Vivimos un tiempo determinante con respecto a la escritura. Lo afirma Ewan Clayton cuando sostiene que, como pocas veces en la historia del alfabeto latino (concretamente dos: cuando se pasó de los rollos de papiro a los libros de vitela en la Antigüedad tardía y cuando Gutenberg inventó la imprenta de tipos móviles a fines del siglo XV), “estamos presenciando la introducción de nuevos medios y herramientas”. Como es natural, estos cambios son de aplicación paulatina (tal vez no tan paulatina como antiguamente, pero de todos modos no instantánea) y hoy todavía coexisten varios formatos de masificación y preservación de la escritura, que en sus formas tradicionales se encuentra bajo constante acecho.

Esta problematización de la sobrevida de la palabra escrita (y en un sentido, de una forma muy concreta del pensamiento complejo, que implica un diálogo con los muertos) lleva consigo una puesta en duda de las disciplinas que más estrechamente dependen del tipo de pensamiento abstracto que se vinculó tradicionalmente a esta práctica, es decir, las que desde el siglo XIX y en oposición a las ciencias naturales se reunieron bajo el nombre de humanidades: literatura, filosofía e historia, principalmente.

En 2015, y en homenaje a los 70 años de la fundación de la Facultad de Humanidades y Ciencias, la diaria publicó una serie de columnas de opinión escritas por varios docentes de esa institución. En ese contexto se publicaron los artículos “La resistencia a las humanidades en la tardomodernidad” (13/10/15) y “Cuando adaptarse es perecer” (19/10/15), respectivamente escritos por los doctores en Letras Aldo Mazzucchelli (profesor titular de Literatura Latinoamericana) y Alma Bolón (profesora titular de Literatura Francesa y profesora agregada de Lingüística Aplicada en la Facultad de Derecho). En ellos, cada uno a su manera defendía cierta idea de su disciplina en contra de las visiones utilitaristas y “productivas” que la asedian en los tiempos del paper, los estudios culturales y la modernización creditizante.

Así, mientras Mazzucchelli afirmaba que las humanidades surgían en torno a un “amor a la sabiduría” que “nunca fue declaración de obtención de nada, sino irónica respuesta a las pretensiones de saber seguro y útil de los sofistas”, Bolón sostenía que su “incómoda utilidad […] reside en su fuerza de preguntar por las palabras que nos gobiernan y nos sitian (nos dan un sitio y nos inmovilizan)”. A partir de esos ejes de pensamiento es que se pueden entender los dos libros que hasta el momento conforman la colección Lengua Nueva, inaugurada el año pasado por H Editores, bajo la dirección del narrador, ensayista y profesor uruguayo Amir Hamed (1962), que además de su obra teórica y artística individual forma parte (junto a Mazzucchelli) del colectivo Interruptor.

El retorno de la escritura

Humanidades Milenio 3 se llama el tomo que abre la colección, editado por Mazzucchelli, quien además de traducir los ensayos escritos originalmente en lengua extranjera que lo conforman es autor de una muy informativa y extensa introducción, así como de la pieza que cierra el volumen, para la que la columna mencionada parece haber funcionado como primer borrador.

Lo primero que llama la atención, ya desde la portada, es la diversidad de los autores, que incluyen al estadounidense Meyer H Abrams (1912-2015), conocido por sus trabajos sobre el romanticismo inglés y por la edición de la antología de literatura inglesa para la editorial Norton que es fuente de consulta indiscutida en los estudios universitarios de su país; al alemán radicado en Estados Unidos Hans Ulrich Gumbrecht (1948), que el año pasado estuvo en Uruguay dando conferencias y participando en una mesa redonda en torno a la condición electrónica, y cuyo libro Los poderes de la filología (2003, traducido al español por Mazzucchelli en 2007) es un texto indispensable; al ya mencionado Amir Hamed; a Robert Harrison (1954), profesor estadounidense de origen turco especializado en literatura italiana y autor del fundamental The Dominion of the Dead (2003); al filósofo ruso-americano Jacob Klein (1899-1978), conocido por sus estudios sobre matemática clásica y sus comentarios sobre Platón; a Samuel Weber (1940), famoso por cotraducir al inglés la primera colección de ensayos de Theodor Adorno y por su rol activo en la introducción de los franceses Jacques Derrida y Jacques Lacan tanto en Estados Unidos como en Alemania; y, finalmente, a Hayden White (1928), historiador que, desde la tradición de la crítica literaria, ha desarrollado la teoría narrativista de su disciplina.

Por medio de los ocho ensayos que conforman el volumen (escritos entre 1960 y la actualidad), Mazzucchelli logra una perspectiva que tiene un doble efecto, al presentar una idea de unidad pero no de univocidad. Así, aunque los ensayos construyen cierta idea del quehacer humanístico, los límites de las distintas disciplinas, sus desafíos, sus cometidos y sus posibilidades no funcionan como una doctrina, sino que, al contrario, invitan a un diálogo y abren el debate desde distintas puntas y en distintos momentos del desarrollo de la discusión.

