En los últimos años ha llamado la atención en festivales y en salas argentinas la proliferación de películas realizadas en la provincia de Córdoba. Es evidente que hay cine cordobés casi desde que se comenzó a hacer cine en el país vecino, y que esa producción se ha sostenido, pero en los últimos diez años ha crecido en forma considerable (teniendo en cuenta que la población de la provincia es similar a la de Uruguay, la cantidad de películas y series realizadas en ambos lugares durante ese período marca una diferencia importante, que habla tanto de la realidad cordobesa como de la uruguaya), en numerosos casos con una calidad destacable, y –esto quizá es una de las causas del fenómeno– creando sin depender exclusivamente del apoyo y el reconocimiento de Buenos Aires, cuya cinematografía es todavía la hegemónica a nivel nacional argentino. Desde hoy hasta el domingo se podrá ver en Sala Cinemateca un ciclo con seis películas de cine cordobés de los últimos años. Esto permitirá no sólo el acercamiento a obras desconocidas para la gran mayoría del público montevideano, sino también el contacto con otro cine argentino.

Se podría pensar como momento de inicio de este fenómeno la clínica de proyectos del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) realizada en 2006, que años después derivó en la realización de tres películas relevantes que fueron estrenadas en 2011: De caravana, de Rosendo Ruiz; Hipólito, de Teodoro Ciampagna; y El invierno de los raros, de Rodrigo Guerrero. Estas se sumaron a films estrenados en los mismos años y marcaron un nuevo aire no sólo en relación con producciones anteriores como Criada (Matías Herrera Córdoba, 2009) o Por sus propios ojos (Liliana Paolinelli, 2007), sino también con otras que se estrenaron en forma casi simultánea, como Yatasto y La sensibilidad (Hermes Paralluelo y Germán Scelso, respectivamente, ambas de 2011) o El espacio entre los dos (Nadir Medina, 2012).

Contexto

Los motivos que explican este fenómeno reciente del cine cordobés tienen que ver con varios factores, entre los cuales se pueden mencionar algunos más trascendentes. En primer lugar, la consolidación de carreras de cine en la Universidad Nacional de Córdoba y en una escuela privada de gran influencia, La Metro. Si bien el nivel de estas puede y debe mejorar en lo relacionado con aspectos teóricos, el trabajo enfocado fundamentalmente en lo práctico hace que la vocación de hacer se impregne en las nuevas generaciones de realizadores que salen de ambas instituciones. Santiago Loza, director cordobés radicado en Buenos Aires desde el inicio de su carrera, hace mención, en su capítulo de un libro colectivo titulado Diorama, a la metodología de trabajo que se aplica en Córdoba, mucho más impulsiva e inquieta que la de Buenos Aires, y sostiene que esto se debe a que los nuevos realizadores de su provincia se acostumbraron a trabajar siempre con menos medios de los ideales, lo que no ha impedido que siguieran filmando debido a la necesidad de narrar, “el deseo y la urgencia”.

En segundo lugar, está el trabajo desde hace por lo menos 20 años de los cineclubes, que no sólo han sido los únicos reductos en que se pueden ver obras poco gratas para el paladar estrictamente comercial de las grandes cadenas, sino que además constituyeron muchas veces puntos donde las personas relacionadas con la producción audiovisual podían encontrarse entre sí y con realizadores de otros lugares, ya que muchas veces las películas venían acompañadas por sus creadores. Esto posibilitó el conocimiento de lo que estaban haciendo nuevos creadores en otras provincias y en el resto del mundo, así como cruces de personas que terminaron en no pocos trabajos conjuntos, coproducciones, idas y vueltas, etcétera. Entre esos cineclubes, quizá los más relevantes sean La Quimera (del que surgió la productora El Calefón, una de las más prolíficas, que por ejemplo coprodujo con Uruguay Una noche sin luna, de Germán Tejeira –2014–), Cinéfilo (que surgió en una pollería propiedad del director Rosendo Ruiz, y del que han salido no sólo realizadores, sino muchos de los nuevos críticos) y el Cine Club Municipal Hugo del Carril. También se puede mencionar, como un lugar de referencia, acceso a otro cine y debate, a la videoteca y librería Séptimo Arte, que, de la mano del crítico, docente y realizador Alejandro Cozza, ha sabido hacer circular una variedad impresionante de propuestas estéticas relacionadas con el cine, nuclear a personas provenientes de diferentes disciplinas que se encontraban como clientes, en largas charlas que el espacio habilita, y sobre todo la creación de un público que ya no sólo quiere ir a ver la última de Adrián Suar o de la serie Rápido y furioso, sino que cada tanto se anima a otro tipo de propuestas.

Por último, y en forma más reciente, ha incidido la aprobación de una ley provincial de cine, que surgió como fruto de la militancia de los realizadores ante la lentitud oficial que cajoneó durante años el proyecto: permite la exoneración de impuestos a productoras, planes de fomento y subsidios, y se sumó a los programas de apoyo del INCAA que, al menos hasta la llegada de Mauricio Macri a la presidencia, fueron una ayuda de importancia para la realización y la exhibición.

