No es exactamente cine catástrofe, como suelen etiquetarla y como sugieren la sinopsis, el afiche y el título. Es más bien un híbrido, en el que los ingredientes de catástrofe están mezclados con una trama de espionaje que, a su vez, al transcurrir en buena medida en una estación espacial y en un futuro cercano pero con tecnología imaginada, es también ciencia ficción. Vaya uno a saber cuál fue la intención original. Como tantas superproducciones hollywoodenses, esta tiene un origen pautado por idas y vueltas y ansiedades diversas: se empezó a filmar en 2014, quedó supuestamente pronta a inicios de 2016, pero algunas proyecciones dieron resultados tan malos que se procedió a una nueva tanda de filmaciones (presupuestadas en 15 millones de dólares de rodaje, nomás) con otro director y otra guionista, e incluso con una transferencia de auspiciante principal (la Paramount se bajó y se subió la Warner). Desde entonces, la fecha de estreno se marcó y se pospuso tres veces hasta que finalmente llegó a las salas.
Viene siendo destrozada por la crítica. Yo qué sé, no soy un espectador muy exigente y me entretengo con este tipo de peliculitas: luego de haber dedicado, en mis primeros años de vida, horas y horas a apilar cubos para disfrutar del momento en que se derrumbaba todo, tengo que concederme el placer primario de asistir a una representación naturalista de la destrucción ficticia de Hong Kong o Dubái. Pero hay que ir con la guardia baja, porque las fallas, clichés y tonterías son evidentes.
Se supone que en 2019 hubo un colapso climático gravísimo en la Tierra, que acabó con ciudades enteras. Un científico genial y tozudo inventó una forma de control del clima con la ayuda de satélites y centralizada en una estación espacial enorme, a partir de un proyecto internacional de cooperación entre 17 países. Ahora (en el presente de la narrativa) el planeta vive un momento de estabilidad climática sin precedentes. Pero empiezan a ocurrir cosas no deseadas y los mecanismos de control destinados a la protección empiezan a agredir distintas partes del globo, propiciando el cuadro que rumbea hacia la conformación de una geotormenta (creo que el concepto es un invento de la película: sería una especie de desastrosa e imparable tormenta que asolaría el planeta entero con resultados apocalípticos). Al investigar un poco más, los agonistas descubren que en realidad no se trata de accidentes, sino de sabotaje.
La película es biempensante: los problemas climáticos son graves, hay que estar alerta y las superpotencias deben olvidar los intereses propios para pensar en forma planetaria e internacionalista; cuidado con el presidente que elegís para Estados Unidos (a la larga, veremos que el del Partido Demócrata es una buena opción y sus opositores son malos); frente a los problemas ecológicos la humanidad va a tender a usar autos eléctricos, paneles solares, y brindar mucho apoyo a la NASA; y un factor ambiguo pero también importante es que demasiada tecnología de control implica también un peligro, pues si cae en malas manos se convierte en un arma terrible. El principal personaje “de acción” es una mujer. Uno de los principales actos heroicos va a ser realizado por otra mujer. El presidente estadounidense es “latino” (aunque uno con un aire muy compatible con un blanco: está actuado por el cubano Andy García). El personaje mexicano es bueno y salva una situación crucial. Todo tiene un límite, así que, de todos modos, el genio científico-ideológico del proyecto es un estadounidense, sólo el presidente de Estados Unidos tiene ciertas claves de seguridad del proyecto multinacional, y entre los tres personajes femeninos importantes, las blancas son serias y objeto del interés romántico de ambos varones principales, mientras que la negra es la que hace chistes (aunque tiene los atributos positivos de ser una capa tecnocientífica y, además, corajuda). En las discusiones entre Jake y los burócratas, la película no se asume propiamente como partidaria de la tecnocracia, pero arriesga la posición de que los técnicos y científicos tienen una mayor preocupación por el bien común y una visión más sensata de este que los políticos.
