Flaco, alto, aquilino, de lacia y abundante cabellera que el tiempo hizo cenicienta, Ferreira Gullar tenía la apariencia de un extraño Cristo de los trópicos. Discreto y -dicen- algo hosco, la vejez lo volvió elocuente y tornó chirriante su voz apagada. Nació José Ribamar Ferreira en el Nordeste, en São Luís de Maranhão, el 10 de setiembre de 1930; adoptó en 1950 el seudónimo Ferreira Gullar, del que nunca se desprendió. En 1977 se instaló en Río de Janeiro cuando se le permitió volver del exilio que, por el término de seis años y a causa de su militancia comunista, lo hizo andar por Argentina, por Chile, por la Unión Soviética. El 4 de diciembre murió en un hospital de la cruel y maravillosa ciudad.

Escribió prosa, teatro (solo y en coautoría) y ensayos, pero su mayor contribución está en la poesía. Alguna vez Vinícius de Moraes sentenció que era “el último gran poeta brasileño”. Como si fuera un anzuelo de oro, sus editores repitieron este espaldarazo sobre una obra que, hacia 1970, logró una proyección mayor o más prolífica, sobre todo fuera de Brasil, que la de otros grandes poetas de su lengua y de su tierra, como João Cabral de Melo Neto o los concretistas (los hermanos Haroldo y Augusto de Campos, Décio Pignatari), sus primeros compañeros de ruta, de los que se apartaría para volcarse a una poesía alerta al mundo sensible. En un primer momento, esa poesía, que se aunó con sus convicciones ideológicas, exploró fuentes de la literatura popular en la serie “romances de cordel” (escrita de 1962 a 1965), historias versificadas y puestas en perspectiva materialista dialéctica. En Dentro da noite veloz (1975) volvió al poema lírico, más directo y militante. Pronto se convirtió en ejemplo de esta vertiente, sobre todo cuando en 1976 publicó el muy aplaudido Poema sujo (poema sucio), en el que hay rabia, dolor y denuncia. Pero en ese texto, que, por momentos, recuerda a los poemas largos que Ibero Gutiérrez había escrito unos años antes, a diferencia de muchos cándidos creyentes en la palabra como espejo del mundo, Ferreira Gullar huye de la fácil espontaneidad, cuida el equilibrio entre forma y sentido, preserva el ritmo como base del extenso poema, mezcla discursos y respeta la dimensión visual de los versos en la página, escrúpulo que lo hace regresar a sus orígenes concretistas de A luta corporal (1954).

Como a tantos que vivieron la impar experiencia de los 60, en estos últimos años le costó mucho estar en un mundo gobernado por otros intereses y sensibilidades, ajenos a la poesía y a la centralidad de la figura del poeta. Se desencantó de la experiencia socialista y hasta de sus modalidades americanas contemporáneas y descreyó, por lo tanto, de la eficacia combativa del poema, aunque en las recopilaciones de su poesía descartó cualquier purga de su propia obra anterior. Aceptó el reconocimiento de esferas a las que era refractario (en 2014, con 84 años, ingresó a la Academia Brasileña de Letras) y se alejó de su convicción de crear un “pensamiento específicamente brasileño no condicionado por el proceso histórico mundial”, como dijo en el prefacio a la segunda edición de Vanguarda e subdesenvolvimento (1977). El último Ferreira Gullar escribió una poesía metafísica, atravesada por la reflexión sobre la muerte, como la que reunió en Muitas vozes (1999). Una poesía algo escéptica que, tal vez, no alcanzó la potencia de algunos pasajes de Poema sujo o el de varias piezas de Na vertigem do dia (1980).

La afirmación de Vinícius -prenda de amistad, entusiasmo y sincera comunidad estética- habrá que adoptarla como todas las que fabrican escalafones. Es cierta y no lo es. Dependerá de la época, de la intensidad de la entrega a lo que realmente queda cuando se aplacan los justificados reclamos del instante (estético o político) para hacer de la poesía una dura e incesante conquista de un discurso, es decir, un hecho político en el sentido más profundo de ese manoseado término. Dependerá, al fin, de si cada quien puede recibir estos versos, a veces luminosos, para salvarlos en tiempos que no les son propicios.

Estos poemas

La poesía de Ferreira Gullar conoce muchas traducciones al español. La primera -y, de las que conozco, la menos apta- se imprimió en Montevideo y correspondió a Santiago Kovadloff. Se trata de Hombre común y otros poemas (Montevideo/Buenos Aires, Calicanto, 1979), que integró la importante serie de difusión de poesía brasileña moderna y contemporánea de la que siempre se encargó Kovadloff. En 1990, algunas composiciones del poeta, acompañadas de una exacta bibliografía, se juntaron en Donde sopla la mitología (Antología ínfima), pequeño cuaderno de la editorial montevideana El Lobo Caótico, de vida pasajera. El trabajo, preciso y delicado, correspondió a Aldo Mazzucchelli. Esos dos volúmenes tuvieron el mérito adicional de agregar los textos originales en portugués. Posteriormente, Alfredo Fressia tradujo un importante texto autorreferencial y algunos poemas de Ferreira Gullar en un número monográfico de El País Cultural dedicado a Brasil y editado el 30/6/1995. Estas versiones de los dos primeros poemas se tomaron de la quinta edición revisada y ampliada de Toda poesia (José Olympio, Rio de Janeiro, 1991). El último texto se tomó de la cuarta edición de Muitas vozes (José Olympio, Rio de Janeiro, 2000).