Primero hay que deshacerse del elefante en la habitación. Sí, es cierto que Ian Anderson ya no puede cantar: no en un montón de sentidos que cabe darle al verbo, aunque por supuesto puede plantarse ante el micrófono y ofrecer una voz reconocible, así sea la del Anderson de la vejez, ese que viene sonando como puede desde el dos mil y pico hasta acá (todavía se las arreglaba relativamente bien en el excelente álbum en vivo y DVD Living with the Past, de 2002).

Pero es una apuesta segura que todos los fans de su obra lo saben, y por eso no hay sorpresas a la hora de escucharlo en vivo. O, en todo caso, las sorpresas vienen por otro lado, más grato. La voz es frágil, el aire se le agota de inmediato y es hasta conmovedor verlo agitar los hombros y la cabeza cuando debe alcanzar una nota un poco más aguda; todo eso le ocasiona a veces severos problemas rítmicos y, cuando hay otras voces sonando al mismo tiempo, las cosas no quedan bien resueltas. Pero después de un par de canciones (lo que lleva acostumbrar los oídos a eso que ya se sabía antes de que comenzara el recital) ya no importa: ahí está Ian Anderson, y no ha perdido ni una fracción de la presencia escénica que tenía en los años 70, en la cima de su poderío y del de su banda, Jethro Tull.

Está ahí hablando entre canciones con su voz de académico inglés invitado a un documental de la BBC, con sus poses de juglar y trovador, con su humor que se las arregla para funcionar a las mil maravillas por más que le conozcamos de antemano todos los chistes; y, por supuesto, con su virtuosismo en la flauta, para el que jamás le falta el aire, más bien al contrario: canta más y canta mejor cuando emplea sus clásicas técnicas de polifonía en su instrumento.

De hecho, ver a Anderson en vivo, y en particular con esta formación, logra a veces impactar por el contraste entre la fragilidad de su voz (y esa cosa empecinada en seguir cantando, en seguir esforzándose por algo que notoriamente ya no puede hacer) y el poderío de su banda. Porque sobre eso no cabe duda: David Goodier (bajo), Scott Hammond (batería), John O’Hara (teclados) y Florian Ophale (guitarra) tocan. A lo largo del espectáculo el nivel no afloja: hay momentos aplastantes, otros de belleza más delicada, otros de exhibición técnica (pero nunca traída de los pelos o superflua) y, sobre todo, buen hard rock y buen rock and roll.

44 y 5

No es del todo fácil rastrear la historia de Anderson y Jethro Tull en los últimos tiempos. Desde 1968 (el año en que salió This Was, su primer álbum) hasta 2003 (el de The Jethro Tull Christmas Album, último de estudio hasta la fecha) han pasado por la banda 29 músicos, repartidos en, a grandes rasgos, seis formaciones diferentes que, también en líneas generales (se excusará lo esquemático), responden a cambios estilísticos apreciables, pero después de la partida del guitarrista Martin Barre, en 2012, la cosa se complicó un poco más.

Para empezar, si había algo fácil de ver que hacía a “Jethro Tull” –en tanto banda– diferente de “Ian Anderson” –en tanto solista–, era la presencia de Barre: esas seis (o quizá más) formaciones mencionadas lo contaron como guitarrista entre 1969 y el año de su alejamiento, de modo que no hay cómo dudar de que su estilo en la guitarra era esencial para el sonido del grupo. Es cierto que Anderson ha cultivado una carrera solista (con seis álbumes de estudio: Walk into Light –1982–, Divinities –1995–, The Secret Language of Birds –2000–, Rupi’s Dance –2003–, Thick as a Brick 2 –2012– y Homo Erraticus –2014–) sin descuidar su trabajo en Jethro Tull, pero la clave de qué había de pertenecer a la banda y qué a sus propios discos fue siempre materia abierta a la especulación.

En cualquier caso, después de la partida de Barre, el disco Thick as a Brick 2, que sirve de secuela a la obra maestra de la banda (que viera la luz en 1972), no fue propuesto como un álbum de Jethro Tull sino como uno de Ian Anderson. Parecía fácil, entonces, entender por qué en 2014 el grupo sería oficialmente disuelto: sin Barre no había más Jethro Tull sino “apenas” Anderson con una banda de apoyo. Pero no fue tan sencillo, ya que esa banda incluiría a dos músicos (O’Hara y Goodier) de la última formación de Jethro Tull, a los que se sumarían Ophale (quien empezó a tocar con Anderson en 2003 y lo acompañó desde entonces) y Hammond (que se sumó a la banda solista de Anderson en 2010, pero también sustituyó extraoficialmente al baterista Doane Perry en algunos recitales de Jethro Tull en ese año y el siguiente).

Para darle todavía otra vuelta al asunto, en setiembre de este año fue anunciado que Jethro Tull volverá a los escenarios en 2018, para una gira que conmemorará los 50 años de su primer álbum de estudio (y, probablemente, grabará uno nuevo); eso sí, en principio se tratará de los mismos músicos que acompañan ahora a Anderson como solista.

Un día de octubre, hacia el comienzo de la noche

Anderson ya había tocado dos veces en Uruguay; la primera como solista, en 2005, con su proyecto Ian Anderson Plays the Orchestral Jethro Tull (que sería recogido en un álbum en vivo de 2005), y la segunda en 2007, al frente de Jethro Tull (que incluía entonces a Barre en guitarra, Doane Perry en batería y Anna Phoebe en violín, además de los ya mencionados Goodier y O’Hara). En ambos casos lo que sonó fue, ante todo, material de Jethro Tull, y lo mismo pasó en el recital del martes 17 en el Teatro de Verano, presentado como un Anderson solista versionando clásicos del repertorio de Jethro Tull.

