por qué hacer un segundo libro tras contar muchas cosas en el primero?
-Es una propuesta de la editorial a raíz del éxito del primero. Sentíamos que sí habían quedado historias después de la investigación para el primero. Cuando terminé el manuscrito tenía 800 páginas, fue inviable editar un libro de semejante tamaño. Por supuesto que siempre dejamos lo de mayor relevancia y hasta yo pensaba que ya estaba todo dicho. Pero evidentemente quedaban muchas historias para contar, las que descubrí en la investigación para el segundo libro. Creo que en esa oportunidad tuve la experiencia y madurez como escritor, con el primer libro, para conocer más de cerca a mi padre. Esta vez quise conocer lo que sentían, lo que sufrieron sus enemigos y sus compinches cuando estaban del otro lado. Eso me permitió acercarme para completar una imagen de Pablo Escobar como nunca nadie lo había hecho.
¿Cómo te sentís en ese ejercicio de investigador recolectando datos que te cambian el panorama de tu padre? Hablando incluso con enemigos o víctimas.
-Me podrían haber matado las personas que entrevisté. Fue un riesgo. Entre la valentía y la estupidez hay una línea demasiado delgada. Pero me animé a sabiendas de que podía suceder. Lo hice con el ánimo y la convicción de que no estaba yendo a buscar problemas, sino historias. Quizá también a hacer las paces con esos enemigos con los que nunca pude hablar. Gracias a la excusa del libro, me pude acercar a esas personas. Sorprendentemente personajes como Ramón Isaza y sus hijos me recibieron muy bien, muy a pesar de que mi papá le hizo más de ocho atentados y le mató un hijo. En esa familia hay muchas razones para odiar a Pablo Escobar. Te sorprendería lo bien que me recibieron. Creo que tiene que ver con el hartazgo frente a temas de violencia. Los que estuvimos metidos en esa violencia, sea como víctimas o victimarios, quedamos hartos de eso. Ningún colombiano que haya vivido esa violencia la va a querer repetir en ninguna de sus formas. Esos encuentros terminan por abrirnos nuevas historias de Pablo Escobar, pero, más importante aun, por cerrar esos capítulos pendientes. Yo había regresado a Colombia, pero nunca me había quedado tan tranquilo como hoy, después de haber hablado con la familia de los Rodríguez Orejuela [Miguel y Gilberto] en los términos en que hablé ahora. O después de hablar con los paramilitares como ahora. La tranquilidad es otra, y la confianza mutua también, porque me podían haber matado a la primera reunión, y nadie me estaría buscando o habría quejas, o investigaciones al respecto.
También surgieron cosas gratas, como el encuentro con Aaron Seal, el hijo del piloto Barry Seal asesinado por orden de tu padre por ser informante de la DEA y agente de la CIA. Según lo describís, parece una amistad.
-Es una amistad. Yo pensaba que sabía algo del perdón, pero los Seal nos dieron una lección tremenda de humildad, y de su capacidad de entender la historia de su propio padre. Las palabras de Aaron hablan de un nivel de evolución espiritual muy superior al que podía haber soñado alguna vez. Te voy a compartir aquí un mensaje de Aaron, gracias al cual yo me pregunto cuánto pueden cambiar las historias cuando tenemos la posibilidad de juntarnos a hablar. No sé si sabes inglés, pero este me lo envía Aaron a mí. Mira.
Fotos cambiadas
El teléfono muestra un mensaje de saludo navideño enviado por Aaron Seal a Juan Pablo y su familia. La conversación deriva a una foto enviada por este último de su hijo Juan Emilio.
¿Este es tu hijo?
-Sí. Nunca en la vida me hubiese imaginado que los Seal les iban a desear feliz Navidad y año nuevo a los Escobar. Yo le comparto fotos a él de mi hijo, cuando en un contexto diferente sería un riesgo que yo le compartiera fotos a un Seal de un hijo mío, porque lo lógico sería que lo maten a él. Si yo lo hago es porque le estoy confiando a él mi tesoro más preciado, que es mi hijo. Lo hago porque confío en que es una buena persona, que sus palabras son ciertas y que esto no es una obra de teatro que él montó. Esto es genuino, esto es real, y me lleva a pensar que la paz no es una utopía. Los más violentos son los que más quieren hacer la paz, hay que darles el permiso y la libertad.
Juan Emilio, como tu primer nombre y el segundo del abuelo, ¿va asimilando quién fue?
-Claro, ve una foto del abuelo, se acerca y le da un beso. Va a saber las historias al 100%. Mi gran reto como papá es educar a mi hijo con los valores humanos necesarios y la experiencia para que nunca repita la historia de su abuelo.
¿Ese sigue siendo el camino?
-Ese es sin dudas el único objetivo real de todo esto, el resto son accesorios.