Con siete novelas que cosecharon varios premios y una colección de cuentos, una obra literaria fina, inquieta, que busca extender los horizontes de la literatura, centrada en la esencia de lo humano al tiempo que interpela nuestro mundo, Kazuo Ishiguro es el nuevo laureado por la Academia sueca con el premio Nobel de Literatura.
Su última novela, El gigante enterrado (publicada en inglés en 2015), ubica a sus personajes en una tierra yerma, rodeada de bruma, donde habitan ogros y británicos y sajones conviven en pequeñas aldeas. En una de ellas vive una pareja de ancianos que salen a buscar a su hijo, que se fue hace ya mucho tiempo, aunque ellos, al igual que los habitantes de la aldea, no recuerdan por qué, ya que han perdido la memoria a causa de algo que llaman “la niebla”. Esos ancianos, Axl y Beatrice –cuyos nombres nos remiten a las raíces culturales inglesas– se encuentran en su periplo con ogros y dragones, así como con un sir Gawain, único sobreviviente de la mítica mesa redonda, ya entrado en años.
Los grandes temas de la novela –la memoria, el olvido, los fantasmas del pasado, el amor, la vejez– han sido explorados por Ishiguro a lo largo de su obra, en escenarios diversos. Nacido en Nagasaki en 1954, a los cinco años llegó con su familia a vivir en Inglaterra; en 1983 su nombre figuró en la lista de “los 20 mejores jóvenes escritores británicos” de la revista Granta, junto a los de Martin Amis, Ian McEwan y Salman Rushdie, entre otros. En sus dos primeras novelas, Pálida luz en las colinas (1982) y Un artista del mundo flotante (1986), Ishiguro recorre el dolor, la memoria y las fragmentaciones y separaciones, ubicándolas en un mundo armado de recuerdos y fantasía que él denomina “Japón”.
Probablemente su novela más conocida, más unánimemente elogiada por la crítica, más “canónica” (texto obligatorio para exámenes a nivel secundario e internacionales como el Cambridge Proficiency) sea Lo que queda del día (1986), llevada al cine por James Ivory en 1993. Está ubicada en la época del conflicto por el Canal de Suez entre Gran Bretaña y Egipto en 1956 –cuando quedó claro que los británicos ya no dominaban en asuntos internacionales–, pero la “crisis de Suez” nunca se menciona en el libro, cuyo narrador, el mayordomo Stevens, se niega a ver lo que pasa alrededor suyo, aferrado a un mundo anacrónico donde su rol es servir y no cuestionar las ideas ni el comportamiento de su antiguo empleador, lord Darlington, quien fuera colaborador de los nazis en 1923. La novela es narrada a través del diario de Stevens, que recuerda aquella época desde un presente 30 años posterior, durante un viaje en auto desde Oxford hacia el oeste de Inglaterra, seguro –aunque le comienzan a surgir algunas dudas perturbadoras– de que ha cumplido con su deber, sirviendo fielmente a “un gran caballero”. Identidad, amor frustrado y el modo encerrado en que el protagonista evita lo que le incomoda sostienen esta novela de dolores y frustraciones, que apunta a señalar los costos de empeñarse en no ver y en esquivar la discusión, tanto a nivel personal como social.
Los inconsolables (1995) es también narrada como un diario personal, en este caso de Ryder, y ese diario sirve, como el de Stevens, para explorar la interioridad del protagonista, y así lograr comprender el sentido que ha tenido su vida, al tiempo que emprende un viaje. Ryder –su nombre nos remite a Retorno a Brideshead, de Evelyn Waugh (1945)– es un pianista cuya historia se va mezclando con elementos inciertos en un plano en el que la realidad se hace difusa, y la lógica del mundo de los sueños y de las pesadillas se apodera de las cosas más cotidianas.
La búsqueda de los narradores de Ishiguro, entonces, apunta a encontrar pistas que expliquen cómo han llegado a ser quienes son. En Cuando fuimos huérfanos (2000) quien cuenta la historia es un exitosísimo detective profesional, Christopher Banks. La novela se mueve entre Londres y Shanghái desde los años 30, cuando Banks se da cuenta de que lo que debe investigar es el caso misterioso que lo ha perseguido durante años: la desaparición de sus padres, y en la antesala de la Segunda Guerra Mundial vuelve a la ciudad china de su niñez. La novela se centra en la fundamental importancia de las experiencias de la niñez para la vida de un adulto, al tiempo que la pesquisa de Banks lo lleva a alejarse cada vez más del mundo exterior para sumergirse en sus conflictos de identidad, de abandono y de deserción. El pasado preocupa más que el presente, y la historia personal pesa más que la social.
Nunca me abandones (2005), al igual que El gigante enterrado, ha sido tildada de fantasía, ciencia ficción o distopía, y también leída como Bildungsroman, aunque distorsione las expectativas que surgen de esas clasificaciones. Los niños huérfanos, que carecen de referentes y deben tejer entre ellos mismos una suerte de entramado de apoyo mutuo, son multitudes en las novelas inglesas de la época victoriana. Pero estos niños, los huérfanos de Hailsham House, son en realidad clones, y fueron clonados para ser donantes de órganos, para ser desarmados y así salvar a un “ser humano de verdad”. La novela gira en torno al amor entre tres adolescentes, Kathy, Tommy y Ruth. Al final nos quedamos con la sensación terrible de que nuestras vidas de adultos nunca llegan a ser lo que pudieron haber sido.
En cuanto a los etiquetas, Ishiguro –comparado muchas veces con Jane Austen, pero también con Franz Kafka, y que nombra a Anton Chéjov como uno de sus escritores predilectos– dijo en una entrevista reciente que siempre se sintió atraído por paisajes metafóricos, y que no es un escritor que se considere a sí mismo puramente “realista” o se sienta identificado con clasificaciones de su obra bajo tal o cual rótulo: su intención literaria apunta a lo universal.
Lindsey Cordery