Ingreso al lugar convenido. Elizabeth Suárez, referente del Movimiento de Afrodescendientes, me había dicho que iba a estar en unas jornadas.
Buscando referentes con experiencia en militancia social, llegué a Elizabeth. No me imaginé, sin embargo, que me sentaría frente a una mujer tan joven. Luego, de a poco, entendí por qué: “Desde que tenía 14 años empecé a participar en grupos de jóvenes. Primero fue en la Asociación Cultural y Social Uruguay Negro, la institución con este perfil más antigua de Montevideo. Luego, a los 15, empecé a participar en organizaciones de Mundo Afro, ahí sí, asumiendo roles de coordinación, secretaría, en grupo de jóvenes”, me contó al comenzar.
Elizabeth empieza a compartir, de a poco pero sin parar, su historia. Primero, habla de su familia. Nació en Montevideo y es la séptima hermana de una gran prole. Se crió en el barrio Palermo, “calificado anteriormente de un barrio de negros”, y en el “microbarrio” de Ansina, recordado por haber sido desalojado en la última dictadura militar. “Mi familia fue una de esas familias desalojadas, y creo que eso marca mi historia y también mi reivindicación como afrodescendiente”, sostiene.
Tiene una hija de tres años, y cuenta que aunque hasta el día del parto estuvo en actividades de su organización, ahora su vida y ella misma cambiaron.
Continúa su relato. Detalla cómo fue su recorrido personal de participación hasta llegar a fundar Mizangas, el espacio de mujeres afro en el que participa en la actualidad. Estuvo en Mundo Afro varios años, hasta 2006. Era parte de los programas de formación, en ese momento. Estaba por recibirse de educadora popular, y su dedicación sirvió para el fortalecimiento institucional. También fue parte de la Casa de la Cultura Afro Uruguaya, entre 2009 y 2015. Integró el equipo de gestión, en el que era la responsable de formación.
Mizangas
En 2006, algunas integrantes de Mundo Afro formaron Mizangas, “con un claro perfil de mujeres jóvenes, tratándonos de despegar de las mujeres adultas y también de los jóvenes”. Sin embargo, en menos de un año, se consolidaron como un grupo autónomo. Dice Elizabeth: “Entendíamos que no nos daban el protagonismo que merecíamos, que era todo muy machista. Nosotras queríamos innovar, trabajar con otra impronta, y entendíamos que teníamos que recorrer nuestro propio camino”.
Me inquieta saber la historia del nombre. ¿Por qué “Mizangas”? Me cuenta, entonces, que es una palabra de origen africano, que refiere a las cuentas de un collar de protección. En el proceso de formación, una de las integrantes propuso el nombre, y rápidamente hubo consenso. Tanto en ese momento como en la actualidad, una de las características de Mizangas es la organización horizontal: “Aspiramos a complementar todos los saberes que traemos cada una, sin tomar en cuenta el nivel académico o de educación formal. Entendemos que cada una de nosotras tiene un valor agregado por ser mujer afrodescendiente”, detalla.
Una de las primeras acciones que tomaron como grupo fue fundar la Red Nacional de Mujeres Afro Namua, en 2008. Era una de las mayores necesidades, ya que las mujeres participaban sobre todo en espacios mixtos, fundamentalmente en Montevideo; una de las prioridades era multiplicar organizaciones de mujeres a nivel nacional. Namua se creó hace años, pero a nivel político no funciona sostenidamente, aclara, así que tejer la red nacional, de alguna manera, sigue siendo un debe. Además, consideraron fundamental encontrarse con otras mujeres latinoamericanas y comenzaron a participar en la Red de Mujeres Afro Latinoamericanas y Afro Caribeñas, de la que forman parte hasta la actualidad.
Elizabeth comparte generosamente su experiencia y sus aprendizajes. Le pido que especifique cuáles son las principales reivindicaciones y luchas que emprenden desde el movimiento de afrodescendientes. Responde desde su mirada colectiva: “Entendemos que la lucha es contra el racismo patriarcal, contra el machismo, el sexismo, el clasismo. Las mujeres afrouruguayas sabemos que somos el sector más desprotegido”.
