El verano de 1967 en el hemisferio norte –es decir, entre junio y setiembre de aquel año– fue conocido como el Verano del Amor, la estación en la que el hippismo, el amor libre, la psicodelia y la revolución sociocultural juvenil más fuerte que se conociera desde los días anteriores a la Segunda Guerra Mundial parecían haber llegado para quedarse y cambiar todas las reglas. Para mejor, ese verano tuvo una banda de sonido insuperable, compuesta por discos del calibre de Sgt Pepper's Lonely Hearts Club Band (The Beatles), The Doors (The Doors), Are You Experienced? (Jimi Hendrix), The Piper at the Gates of Dawn (Pink Floyd), Disraeli Gears (Cream) y Surrealistic Pillow (Jefferson Airplane) –todos los cuales han cumplido el medio siglo en estos meses–, que con nuevos sonidos, palabras e ideas, se correspondían a la perfección con el espíritu de una nueva era. Entre los aspirantes a ser los juglares y traductores musicales de ese momento estaba Love, una banda multirracial y talentosa, en la que el sello Elektra había depositado muchas esperanzas, se aprestaba a editar su tercer disco, que salió el 1º de noviembre de aquel año, cuando el verano recién había terminado, y se anunció como una obra maestra. Algo que, en definitiva, fue, aunque tardó décadas en demostrarlo.

El nombre y la pinta de los Love podía hacer suponer que la banda era el epítome de los rockeros hippies, y hasta el día de hoy se les suele sumar al movimiento del rock psicodélico de la costa oeste o rock ácido californiano, representado por grupos como Grateful Dead, Jefferson Airplane, Country Joe & The Fish, Moby Grape o Quicksilver Messenger Service, pero en realidad eran más ásperos, afectos a los sonidos garajeros y los largos cuelgues de guitarras distorsionadas, liderados por un compositor y cantante negro, Arthur Lee, de quien todos estaban convencidos de que era la próxima gran estrella. Entre esos convencidos estaban los directivos del aventurero Elektra, que había apostado con fortuna por The Doors y luego haría lo mismo, sin tanta suerte, por otros grupos riesgosos como MC5 y The Stooges. Ante lo que era evidentemente una gran colección de canciones, Elektra dejó la producción del disco en manos del propio Arthur Lee, y este, apuntando al concepto de “pop barroco” psicodélico que habían transitado los Beatles en su Sgt Pepper –así como The Rolling Stones, The Zombies y otras bandas inglesas– abandonó la orientación simple y distorsionada de sus discos anteriores, e introdujo arreglos de cuerdas y trompetas que le otorgaron a algunas de sus mejores canciones un inesperado tono mexicano, muy propio de California pero aún novedoso e infrecuente entre los jóvenes rockeros. El disco fue lanzado con bombos y platillos (y una portada un tanto amateur que no le hace justicia), pero apenas llegó al puesto 154 de las listas de ventas, muy por debajo de los álbumes previos de la banda: un resultado muy decepcionante para las expectativas de Elektra y el grupo.

Es difícil explicar por qué ese disco lujoso y lleno de hits potenciales no tuvo el éxito que se esperaba. La conducta de la banda –entonces recluida y tomando montañas de drogas en una famosa mansión de Hollywood que había pertenecido a Bela Lugosi y que se conocía como “El castillo”– evidentemente no ayudó mucho a la promoción. Lee, en particular, sumido en un viaje de ego y paranoia aguda (una sensación que impregna muchas de las letras de Forever Changes), se estaba volviendo intratable y estaba cada vez más alejado de sus compañeros. Pero más allá del estado de los músicos –tampoco peor que el habitual en aquellos años desaforados–, el problema parece haber sido el disco en sí, que, como The Velvet Underground & Nico, esa otra obra maestra editada el mismo año por otra banda oscura de Nueva York, no sintonizaba realmente con el espíritu del Verano del Amor y sus buenas vibraciones, sino que dejaba asomar un inquietante malestar lleno de muerte, visiones ominosas y puro pánico, que preveían el derrumbe inevitable del sueño nebuloso de paz, amor y alucinaciones bondadosas en el que la comunidad rockera todavía vivía, y que duraría aún un par de años, hasta que el infausto recital de Altamont, los asesinatos del Clan Manson, la irrupción de la heroína como droga de preferencia y la sucesión de muertes de héroes culturales a fines de la década causaran un despertar abrupto.

Forever Changes, lleno de frases como “sentado en una colina / mirando a toda la gente morir” (“The Red Telephone”), “para cuando deje de cantar / las campanas de las escuelas de la guerra estarán doblando / más confusiones / transfusiones de sangre / las noticias de hoy serán las películas de mañana” (“A House is Not a Motel”) o “la única cosa de la que estoy seguro / es que todo lo que hoy vive va a morir” (“You Set the Scene”), era un disco muy melodioso y elegante, pero con una obsesión mortuoria bastante significativa, aunque sería recién en los dos años siguientes que los protagonistas de aquella escena cultural comenzarían a morirse como moscas, víctimas de la autodestrucción precoz y de una forma de vida que aún no había producido ejemplos negativos que sirvieran como advertencia.

