Taylor Sheridan venía trabajando como actor televisivo y le dio por escribir guiones. Los dos primeros terminaron en películas con perfil bastante alto: Sicario (Denis Villeneuve, 2015) y Sin nada que perder (David Mackenzie, 2016). Antes, el hombre ya se había testeado como director en el film de terror Vile (2011), sobre guion ajeno, y que dicen que es muy malo. Esta es su segunda película, ahora con guion propio. En el festival de Cannes, Viento salvaje fue aplaudida de pie durante ocho minutos y Sheridan ganó el premio a mejor director en la sección Un certain regard.

El director sostuvo que Viento salvaje cerraba una “trilogía de la frontera” integrada también por Sicario y Sin nada que perder. Es medio forzado, porque las otras dos se ubicaban en Texas, cerca de México, y en este caso estamos en Wyoming, que no es un estado fronterizo. Quizá se pueda aplicar la noción de frontera interna, porque la acción transcurre casi toda en la reserva shoshón-arapajo de Wind River, que tiene una jurisdicción diferenciada. Uno de los conflictos que alimentan la acción tiene que ver con eso: la fuerza policial que debe intervenir depende de que el crimen involucre sólo a nativos, sólo a no nativos, o a ambos (con reglas distintas según quiénes sean víctimas y quiénes victimarios). Esto, que buscó proteger a los nativos, en la práctica parece ser causa de unos líos jurídicos tremendos, que llevan a que haya una gran cantidad de crímenes sin resolver. Al inicio se afirma que el film está “inspirado en hechos reales”, pero no parece ser mucho más que una frase de efecto para decir que cosas como las que veremos son, por desgracia, comunes en ese contexto. Un sobreimpreso al final indica que en las reservas indígenas estadounidenses hay una cantidad especialmente alta de mujeres desaparecidas, pero no se llevan estadísticas al respecto: esas desapariciones ni siquiera figuran en registro alguno. Más en general, abundan allí los crímenes sexuales y, para colmo, muchos casos quedan perdidos en el limbo entre jurisdicciones y no llegan a investigarse. A eso se suman las precariedades de un lugar de difícil acceso, despoblado y pobre. Cuando la agente del FBI le pregunta al jefe de la Policía tribal si no deberían aguardar refuerzos, él responde con sequedad: “Esta no es la tierra de esperar por refuerzos. Es la tierra de sólo contás contigo mismo”. El mismo jefe no se molesta en llamar a una ambulancia cuando hay un herido en un tiroteo, porque sabe que no llegará antes de una hora y que el hombre no vivirá tanto.

El personaje principal, Cory, es especialista en ubicar y matar predadores. Halla el cuerpo de una joven a la que conocía y se compromete en la búsqueda del asesino, motivado, entre otras cosas, porque tres años antes su propia hija murió en circunstancias similares. Cory es blanco, pero la madre de sus hijos es arapajo, y él conoce muy bien la región, tiene amistad con los nativos, es un rastreador eximio. Oficialmente, la investigación va a ser conducida por una agente novata del FBI, cuyo empeño en resolver el caso le va a ganar la simpatía de Cory. La combinación de la mirada de ambos nos mostrará el contexto, que es, como en los dos guiones previos de Sheridan, desolador, decadente y sin esperanza: jóvenes entregados a la drogadicción por falta de perspectivas, veteranos cuyo único y tenue motivo de orgullo son algunos rasgos de su cultura ancestral que ni siquiera pueden transmitir a los más jóvenes, a quienes no les interesan; una existencia monótona y dura; una naturaleza que es a la vez bella e inclemente. La música de Nick Cave y Warren Ellis insiste en esa tristeza y desolación helada, con el toque particular de un coro de voces (sin letra) que emula el soplido del viento y al mismo tiempo es un lamento.

Lo que tiene que ver con la dirección cinematográfica, en rasgos generales, está muy bien: Jeremy Renner hace el papel más memorable de su vida, y el reparto como un todo rinde. Las imágenes generan atmósferas inquietantes y se graban en el recuerdo. Hay algunos planos muy expresivos (por ejemplo, Cory, en foco, dialoga con el padre de Natalie, desenfocado, y como hay una columna entre ellos parece un collage de dos tomas distintas). El ritmo es mayormente contemplativo, pero se corta a veces con el paso vertiginoso de las motos de nieve. Las escenas de acción son intensas y tienen rasgos inesperados. Hay aspectos de la producción algo fallidos: se supone que Pete está corriendo sobre la nieve en una helada cruel, pero hay sol, la nieve está blanda y no sale vapor de la boca de los personajes.

Lo curioso aquí es que el guion es medio flojo. El film está lleno de “frases de guionista” y Cory dice cosas como “el sufrimiento es malo para los jóvenes: ellos no tienen nuestra práctica”, o “los lobos no matan al venado que tiene mala suerte, sino al más débil”, que están muy bien, pero no pegan mucho con un cowboy hosco que pasa la mayor parte de sus días solo en el medio del bosque.

Sobre todo, la estructura del guion usa un recurso muy poco elegante: la investigación avanza con base en evidencias muy tenues, y parecemos ir rumbo a un caso irresuelto más, sabiendo sólo aquello de lo que se enteran Cory y Jane. De pronto, un flashback nos informa todo lo que pasó en la noche del crimen. En seguida, los buenos se encuentran con los malos, de quienes no tienen motivos sólidos para sospechar, pero los malos deciden reaccionar antes de que la investigación avance más, y así se delatan. Nuestro descubrimiento de “quién es el asesino” casi coincide con el showdown, y el flashback fue puesto esencialmente para ayudarnos a odiar más a los culpables, y porque si la revelación hubiera venido después, podría quedar como un anticlímax (¿será?). Para colmo de males, el villano es una especie de caricatura de antipatía, estupidez y cobardía, como para ejemplificar, en ese ser repugnante, el concepto de que un violador es la peor escoria de la humanidad.

No hay por qué ver la distribución étnica de los personajes de una narrativa como una generalización acerca de los méritos de cada etnia. Pero aquí, una vez más, los blancos traen un poco de justicia a la comunidad nativa. El jefe tribal es bueno pero mayormente inoperante. Cory se destaca, incluso, en las habilidades normalmente asociadas con los indígenas: conocer la tierra, rastrear, cazar (sospecho que la idea inicial debe haber sido que el personaje fuera nativo, y que la producción impuso a los dos Avengers –Renner y Elizabeth Olsen– a la cabeza del elenco). Los nativos se reducen a la condición de víctimas. Y, ni que hablar, lo mismo se proyecta a los géneros: Jane es muy valiente, pero el que siempre tiene la posta de todo, está de vuelta, enseña y salva es su Tarzán, Cory.

Frente a este guion, podemos suponer que Villeneuve y Mackenzie ajustaron los de Sicario y Sin nada que perder, o que estos eran mejores y que, para su primera película totalmente autoral, Sheridan simplemente no dispuso de tiempo/presupuesto para desarrollar mejor la idea. Es una pena, porque Viento salvaje tiene escenas memorables, un clima especial, un tema interesante y muy buenos momentos de acción, precariamente ensamblados.

Viento salvaje (Wind River), dirigida por Taylor Sheridan. Con Jeremy Renner, Elizabeth Olsen, Graham Greene. Estados Unidos/Canadá/ Reino Unido, 2016. Life Cinemas 21 y Alfabeta; Movie Montevideo y Portones.