El subgénero de las buddy movies –policiales con toques de comedia y basados en “parejas desparejas”– recobró actualidad en 2013 con Armadas y peligrosas (Paul Feig), que reimaginó el esquema en clave feminista, y fue revitalizado el año pasado por uno de sus creadores, Shane Black (guionista de Arma mortal y El último boy scout) en Dos tipos peligrosos, eliminando las oposiciones obvias y logrando una de las comedias de acción más divertidas de los últimos tiempos. No fue un gran éxito, pero debería haberlo sido, y le recordó a mucha gente en Hollywood que el formato existía y era fácil de usar.

Esa parece haber sido la inspiración de The Hitman’s Bodyguard (el guardaespaldas del asesino), que, para dejar claro su modelo ochentero, lleva en el Río de la Plata el feísimo nombre Duro de cuidar. A un superprofesional guardaespladas (Ryan Reynolds), caído en desgracia tras haber perdido a uno de sus clientes, le encargan proteger a un asesino profesional (Samuel L Jackson), único testigo que puede encarcelar a un criminal internacional. La relación entre ambos es previsiblemente áspera –el guardaespaldas es educado y está entrenado para salvar vidas, mientras que su cliente es una máquina de matar todo lo que se le pone adelante–, pero se va suavizando a medida que salen indemnes de mil y una amenazas, de las que los salvan sus respectivos y desmesurados talentos.

Las escenas de acción son tan espectaculares como inverosímiles, pero, por supuesto, no hay la menor intención de verosimilitud, sino simplemente un deseo de entretener a cualquier costa, que da resultado en forma intermitente, ya que, a diferencia de los films antes mencionados, no hay ninguna renovación de la fórmula: sólo confianza en el carisma de los protagonistas. Reynolds y Jackson no son incompatibles y ambos tienen su gracia, pero son dos presencias un tanto agotadoras con sus gestualidades exageradas, y la película mejora cuando se aparta un poco de su previsible dinámica de confrontación. Una confrontación que, obviamente, se vuelve amistad, porque por momentos el film parece haberse escapado de la cartelera de estrenos de 1988, pero sin intentar un enfoque retro/irónico. De hecho (y es extraño hoy en día), el personaje de Jackson, un compendio de los criminales negros de barrio que ha interpretado varias veces, está siempre al borde del estereotipo racial más negativo, redimido –por supuesto– por el “corazón de oro” que finalmente muestra tener, más allá de que sea un asesino en masa, un rol que Hollywood no suele tener problemas en presentar de forma romántica, salvo si se trata de un sicario latino o un árabe. Hay alguna desproporción temática, como el hecho de que el villano (Gary Oldman) sea un genocida bielorruso que debe eliminar testigos para no ser juzgado por la Corte Penal Internacional de La Haya, una excusa un poco seria de más para una comedia de tiros y patadas tan superficial.

El director australiano Patrick Hughes no tenía antecedentes más importantes que la tercera entrega de Los indestructibles en 2014, una oda al aburrimiento explosivo. Aquí sólo elimina el sopor cuando sus actores están particularmente inspirados, sobre todo Salma Hayek. Ella y Jackson ya están más allá del bien y el mal, y sus presencias en un elenco no dicen nada sobre la calidad de un film; en el caso de Reynolds –siempre entre ser una estrella o un simple carilindo–, este es un paso atrás en una carrera con más pifias que aciertos, pero nada tan terrible como para arruinar su próximo rol en Deadpool 2.

Duro de cuidar es uno de esos trabajos por encargo que pueden divertir si se los ve por cable, pero que no van a salvar un fin de semana en el que se haya optado por el cine, y estas ya son demasiadas palabras para tan poca película.

Duro de cuidar (The Hitman’s Bodyguard), dirigida por Patrick Hughes. Estados Unidos, 2017. Con Ryan Reynolds, Samuel L Jackson, Gary Oldman y Salma Hayek. Grupocine Ejido; Life Cinemas Costa Urbana y Punta Carretas; Movie Montevideo, Nuevocentro y Portones; Stella (Colonia); shoppings de Las Piedras, Paysandú y Punta del Este.