Hay una trágica ironía en que quien lideró durante más de 40 años una banda llamada The Heartbreakers (los rompecorazones) muriera de un infarto a los 66 años, mientras se encontraba tranquilo en su hogar de Malibú, justo cuando hacía apenas una semana que había concluido la gira que celebraba las cuatro décadas de existencia de la banda. Tom Petty le había dicho en diciembre a la Rolling Stone que esta iba a ser su última gira: “Es muy posible que sigamos tocando –le explicó a la revista–, pero ¿aguantaremos 50 shows en una gira? No me parece. Estaría mintiendo si no dijera que estuve pensando en que esta es la última grande. Todos estamos en la vuelta de nuestros 60. Ahora tengo una nieta que me gustaría ver todo lo que pueda. No quiero pasar la vida en la ruta. Esta gira me va a llevar lejos cuatro meses. Con un niño pequeño, eso es mucho tiempo”.

Mucho tiempo para alguien que había surgido en el mismo momento que el punk rock y la música disco, pero que no sólo no tenía casi nada que ver con esos géneros, sino tampoco con el rock progresivo, el glam y la fusión que los habían precedido. Petty era un rockero de Gainsville, una ciudad mediana de Florida (no precisamente el más rockero de los estados), que luego de pasar un lustro sin excesiva suerte en la banda Mudcrutch decidió pasar al frente para formar –junto a varios de sus ex compañeros de esa banda– Tom Petty & The Heartbreakers, nombre que lo reconocía como principal compositor y frontman del grupo, que se mantendría sin grandes cambios durante las décadas siguientes, estableciéndose como uno de los principales componentes de lo que se conoce como heartland rock, una definición un tanto vaga de un género no demasiado preciso, con bandas formadas por lo general en torno a compositores/ vocalistas –Bruce Springsteen, Bob Seger, John Mellencamp–, distintivamente estadounidenses y cuyo repertorio suele tratar temas representativos de la clase trabajadora. Petty se distinguía un tanto de los otros nombres por ofrecer un sonido más grupal e inspirado por bandas que funcionaban como colectivos –sobre todo The Beatles y The Byrds, sus influencias más evidentes–, más que como un compositor con acompañantes. A las melodías y armonías vocales reminiscentes de Roger McGuinn y The Byrds (al igual que la guitarra Rickenbaker, aunque la de Petty fuera de seis cuerdas y no de 12) le agregaban una urgencia riffera y una tensión próxima a la de grupos de la new wave como The Cars o The Knack, y mucho del power pop de Cheap Trick, The Plimsouls y The Raspberries. Rubio, fachero y de voz dulce, Petty podía hacer pensar a primera vista que los Heartbreakers y su líder eran un producto orientado a atraer chicas impresionables y románticas, pero ya desde sus primeras canciones demostraron –además de una particular energía y aspereza musical, propulsada por el excelente baterista Scott Lynch– una visión singularmente melancólica y hasta pesimista sobre las relaciones humanas, con un letrista que, sin darse aires de poeta letrado, o siquiera de narrador de historias en la tradición del country, tenía una formidable contundencia a la hora de expresar sentimientos contradictorios, profundamente humanos y no pocas veces furiosos. Y que también era uno de esos artistas, no tan frecuentes en el rock, cuya maduración se hace notoria con el paso de los años, sin un período decadente.

El rebelde prolijo

Tom Petty, con o sin los Heartbreakers, tiene la particular regularidad de no haber editado discos malos. Fueron mejores o peores, pero no hay experimentos fallidos o concesiones comerciales alevosas, sino una continuidad de composiciones bien escritas e interpretadas. Por supuesto, hay variantes, como la orientación casi hard rock del Long After Dark (1982), los coqueteos con el tecno-pop de Southern Accents (1985) o las orquestaciones beatleanas de Into the Great Wide Open (1991), pero a diferencia de Neil Young –que sin duda fue uno de sus modelos–, todos sus álbumes son de canciones reconocibles, melodiosas y llenas de estribillos.

Aunque sus álbumes fueron en general buenos –o excelentes–, Petty no era tanto, como Bruce Springsteen o Lou Reed (por nombrar a otros dos grandes escritores de canciones estadounidenses) un autor de discos de larga duración, sino más bien un compositor de numerosos temas perfectos y tan redondos que difícilmente se integraban al resto de cada fonograma. No es de extrañarse que su recopilación de grandes éxitos con los Heartbreakers (Greatest Hits, 1994) sea considerada hasta el día de hoy –y a pesar de que no contiene ninguna de sus obras maestras de los últimos 20 años– como su disco definitivo y el más recomendable para acercarse a su obra. Y es que todavía asombra una colección de canciones tan autosuficientes y poderosas individualmente: “American Girl”, “Refugee”, “Even the Losers”, “Learning to Fly” o “Free Fallin’” son la clase de composiciones capaces de impulsar por sí solas toda la carrera de una banda o artista, y al escucharlas juntas parecen casi un exceso de talento e impacto instantáneo. También de sencillez compositiva: anclados firmemente en el lado más blanco del folk/pop/rock, los temas de Petty rara vez tienen más de un puñado de acordes, generalmente mayores y sin mucha variación, pero son siempre los acordes justos que necesita cada canción, y la efectividad de los Heartbreakers para interpretar esas canciones en vivo era legendaria.

