La tercera temporada de Rick y Morty fue parida con tantas dificultades que incluso se llegó a pensar que nunca iba a existir. Los creadores de la serie volvieron a tomarse –como entre la primera y la segunda temporada– dos años para realizar apenas una decena de episodios de menos de media hora de animación no muy elaborada, sobre las aventuras espacio-temporales de Rick Sanchez y su nieto Morty, dos personajes vagamente inspirados en Doc y Marty, de la trilogía de Regreso al futuro. Pero a pesar de la aclamación que había despertado la segunda temporada, sus autores, Justin Roiland y Dan Harmon, adelantaron un episodio sin promoción el 1º de abril (el April’s Fool que para los estadounidenses equivale a nuestro Día de los Inocentes) y luego postergaron los siguientes hasta principios de agosto, sin siquiera confirmar la fecha ni adelantar nada sobre los contenidos, excepto que estaban –en compañía de un nutrido grupo de guionistas, al que se sumaron varias mujeres– trabajando muchísimo en el pulido final de las historias. Los diez episodios resultantes, que terminaron de ser emitidos el fin de semana, justificaron plenamente las expectativas y demoras, confirmando que Rick y Morty es una de las series más poderosas y efectivas de la década.

Comparada frecuentemente con Futurama, la intermitente serie animada de Matt Groening que simultáneamente homenajeaba y satirizaba a la ciencia ficción clásica, Rick y Morty en realidad se parecía tanto a aquella como South Park a Los Simpson. Es decir, se apoyaba en una idea similar no sólo en la temática, sino también en el tono de humor ácido y crítico –aunque sin dejar de funcionar como simples aventuras–, pero al mismo tiempo radicalizaba totalmente la premisa, como si fuera una estridente versión punk de una melodía agradable. En el caso de Rick y Morty no sólo se trataba, en relación con algo como Futurama, de una profundización de los aspectos más violentos y escatológicos (lo que no implica necesariamente que el producto final sea más chocante o transgresor), sino también de la introducción de una visión de gran pesimismo antihumanista y un tono explícitamente existencialista, negativo como rara vez se ha visto en una comedia televisiva y mucho menos en una de fantasía animada. Este distintivo nihilismo estaba apenas sugerido en la primera temporada, que presentaba al genial científico Rick Sanchez como un antihéroe hedonista, cínico y manipulador, pero en el fondo con buen corazón, y con una familia disfuncional pero afectuosa. En la segunda temporada el tono se hizo mucho más oscuro, al introducir realidades paralelas en las que todo terminaba mal, revelarse aristas más siniestras de Rick (la ingenuidad de Morty se volvió algo más parecido a la pura neurosis) y matar personajes –e incluso civilizaciones enteras– con total desinhibición. Una negrura ejemplificada por las terribles reflexiones pragmáticas ofrecidas por Rick a su familia, de las cuales se ha repetido mucho una en la que aleccionaba a sus nietos adolescentes diciéndoles: “Nadie existe con un propósito, nadie pertenece a ninguna parte, todo el mundo va a morir. Vengan a ver TV”. Y la tercera temporada logró, en forma asombrosa, oscurecer más el discurso y, lo que es aun más sorprendente, hacerlo al mismo tiempo más divertido.

Este año Rick fue, más que un personaje ambiguo y con una visión escéptica hacia la humanidad, alguien al borde –o más allá– de la sociopatía y, como si fuera poco, casi omnipotente. Enfrentarse con él –o simplemente cruzarse en su camino– se volvió casi una sentencia de muerte, la relación con su familia está casi completamente colapsada, y sus periplos ya ni siquiera tienen por objetivo el conocimiento o la aventura, sino sólo evitar la desintegración personal definitiva. Un panorama totalmente sombrío y violento –tanto en lo físico como en lo emocional–, que sin embargo se compensa con un humor demoledor y con una imaginación desbocada, que hicieron de cada episodio una maravilla de concentración, amontonando ideas como para varias horas en 20 minutos y permitiendo descubrir nuevos elementos en cada revisión. Al tiempo que se revelaba que, a pesar de lo extremo de su pesimismo, existe en la serie un distanciamiento que da pie a inesperadas miradas valorativas –y muy maduras– sobre temas que podrían ser objeto de bromas baratas en manos de simples nihilistas, como la terapia familiar, la crisis de la mediana edad o la independencia de criterio de una adolescente (el personaje de Summer, simultáneamente la más pragmática y desapasionadamente luminosa). Fue el mejor año de una de las series de esta década –en la que hay mucha competencia–, y una demostración de que el humor más salvaje y delirante siempre es, en el fondo, una cosa seria.

Rick y Morty, creada por Justin Roiland y Dan Harmon. Tercera temporada.