El amor fugaz y permanente

Contrariamente a lo que suele creerse, las intervenciones instrumentales de Arthur Lee en el disco fueron más bien limitadas, y él se restringió bastante a su rol de vocalista y principal compositor, aunque, paradójicamente, la canción que abría el disco y que hasta hoy es su tema más conocido, “Alone Again Or”, era uno de los dos temas aportados por el guitarrista Bryan McLean. Los voluptuosos solos que varias generaciones de psicodélicos han intentado imitar eran obra del gran Johnny Echols, uno de los grandes héroes ninguneados de la guitarra eléctrica de los años 60. Echols, amigo de Lee y cofundador de la banda, era un instrumentista excepcional, que cuando era apenas un adolescente, llegó a tocar con Little Richard, Jimi Hendrix y (aunque hay versiones encontradas al respecto) Miles Davis. Como si fuera poco con los tres guitarristas propios, Elektra puso a disposición de Love a varios integrantes de Wrecking Crew, el legendario grupo de sesionistas de casi inhumana profesionalidad –pero humanísima creatividad–, que tocaban en dos de cada tres discos que se grababan en California en aquellos días. Entre ellos estaban el guitarrista Billy Strange, el pianista Don Randi, el baterista Hal Blaine y la incomparable bajista Carol Kaye.

Todas estas participaciones explican en parte por qué Forever Changes no sólo es un disco que se destaca entre sus contemporáneos, sino también en la obra de Love, en la que no hay nada que se le compare ni se le parezca. Los primeros álbumes del grupo –Love y Da Capo, ambos de 1966– son sendas obras guitarreras, agresivas y rústicas que algunos consideran precedentes del punk rock, y en los discos posteriores a Forever Changes, Arthur Lee se deshizo de todos los músicos que habían formado parte de la banda, por lo que el nombre se convirtió en un proyecto solista del artista, cada vez más errático y obsesionado por aproximarse al trabajo de Hendrix, con quien solía ser comparado (más que nada por cierto parecido físico). Luego de que Elektra, cuyas esperanzas en el lanzamiento de Forever Changes nunca llegaron a corresponderse con ventas, perdió interés en Lee, este comenzó un largo periplo artístico que lo llevaría al abandono de la música, a trastornos psicológicos e incluso a la cárcel durante cinco años. El guitarrista McLean –que se había convertido al evangelismo luego de tener serios problemas de adicción al alcohol y otras drogas– murió de un ataque al corazón en 1998, y el bajista Ken Forssi de un tumor, el mismo año. Arthur Lee, reahabilitado popularmente gracias a sus numerosos fans en el ámbito musical y reconocido como una leyenda viviente, disfrutó de una fama tardía durante algunos años, en los que se dedicó a recorrer el mundo tocando un repertorio formado en su mayor parte por el material de Forever Changes, hasta que murió en 2006, de leucemia, a los 61 años. Entre quienes han hecho versiones de sus canciones o le han dedicado temas propios se cuentan Robert Plant, The Damned, Yo La Tengo, Television, Lloyd Cole, Ryan Adams, Alice Cooper, Jack White, Calexico y decenas de artistas de menor exposición, que año tras año van descubriendo aquel disco lleno de matices y canciones perfectas, en el que hasta los temas que quedaron afuera originalmente –como el sorprendente “Laughing Stock– eran excepcionales.

Forever Changes comenzó su auténtica segunda vida al ser reeditado en 1979, cuando lo descubrieron no sólo muchos críticos que lo habían ignorado en su momento, sino también una generación de músicos que se consideraban generalmente adversarios estéticos y éticos de una banda como Love, pero que tenían con ella más puntos en común de lo que se podía creer. Un rol decisivo tuvieron los punks –algo góticos, pero con un gran corazón psicodélico– de The Damned, quienes en sus 15 minutos de gloria popular lanzaron una versión de “Alone Again Or” y lograron el éxito que el tema original nunca había alcanzado. Desde entonces, las reediciones y remasterizaciones del disco ya inevitable en las listas de los mejores álbumes de los 60 –o de rock en general– han sido constantes, a tal punto que ahora no se hizo una edición especial para celebrar el cincuentenario, ya que existen versiones lujosas y recientes de sonido optimizado hasta el límite de lo actualmente posible.

Un dato significativo de la ambivalencia de esta obra maestra es el que el biógrafo John Einarson menciona en Forever Changes: Arthur Lee and the Book of Love (2010), hasta ahora la mejor biografía de Arthur Lee. Según Einarson, Lee le contó que el ambiguo título del disco –que puede traducirse a primera vista como “cambios para siempre”– provenía de un diálogo que el compositor escuchó entre una chica y su ex novio, tras la separación. Ella le reclamaba “¡Dijiste que me ibas a amar para siempre!”, y él contestó “Bueno, ‘para siempre’ cambia”. Una observación un tanto oscura y cínica, como parte del corazón de este disco que, sin embargo, no deja de ser tan asombroso como cuando se lo ignoró por primera vez.