Quizá pensar en el impulso nómade o cosmopolita de Santiago Gamboa pueda ofrecer una buena vía de entrada a su literatura, abundante en viajes, escenarios y registros del habla iberoamericana. En ese sentido, Volver al oscuro valle, publicada en Colombia el año pasado y ahora disponible en Montevideo, no es atípica; por el contrario, página tras página el autor logra construir un diagnóstico hiperlúcido tanto de la realidad europea más reciente –desde Roma, al comienzo, hasta un atentado contra la embajada de Irlanda en Madrid, apenas 30 páginas después, más el amenazante retorno de la extrema derecha y la reaparición en el centro de la escena de tantos grupos neonazis, para terminar en Etiopía– como de los tiempos que vive su Colombia natal.

En líneas generales, se trata de una novela sobre colombianos que regresan a su país de origen tras un largo periplo europeo, y lo hacen con el propósito de una venganza. Así, van intercalándose capítulos narrados por el Cónsul, intelectual mundano y escritor, y por Manuela, una joven poeta colombiana que deja atrás un pasado de violencia terrible para entrar a las miserias (y también a los esplendores) de la literatura y partir después a Madrid en calidad de estudiante de posgrado. En la capital española, entonces, el azar concurrente –por usar la feliz expresión de José Lezama Lima– los reúne en una pelea callejera, y a partir de allí empieza a gravitar sobre ellos la necesidad del regreso a su país. En ese viaje los acompañará Tertuliano, un argentino delirante (dice ser hijo del papa) autoproclamado mesías ecológico y líder de diversos grupos de extrema derecha, pero también confluyen en ellos otras historias y otras vidas, entre ellas las del poeta francés Arthur Rimbaud, sobre quien escribe deslumbrado el cónsul y cuya vida va siendo narrada por este paralelamente a los hechos de la trama.

Quizá el mayor interés de la obra está en el diálogo entre una novela de aventuras, no ajena a los modos de un thriller contemporáneo, y el registro más histórico –presente tanto en las referencias recurrentes al pasado de Colombia como en el repaso de la vida de Rimbaud–, como si se tratara de una composición musical para instrumentos de timbres excluyentes a primera escucha, pero que, a medida que desarrollan sus temas, armonías y melodías, van revelándose como íntimamente conectados. Es decir: el lector puede saltearse episodios y reconstruir la novela que más le guste (la de Manuela y el Cónsul, la de Rimbaud, la de Tertuliano), pero está más que claro que esa opción, por más viable que parezca (se puede leer una excelente, agilísima biografía de Rimbaud atendiendo sólo a los capítulos que la presentan), es la más pobre. El libro completo –que, gracias a sus ambiciones y al buen oficio como narrador de Gamboa, alcanza esa extraña dignidad de las novelas llamadas “totales”– deja clarísimo, para usar un cliché recurrente, que su todo es más (mucho más) que la suma de sus partes: una diferencia que está hecha en gran medida de esa yuxtaposición de registros, de horizontes de tiempo (Colombia en los años 80, Europa ahora, Colombia ahora o en un presente posible) y de referencias (la historia de la literatura, la historia personal de sus personajes, la historia colectiva de sus países).

Pero hay más: cuando los personajes vuelven a Colombia, no los encontramos en el país real, sino en un presente alternativo, posible y a la vez inquietante, con algo de utopía y un pequeño –pero muy presente– toque distópico. Este gesto acerca esta novela a una de las mejores narraciones de Gamboa, El cerco de Bogotá, de 2003 y recientemente reeditada, en tanto allí aparece también un presente alternativo o quizá ya una ucronía, con la capital de Colombia sitiada largamente y convertida en una Sarajevo latinoamericana. En esa nouvelle, además, aparecía un personaje de Perder es cuestión de método (1997), segunda novela de Gamboa, y se presentaba a una periodista que volvería a aparecer en la fascinante Necrópolis (2009). En la misma línea, el Cónsul (y su amor, Juana) de Volver al oscuro valle había aparecido ya en Plegarias nocturnas (2012), de modo que, poco a poco, parece que toda la narrativa de Gamboa va integrándose a un mural todavía más grande y ambicioso. No es el menor de los logros de Gamboa, entonces, que esa vasta arquitectura no decaiga en la pequeña escala, hecha de continuas felicidades narrativas y plena de emoción.

Volver al oscuro valle, Santiago Gamboa, Literatura Random House, 500 páginas.