La lucha por visibilizar el racismo
Mientras relata las luchas que desarrollan desde Mizangas, me inmiscuyo en saberes y particularidades que desconocía, que incluso no me había imaginado. Entonces le pregunto qué opina sobre los discursos que sostienen que Uruguay no es un país racista. Elizabeth piensa, sonríe y me dice: “Somos políticamente correctos. Eso está bueno, pero opera en contra cuando hacés una reivindicación de este tipo, sobre todo porque la eterna lucha es lograr que la gente asuma que existe racismo en Uruguay”. Se queda pensando y complejiza su mirada: la visibilización del racismo es una pelea de largo aliento, es una guerra de a pie, lenta y silenciosa.
Enumera, por ejemplo, las leyes de acción afirmativa. Se refiere a la Ley 19.122, que pretende favorecer la participación de personas afrodescendientes en las áreas educativa y laboral, previendo en su artículo 4º la inserción de 8% de los puestos públicos disponibles anuales con esta población. Sin embargo, cuenta, “de la mayoría de los llamados la gente no se entera, porque son digitalizados, vía internet. Si tomás en cuenta que la mayoría de la población afro es pobre, la mayoría no tiene internet en su casa ni computadora”. Aclara que es algo que han demandado en múltiples instancias, pero es un cambio que todavía esperan.
Señala que numerosas veces los llamados que consideran la inserción del 8% son para labores de escasa jerarquía, o bien, si son para cargos de gerencia, difícilmente alguien de su comunidad cuente con los requisitos para postularse. Es decir, se intenta igualar en oportunidades mediante reglamentaciones de acción afirmativa, pero no son suficientes para encorsetar desigualdades estructurales históricas. En ese sentido, la militante sube la apuesta: “Entendemos que no alcanza con la voluntad política de algunos jerarcas o autoridades, sino que el uruguayo tiene que entender que es necesario generar un cambio, generar las oportunidades de inserción de la comunidad afrouruguaya”.
Ojos de mujer uruguaya afro
Los minutos corren, nosotras conversamos y se nos escurren rápidamente. Pienso en los años de historia familiar, de opresiones de mujeres, de persecuciones y maltratos a los descendientes afro. Intento imaginarla a sus 14 años, con ojos cargados de sueños y manos dispuestas para empujar lo que fuera necesario para mejorar su calidad de vida y a su alrededor. La observo luchadora, me animo y le pregunto si se considera feminista. Como las anteriores, su respuesta siempre tiene una historia detrás. Responde que sí, sin dudar. Pero relata que ella comenzó a sentirse feminista a partir de la conformación de Mizangas. Sin embargo, dice: “Yo entendía que el feminismo clásico no me representaba, y hasta el día de hoy creo que no me representa”.
Esa incomodidad encontró resguardo cuando comenzaron a formar parte de la Red Latinoamericana: “Fue grato encontrar esos espacios de referencia, que había mujeres afro que venían luchando desde siempre”. La genealogía de los feminismos, desde su mirada, no se corresponde con aquella que los ubican desde la década de 1960, sino que desde la Red han podido crear un recorrido propio de su mirada. Elizabeth se define como “feminista, desde una mirada particular, afrodescendiente”.
Le pregunto qué sueña, desde su lugar de mujer, de madre, de luchadora. Me dice que es imposible resumir, que tiene millones de deseos. Alcanza a enumerar: igualdad de oportunidades, igual desarrollo, legitimidad de las mujeres afro a partir de la participación política, “que no sea una mera cuota que se establezca en época electoral, sino que podamos estar realmente participando e incidiendo en la sociedad y en nuestras propias necesidades”. Con sus ojos atentos me dice que falta mucho, que el camino es lento. Que se va a morir y la lucha va a seguir. No desde el desánimo, sino desde quien sabe que todo hilo aportará al tejido de la historia.