A más de medio siglo de la emisión de su primer episodio televisivo, en setiembre de 1966, el universo de Star Trek –o Viaje a las estrellas, como sigue siendo recordado por algunos hispanohablantes– ya no es un fenómeno orientado a la nostalgia de quienes la descubrieron originalmente o al culto de algunos fans obsesionados (los llamados trekkies), sino un universo imaginario reconocible como marco fantástico-especulativo para prácticamente todo el mundo, sin que sea necesario pensar específicamente en los televidentes que deambulan por las comic cons con un par de orejas postizas como las de los vulcanos. Es así que Star Trek: Discovery, serie de la cadena CBS que Netflix está exhibiendo fuera de Estados Unidos, se presenta como un producto independiente de las numerosas series y películas que la han precedido, y sin dejar del todo claro si está más próxima a la visión original de Gene Roddenberry o al reboot que encabezó JJ Abrams desde 2009, propone contar una historia ocurrida cinco años antes del comienzo de la misión del capitán Kirk y la astronave Enterprise, la que dio comienzo a la franquicia, situada en el comienzo del conflicto entre la Federación Unida de Planetas y el Imperio Klingon, y con una tecnología levemente más atrasada (sobre todo en la velocidad de los viajes) que la del resto de las historias de este universo.
Está presente la combinación de aventuras y ciencia ficción más o menos hard (o clásica) que distingue a Star Trek, así como su arcoíris de razas e idiosincrasias, pero una diferencia notoria entre Star Trek: Discovery y sus series televisivas predecesoras (la franquicia cinematográfica, tanto en sus diez films originales como en la trilogía de relanzamiento, ha tenido otras variables), es que –incluso más que la serie de Gene Roddenberry, que originó todo– tiene un personaje central y claramente protagónico, la primera oficial Michael Burnham (Sonequa Martin-Green), alrededor de quien gira toda la trama. En las versiones anteriores de Star Trek, tanto en las que se basaban en episodios individuales como en las que preferían el desarrollo en episodios de una idea base (como en este caso), aun si había personajes protagónicos –Kirk, Mr Spock, el capitán Jean-Luc Picard, Worf, el androide Data, el capitán Benjamin Sisko, la capitana Kathryn Janeway, etcétera–, el peso de las acciones siempre estaba más repartido entre los distintos integrantes del elenco (tal vez Star Trek: The Next Generation, la serie de 1987-1994, con su abanico de personajes relevándose constantemente en importancia, haya sido la más ejemplar en este aspecto). Pero en Star Trek: Discovery está claro que toda la historia va a tener como eje al personaje de Martin-Green –una oficial humana criada entre los vulcanos, con un pasado traumático en relación con los klingons y condenada (en suspenso) por amotinamiento contra la Flota Estelar–, aunque los personajes secundarios estén perfectamente definidos, como el nervioso Saru (Doug Jones), perteneciente a una raza creada para esta serie (los kelpiens), el capitán Gabriel Lorca (Jason Isaacs) y la capitana Philippa Georgiou, interpretada por la siempre perfecta Michelle Yeoh, cuya presencia es de por sí una señal de calidad.
Simpatía por los klingons
Sin duda, lo identitario debe de haber tenido cierta importancia en la creación de Burnham: no sólo se trata de una mujer afroestadounidense, sino que además es transculturada (creció en la cultura vulcana y fue educada por el padre de Mr Spock, quien es su medio hermano) y tiene un nombre masculino (Michael), lo que le otorga cierta ambigüedad de género y también podría subrayar su relación con Georgiou. Obviamente estas características –sumadas al predominio absoluto de los personajes femeninos en los roles más tradicionalmente masculinos– provocaron la furia de varios trogloditas, de los que hay más de los que se cree en el ámbito cultista-nerd, más reaccionario de lo que debería. Pero tampoco cabe hablar de que la serie haya generado una auténtica polémica (aunque las previsibles protestas de algunos trolls les hayan venido de perillas a productores y actores de la serie para dar algunas respuestas adecuadamente justicieras), y sería particularmente ridículo que esa polémica existiera en relación con un producto de la franquicia de Star Trek, que con orgullo ha sido ejemplo durante cinco décadas de un mensaje favorable a la diversidad en todo sentido. Ni siquiera es novedoso que el elenco esté encabezado por una persona afroestadounidense (ya había ocurrido en Star Trek: Deep Space Nine –1993-1999–) o por una mujer (también había sucedido en la aun más explícitamente feminista Star Trek: Voyager –1995-2001–), y de hecho un mérito de lo que se ha visto hasta el momento en Star Trek: Discovery es la naturalidad con la que conduce su historia, por fuera tanto de estereotipos como de los alegatos obvios de empoderamiento en los que suelen caer muchas series actuales.
Pero si la identidad étnico-genérica de la oficial Burnham es en el fondo irrelevante para el desarrollo de la trama de la serie, y quienes protesten por ella están simplemente dando rienda suelta a sus feos prejuicios, donde sí hay una intención de comentario cultural o racial más claro es en el tratamiento que se les da a los adversarios de la humanidad (y aliados humanoides de la Flota Estelar), los klingons, devueltos al rol de villanos que tenían en la serie original de Roddenberry. O, mejor dicho, a un rol guerrero y opositor con cierto inconfundible toque tercermundista o poscolonial. Más allá de algunas diferencias físicas, de vestuario y maquillaje, los klingons originales estaban más que nada inspirados en los samuráis japoneses y su código de bushido (así como los vulcanos también tenían como influencia una mélange de disciplinas asiáticas), mientras que los de Star Trek: Discovery parecen proyectar al futuro a algún tipo de clan africano guerrero, al intentar unirse contra una federación –la que componen los humanos y sus aliados– que presenta algunas características imperiales y militaristas poco simpáticas. Todavía es muy pronto para tener más que sospechas, pero los responsables de la serie ya han adelantado que esta historia del comienzo de la guerra entre la Federación y el Imperio Klingon no va a ser precisamente contada en blanco y negro, y que habrá algunos giros al clima más bien oscuro y belicoso de los primeros episodios.
De hecho, esta ambientación beligerante, pesimista y llena de muerte (en apenas cuatro capítulos ya han desaparecido varios personajes para los que podía imaginarse más proyección), parece la característica más diferencial de Star Trek: Discovery, ya que en contraposición a su universo rival –el de Star Wars, que ya desde el nombre siempre tuvo una inclinación un tanto más bélica–, el universo de Star Trek siempre tuvo una marcada filosofía pacifista, más allá de las numerosas guerras que han atravesado sus series y películas. Cómo seguirá el periplo de Michael Burnham y la astronave Discovery está en manos de sus creadores, pero por ahora el viaje ha sido narrado con gran pulso, lujo visual y un carisma que parece indicar que Discovery tiene la energía y la calidad para ir a donde hace tiempo que no llega ninguna de las series de Star Trek.
Star Trek: Discovery, creada por Alex Kurtzmann y Bryan Fuller con base en la serie original de Gene Roddenberry. Netflix. 2017. Con Sonequa Martin-Green, Michelle Yeoh y Jason Isaacs.