Petty editó una quincena de discos junto a ese grupo, y sólo tres como solista y en otros proyectos paralelos, pero incluso en estos terminó muchas veces recurriendo a la asistencia musical de sus compañeros de banda, con los que estuvo de gira hasta el fin, y que se habían convertido en una máquina de rock tan eficaz que el mismísimo Bob Dylan los contrató como su banda de acompañamiento (con Petty como guitarrista y director de orquesta) en 1986. Evidentemente, la impresión fue muy buena, porque Petty sería luego el más joven (y menos masivo) de los invitados a participar en la megabanda colectiva The Travelling Wilburys, junto al propio Dylan, George Harrison, Jeff Lynne y Roy Orbison. Aquel proyecto lo dejaría en tan buenas relaciones con Lynne, el ex líder de la Electric Light Orchestra, que este terminaría produciendo en 1989 el primer disco solista de Petty, Full Moon Fever, que se convertiría en el mayor éxito de la carrera del rubio, impulsado en parte por una canción compuesta a último momento, con una letra semiimprovisada y una melodía simple de inspiración irlandesa sobre una secuencia reiterada de acordes, llamada “Free Fallin’”. Para muchos, la mejor canción de toda su carrera. “Free Fallin’” –que en cierta forma está relacionada con los problemas de drogas que Petty atravesaba en aquel entonces–, con su descripción casi brutal de su propia indiferencia (“soy un chico malo / porque ni siquiera la extraño”) y de una ciudad de Los Ángeles poblada por vampiros y personajes desconsolados, es una muestra perfecta de la poética instintivamente existencialista de Petty, que parece celebrar su libertad para luego dejar en claro que se trata de una caída libre. Un recurso que repetiría en “Learning to Fly”, canción popularizada en Uruguay por un programa televisivo turístico, que parece un canto al vuelo y el aprendizaje, cuando es más bien una expresión de miedo ante el posterior retorno a la normalidad.

El temperamento melancólico de Petty alcanzaría su punto más extremo en el disco Echo (1999). Con canciones compuestas después de un divorcio, se trata de una obra confesional similar al descarnado y doloroso Blood on the Tracks (1975), de Bob Dylan. A pesar de ser uno de sus álbumes más brillantes y emotivos, Petty lo consideró un material demasiado sensible para presentarlo en vivo, y no incluyó canciones de ese disco en sus sets durante muchos años.

Pero las últimas dos décadas de la trayectoria de Petty estuvieron lejos de adquirir características depresivas o vetustas: no sólo editó algunos de sus discos más rockeros con los Heartbreakers, sino que también el apacible trabajo solista Highway Companion (2006) reunió a su primera banda, la mencionada Mudcrutch, y entre una cosa y otra se dedicó a pelearse –como lo había hecho antes– con la industria musical, aun en contra de sus propios intereses.

Ya a principios de los años 80, Petty se había enfrentado con la discográfica MCA (que luego se convirtió en Universal), porque esa empresa pretendía que uno de sus discos saliera al mercado costando un dólar más que el precio estándar en aquel momento, para aprovechar las expectativas del público. En la primera década de este siglo, se opuso a los precios disparatados a los que habían llegado las entradas de los shows manejados por Ticketmaster, además de denunciar la persistente práctica de la payola (pagar para que un disco sea emitido en las cadenas radiales), que fue causa de un gran escándalo a comienzos de los años 60 pero seguía siendo habitual, y esa denuncia tuvo como resultado el boicot de las radios a su disco The Last DJ (2002). En cambio, no adoptó medidas legales contra colegas como los Red Hot Chili Peppers, que copiaron nota por nota la melodía de su tema “Last Dance with Mary Jane” para su simple “Dani California”, ni contra The Strokes, quienes con candidez reconocieron públicamente que su primer éxito, “Last Night”, era esencialmente una versión del primero de Petty, “American Girl”. El plagiado, que era un artista por lo general despolitizado en su discurso y canciones, pero siempre listo para enfrentarse a los poderes comerciales que efectivamente eran capaces –y lo fueron– de afectar su carrera, consideraba que había demasiados motivos por los que luchar junto a sus colegas, y no valía la pena estar litigando contra ellos por el hecho de que un par de canciones tuvieran más o menos semejanzas.

Esa actitud representa a un músico querido y respetado entre sus pares, cuya muerte –difícil de confirmar durante la jornada del lunes, en la que circularon versiones contradictorias– fue lamentada en público por compositores del tamaño de Bob Dylan, Paul McCartney y Brian Wilson, que sin dudas lo reconocían como alguien que estaba en su nivel, y por millones de personas del mundo entero que, de alguna forma, sienten que canciones como “Free Fallin’” y “Wildflowers” fueron escritas directamente para ellos y para esos días a la vez tristes y hermosos.