En ese sentido, la selección fue impecable, y lo único que cabría señalarle es qué otras canciones pudieron haber sido incluidas (“Budapest”, “A Song for Jeffrey”, “Minstrel in the Gallery”, “Steel Monkey”, etcétera), ya que todas las elegidas son, sin lugar a duda, ineludibles. La mayoría pertenece al repertorio de los años 70 o de fines de los 60, con las únicas excepciones de una impresionante “Farm on the Freeway” (originalmente del disco Crest of a Knave, de 1987), la buenísima “Banker Bets, Banker Wins” (de Thick as a Brick 2), “Fruits of Frankenfield” (una canción sobre vegetales transgénicos tomada del proyecto Jethro Tull – The Rock Opera, que revisita canciones de la banda y propone otras nuevas, precisamente sobre Jethro Tull, el agricultor inglés del siglo XVIII cuyo nombre tomó el grupo, después de usar varios otros, por decisión de alguien en la agencia que les conseguía presentaciones en vivo) y dos números instrumentales “nuevos”, uno de ellos un arreglo de una composición de Enrique VIII (titulada “Pastime With Good Company”) y el otro un largo solo de guitarra de Ophale, que versiona o adapta la famosa tocata y fuga en re menor BWV 565, atribuida a Johann Sebastian Bach.

Es decir que sacando la canción de 1987, las otras tres no pertenecen a Jethro Tull sino al trabajo solista de Anderson. ¿Seguimos complicando la cosa o, simplemente, se trata de que el título de la gira, Best of Jethro Tull by Ian Anderson (“Lo mejor de Jethro Tull por Ian Anderson”) es un poquito tramposo? Bueno, qué importa. En parte, porque “Banker Bets, Banker Wins” y “Fruits of Frankenfield” fueron los momentos en que mejor sonó la voz del artista, en tanto se trata de canciones compuestas de este lado de su pérdida de poder vocal y por lo tanto “ajustadas” a lo que puede lograr más cómodamente.

Además, quienes no terminan de sentirse cómodos con la quebradiza performance vocal –pese a que hay momentos en que el disfrute de las canciones también pasa por celebrar que Anderson alcance ciertas notas, como si toda la audiencia estuviera alentándolo a lograrlo– sin duda disfrutan especialmente de los instrumentales. De hecho, las primeras cinco canciones (“Living in the Past” y “Nothing is Easy”, ambas de 1969, seguidas por “Heavy Horses”, de 1978, una versión resumida de “Thick as a Brick”, de 1972, y después “Banker Bets, Banker Wins”) tuvieron momentos de brillo indudable. En “Heavy Horses” Anderson cantó a dúo con Goodier y O’Hara, y también con la violinista islandesa Unnur Birna Björnsdóttir, cuya performance está grabada de antemano y aparece en la pantalla gigante detrás del escenario; el aporte de Björnsdóttir es bellísimo, pero cuando es seguido por la voz de Anderson el efecto es un poco desconcertante, y eso hizo sonar un poco extraña a una de las canciones más emblemáticas y logradas de la banda. Sin embargo, fue a partir del clásico “Bourée” [sic], del álbum Stand Up, que es una versión jazz-rock del quinto movimiento de la suite en mi menor para laúd, BWV 996, de Bach, que las cosas pasaron a un nivel más intenso. Siguió “Farm on the Freeway” en una versión de tal contundencia instrumental que hizo empalidecer a la original de estudio, después una vivísima “Too Old to Rock’n’Roll, Too Young to Die” (del álbum homónimo de 1976), y finalmente una algo desenfocada o desencajada “Songs from the Wood” (del álbum homónimo de 1977).

La segunda mitad sonó más sólida y consistente: arrancó con la pesada “Sweet Dream” (un single de 1969) y siguió con “Pastime with Good Company” (el cover de Enrique VIII), “Fruits of Frankenfield” (bizarra, un poco grotesca y sumamente disfrutable), “Dharma for One” (una versión enteramente instrumental, centrada en un solo de batería, de la canción con el mismo título que apareció por primera vez en el álbum Living in the Past, de 1972), una excelente “A New Day Yesterday” (de Stand Up), la mencionada versión de la tocata y fuga en re menor y, finalmente, tres canciones tomadas de Aqualung (1971), sin duda el disco más célebre de la banda: “My God” (con un desempeño excelente de Anderson en guitarra acústica), “Aqualung” (con el vocalista Ryan O’Donnell como invitado desde la pantalla gigante) y, como bis, “Locomotive Breath”.

La noche fue memorable: dos horas de música, talento, buen humor y tantos clásicos de una de las bandas más importantes de los años 70. Para cerrar esta nota, entonces, es inevitable recordar el título de aquella canción de 1976 (y un verso de otra de 1972). Porque si algo probó Ian Anderson –con su carisma, su virtuosismo y su empecinada determinación a seguir cantando– fue que no se es demasiado viejo para el rock and roll si se es aún demasiado joven para morir. Y eso, parafraseando la letra de “Thick as a Brick”, muchos sabios siguen sin saber cómo se siente.