Contenido

Dos grandes debates han girado en torno a la pregunta de si es posible hablar de un nuevo cine cordobés, de una estética o forma de trabajo que permita identificar el cine realizado en Córdoba en los últimos años. El primero se generó en el blog del mencionado cineclub La Quimera, a partir de un cruce entre Cozza y la realizadora Paolinelli. El primero dudaba de que hubiera en torno al cine cordobés reciente una idea de fenómeno, mientras que Paolinelli defendía la idea de que se estaba realizando una producción a tener en cuenta. Luego se sumaron al debate el crítico Roger Koza y el realizador Rosendo Ruiz, entre otros. El segundo fue a partir de un número de la revista Deodoro dedicado al cine cordobés reciente. Estos debates estuvieron presentes de forma importante en la publicación del libro Diorama, que contaba con ensayos breves sobre las películas más relevantes de los últimos años, compiladas por el propio Cozza. Los temas más transitados tienen que ver con la pertinencia de llamar fenómeno al incremento de producción y, relacionado a esto, con la real existencia de una estética o de búsquedas en común. Es indiscutible que la cantidad anual de producciones se ha ido incrementando, y en los últimos años los premios logrados por Ciencias naturales, de Matías Lucchesi (2015), Primero enero, de Darío Mascambroni, y Las calles, de María Aparicio (ambas de 2016), le han dado visibilidad al cine cordobés. En cuanto al público, luego de un aumento de espectadores locales, relacionado con la cuota de exhibiciones de cine nacional que exige la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y coronado por el éxito de De caravana, ha tendido a disminuir hasta llegar a números similares a los de otras provincias. Esto, más allá de que la gran mayoría de los films realizados son exhibidos en dos salas importantes como las del cineclub Hugo del Carril y el Centro Cultural Córdoba.

En cuanto a la estética o al tipo de historias que estas películas eligen, parece haber rasgos en común, aunque no alcanzan para hablar de un estilo cordobés. Historias sencillas, relacionadas más con lo íntimo que con lo público o colectivo, perspectivas de género, búsquedas de identidades familiares, personales y locales, cruces entre ficción y documental, el cine como tema. En cuanto a los espacios que transitan las historias, una de las críticas que más apareció en aquellos debates es la casi ausencia de la ciudad. Hay una gran cantidad de obras que transcurren en las sierras o en parajes rurales, y cuando aparece en ellas un paisaje urbano, resulta irreconocible para el público local. Hay excepciones, como De caravana, pero básicamente se trata de un cine alejado de la ciudad. Otro rasgo que muchos señalan –y que de algún modo es celebrado– es la forma en que todas las películas han podido llegar a relacionarse con lo cordobés (o con lo que cada relato construye como lo cordobés), sin necesidad de caer en el estereotipo porteño de personas que están todo el día contando chistes, bailando cuarteto y tomando vino con fernet, bonachonas, alegres y divertidas. En 2016 Pol-ka puso al aire Educando a Nina, una telenovela que contaba entre sus personajes principales con una cordobesa interpretada por una actriz porteña, y la caracterización caía de forma grosera en el tipo de caricatura que la mayor parte del cine reciente de la provincia ha evitado con éxito.

La programación del ciclo que comienza hoy en Cinemateca da cuenta de estas cuestiones. Se abre con Primero enero, una historia sencilla de un padre y un hijo que pasan un fin de semana en las sierras, y que sorprendió al ganar en el Bafici 2016 el premio a Mejor Película de la Competencia Argentina. Al día siguiente se proyectará Atlántida (2014), de Inés Barrionuevo, que sigue a dos hermanas adolescentes en un día caluroso de vacaciones y que pudo verse hace unos años en el festival de cine de Punta del Este, con buena recepción. El tercer día se exhibirá Tres D (2014), de Rosendo Ruiz, uno de los realizadores más prolíficos, que sorprendió con De caravana y que en esta película juega con el cine dentro del cine y la frontera difusa entre documental y ficción, en el marco del festival de cine de Cosquín. El ciclo seguirá con Nosotras/ ellas (2015), de Julia Pesce, un documental sobre las mujeres de una familia con la realizadora como una de las protagonistas, en el que se exploran desde varias perspectivas las cuestiones generacionales y de género. El cierre será una de los pocas películas de un género cinematográfico definido dentro de la producción reciente: La mirada escrita (2015), un thriller de Nicolás Abello que homenajea a Alfred Hitchcock y a Brian De Palma, sobre una chica muda que es perseguida por un asesino serial.

En definitiva, es una oportunidad para conocer algo de la producción reciente de Córdoba, heterogénea y diversa pero con rasgos y búsquedas en común, que presenta no pocos puntos de contacto con el cine uruguayo de los últimos 15 años, entre ellos la forma de pararse ante la cercanía de la industria audiovisual hegemónica y omnipresente de Buenos Aires, y –al trabajar con pocos medios– de hacer mucho con poco y más con menos.