En este sentido, algunos trabajos, como el de Gumbrecht, “Orígenes de los estudios literarios... ¿y su fin?” (escrito en 1995), resultan muy actuales, con una sagaz evaluación de los logros y, sobre todo, de las derrotas del movimiento teórico surgido entre los 60 y los 70, y otros, como el de Abrams, “Cómo hacer cosas con los textos”, que tiene casi 40 años, se muestran no sólo pertinentes, sino fundamentales para pensar la condición misma de la crítica y, sobre todo, los alcances (en su devenir histórico) que ha tenido la deconstrucción -término propuesto por Martin Heidegger en Ser y tiempo (1927) y desarrollado fundamentalmente por Derrida- y la pérdida de la referencialidad (la idea de que no existe un “afuera” del texto, que todo es texto y por lo tanto nada es real en el sentido clásico del término). En este sentido se establece un interesante contrapunto entre Abrams y Weber, notable derridiano, que hace pensar que quizá el problema no sea la deconstrucción en sí, sino lo que se hizo a partir de la teoría del filósofo francés.

Si estos textos pueden presentar alguna dificultad para los lectores no especializados y ajenos al vocabulario académico, la conversación que abre el volumen, entre White y Harrison, que postula el par no necesariamente dicotómico de sabiduría-genio (vinculada una al saber humanístico y el otro al científico), funciona como un apropiado punto de partida que, desde la informalidad de una intervención en un programa de radio, plantea las bases de una discusión que se va haciendo cada vez más compleja y disfrutable.

Es ahí donde estriba el logro del editor, que ordena con destreza los distintos capítulos, seleccionados a partir de una bibliografía amplísima; y tal vez lo que falla, por eso, no es la elección de los ensayos (que tienen en general gran contundencia), sino el subtítulo del tomo, “La naturaleza y el futuro de los saberes humanísticos en la era de la virtualidad”, que deja esperando más reflexión acerca del lugar de la escritura, precisamente, en este siglo de pantallas. Dicho esto, es también justo afirmar que Mazzucchelli (que menciona ese tema tanto en la introducción como en su ensayo “Crítica o crematística”) tal vez haya priorizado la selección de algunos textos poco difundidos en estas latitudes, pero fundacionales en cuanto al debate sobre el futuro (o el no futuro) de las humanidades.

El sitio de las palabras

La segunda entrega de la colección, que edita Alma Bolón bajo el título El animal letrado: literatura, verdad, política, se centra por su parte en las relaciones entre la escritura y la organización del mundo. Así, presenta una serie de textos de diversa índole que rodean el tema desde distintos ángulos, con un espíritu decididamente discutidor y cuyo resultado es algo menos orgánico en comparación con su antecesor.

Como en el anterior volumen, abre una introducción de la compiladora, quien, además, traduce dos entrevistas a Jacques Rancière (1940) en las que el filósofo francés invita a pensar en la literatura como en una serie de procedimientos, como “un modo de textualidad y de racionalidad”, más que como un “arte identificado”. Es por eso que estas entrevistas, que dan cuenta de forma concisa de muchas de las ideas más importantes de uno de los pensadores contemporáneos más respetados y en las que se critica duramente el pensamiento de los franceses Pierre Bourdieu y Alain Badiou, funcionan a la vez como apertura y como puesta en cuestión de una serie de lugares comunes que en los siguientes ensayos, escritos por el filósofo Sandino Núñez (1961), Amir Hamed y el escritor y ensayista Gustavo Espinosa (1961), serán consecuentemente problematizados.

Desde su ensayo “Irrealis”, Núñez presenta una discusión fundamental cuando se escribe sobre literatura: la del estatus de ficcionalidad y la (in)capacidad de las palabras de “asir” la realidad. En un texto que sigue de cerca al filósofo italiano Giorgio Agamben -y que es extracto de un libro en proceso- pone en entredicho una serie de binomios que gobiernan la teoría literaria (a modo de ejemplo, el ya citado “ficción/realidad”), pero que, tal vez por su misma naturaleza de fragmento, produce cierta incomodidad en la lectura, que se ve a menudo entorpecida. En ese sentido, Hamed logra uno de los puntos más altos del volumen, con una provocadora historización de la escritura (en la tradición antioralidad del ya mencionado Derrida) y la postulación de una idea de la literatura como presentación de lo “bárbaro”: lo extranjero, lo diferente, lo otro.

El envión parece aprovechado por Espinosa (en el ordenamiento, ya que cierra el libro), sobre todo conocido por su obra novelística (su última obra, Todo termina aquí, ganó el año pasado el Bartolomé Hidalgo en su categoría y no faltó en ninguna lista de lo mejor o lo más recomendable del año), que en su breve ensayo “Explicación territorial de la literatura” presenta una serie de claves de lectura no sólo de su propia producción, sino de la tradición nacional, en la que procura abandonar el paradigma del regionalismo.

De naturaleza heterogénea y a veces incluso refractaria, ambos libros y la colección toda parecen seguir una senda abierta en 2014 por un lado por el colectivo Prohibido Pensar, dirigido por Sandino Núñez, y su revista de ensayos (que tuvo su antecedente en el suplemento La República de Platón, 1993-1995), y por otro por la columna virtual Interruptor, que editó ese año dos números en papel. A la vez abren otra, invitando a una reflexión desde las humanidades del quehacer político y de una nueva postulación de lo humano, en la que los términos mismos de la discusión son puestos en juego constantemente.

Sobre las publicaciones

Humanidades Milenio 3. La naturaleza y el futuro de los saberes humanísticos en la era de la virtualidad, de Aldo Mazzucchelli (ed.). H Editores, Montevideo, 2016. 152 páginas. El animal letrado: literatura, verdad, política, de Alma Bolón (ed.). H Editores, Montevideo, 2016. 96 páginas.