El cine catástrofe más típico suele ser coral. Aquí, al contrario, la acción se concentra esencialmente en dos parejas (una en el espacio, la otra en la Tierra), con algunos ayudantes cercanos. Esto es bueno para la trama de espionaje, pero malo para la catástrofe, porque la mayoría de los grandes desastres no involucran a esos personajes, y se ven además en forma muy breve, casi como si pertenecieran a la carpeta de demostración de una empresa de efectos especiales: vemos a una ciudad que se sobrecalienta, a otra que se congela en forma velocísima, a otra en la que caen piedras gigantes de granizo, a otra bombardeada por rayos, a otra invadida por el mar luego de un tsunami, a otra asolada por tornados. Para dar algo de cercanía, en cada una de esas calamidades individualizamos a alguien, y la cosa queda un poquito menos impersonal: un niño hindú trata de protegerse del tornado y sufre porque se separó de su perro, lo veremos en tres o cuatro momentos y luego, cuando todo termina, se reencuentra con el perro. Ni siquiera nombre tiene; es sólo un recurso para que veamos el desastre desde un punto de vista más de a pie (una curiosidad: cuando la muchacha en bikini sale corriendo de la playa de Copacabana, en Río de Janeiro, y se mete calles adentro, aparece en un barrio de tipo hispano colonial de vaya uno a saber dónde, pero no de Copacabana; había que caracterizar, en brevísimos planos, una catástrofe “latina”).
Me dan mucho miedo las olas marítimas grandes, pero no recuerdo un tsunami menos amedrentador que el de esta película, quizá por la falta de un personaje con el que empatizar, quizá por el carácter de muestreo de desastres climáticos que tiene el guion (son como las plagas bíblicas), quizá por los cuidados para preservar el PG-13 en el mercado estadounidense (los mayores de 13 años entrar a ver el film sin estar acompañados por un adulto responsable), que implican que realmente no va a ocurrir nada traumático. Mucho más impresionantes son las escenas espaciales: hay planos muy buenos. Pero aquí lo que compromete el resultado son algunas pifias científicas: es extraño ver algo tan realista en lo visual pero con sonidos donde no hay atmósfera. Y además, ¿cómo es eso de que se corta el suministro de energía, el dispositivo de gravedad por centrifugación deja de girar y todo el mundo comienza a flotar? (si la rueda se detuviera repentinamente, todos saldrían disparados y chocarían contra las paredes; la otra posibilidad sería que la rueda siguiera girando por inercia hasta que la fricción la detuviera paulatinamente, y en ese caso la gravedad artificial disminuiría en forma gradual). La pulverización de una cantidad de estructuras espaciales como se ve en la película produciría un anillo de residuos girando a alta velocidad alrededor de la Tierra, que volvería muy problemática la reconstrucción de un sistema satelital. La forma en que Jake y Ute atraviesan la lluvia de objetos agresivos a altísima velocidad es totalmente inverosímil; y aun más absurdo es que, cuando hay que hacer la simple operación de rescatar un objeto cercano a la estación espacial, se elija para esa tarea a los dos líderes máximos de todo el proyecto –quizá las dos personas de quienes más depende la humanidad en ese momento–, y no a un par de cientos de otros funcionarios, igualmente calificados para esta simple misión, pero no para comandar el control del clima global.
Hay elementos muy previsibles. El funcionario chino acaba de descubrir una conspiración y llama a Max, su amigo y superior, que andaba investigando los accidentes causados por el sabotaje. En vez de contarle qué pasa de una, Cheng arregla con Max un encuentro para dos horas después en un café. Vemos a Max esperándolo, y al chino acercándose. ¿Qué piensan que va a pasar?: es lo que pasa. De todo el reparto, el actor que tiene la mayor tradición de interpretar a villanos resulta ser el villano. No trabaja de mayordomo, pero casi.
La música es linda: hacía mucho que no veía un blockbuster que arriesgara una banda musical melodiosa. Hay un poquito de humor, aunque nada muy brillante. Los actores son todos talentosos, y aunque no tienen mucho que hacer, ayudan a darles consistencia a diálogos y situaciones que en peores manos habrían quedado espantosos (para constatarlo, basta con asistir a alguna de la mayoría de funciones dobladas, en las que esa ventaja se pierde. Mala suerte para los espectadores de todo el interior salvo Punta del Este, y de barrios discriminados en los que no se exhibe la copia en idioma original).
Geo-tormenta (Geostorm), dirigida por Dean Devlin. Estados Unidos, 2017. Con Gerard Butler, Jim Sturgess y Abbie Cornish. Grupocine Ejido; Life Cinemas Costa Urbana; Movie Montevideo, Nuevocentro, Portones y Punta Carretas; shoppings de Colonia, Las Piedras, Punta del Este, Rivera y Salto.