Las continuaciones son siempre algo espinoso, sobre todo cuando se decide hacer la secuela de una película de hace mucho tiempo, de una época en la que no era tan automático que un blockbuster tuviera su continuación. Los films no se concebían pensando en una segunda parte, y sólo se hacía una si aparecía alguna excelente idea, o si el estilo mismo estaba inspirado en las series (como fue el caso de Star Wars y de Los cazadores del arca perdida).
Implica demasiadas ansiedades retomar, décadas después, una obra glorificada por la historia del cine, que la mayoría de los espectadores asimilaron cuando eran niños o jóvenes, o que ya conocieron como algo consagrado: nada puede ser demasiado igual, porque eso sería como llover sobre mojado, pero nada puede ser demasiado distinto, porque se perdería el vínculo con el original. Es fútil tratar de volver a algo que integró una cultura ya lejana y que es irrecuperable, pero por otro lado ese volver nostálgico es una de las razones de ser del proyecto. Además, en la ciencia ficción una de las mayores gracias es entrar en contacto con las premisas de un mundo posible, pero las continuaciones tienen que arreglárselas sin eso, y normalmente lo sustituyen por el encanto nostálgico del reencuentro y el placer infantil de la repetición.
Futuro de aquel futuro
Se puso mucha cabeza, mucho talento, mucho esfuerzo y mucha plata en esta continuación tardía de Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Se rompieron el coco realmente para inventar una situación que transcurre 30 años después de la anécdota original (para así poder usar algunos de los mismos actores, ya envejecidos, y caracterizar realmente una continuación, no un reboot). Se trata necesariamente de una línea de tiempo alternativa a la nuestra, porque en el 2019 en que transcurría Blade Runner los replicantes (androides) y la colonización del espacio ya eran elementos establecidos hacía varios años, y lo que era un futuro posible en 1982 ya no vale en 2017. La película juega con eso, proyectándose como un futuro todavía imaginable desde 1982: Atari figura en los avisos como una corporación de importancia comparable con la de Sony o Coca-Cola, y hay alguna alusión gráfica a la Unión Soviética como una entidad política quizá todavía existente.
Aquí el personaje principal es un nuevo blade runner (cazador de androides). En una de sus misiones, casi de casualidad, se encuentra con evidencias que, por un lado, lo conectan con elementos de la primera película y, por otro, suscitan una intriga nueva e implican una serie de búsquedas y conflictos de intereses (el gobierno pretende destruir una evidencia potencialmente desestabilizadora, una poderosa empresa quiere encontrar esa evidencia para sacar provecho, el protagonista se involucra y quiere salvar a posibles víctimas de ese lío, y por ahí aparecen también rebeldes). El final es abierto porque, ahora sí, si a esta película le va bien, están previstas tres o cuatro continuaciones más.
Una vara muy alta
Soy fan de Blade Runner y debo de haberla visto, fácil, una decena de veces. Cuando se estrenó en 1982 corrí a verla, porque me había copado con Alien, del mismo director. Quedé tan maravillado que me quedé a verla por segunda vez (era la época de las funciones continuadas). Nunca logré enganchar con otros fans que veían en ella una profunda reflexión filosófica y la revelación de quién sabe qué cuestiones sobre la esencia de la vida. Para mí siempre fue esencialmente una brillante combinación de film noir (que entonces estaba de moda, porque fue más o menos cuando estrenaron Hammett, de Wim Wenders) con retrofuturismo y cyberpunk, que contaba con tremendas escenas de acción, una historia ingeniosa, los mejores efectos especiales desde 2001: odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), una original visión distópica del futuro, una dirección de arte sensacional, una banda musical de Vangelis que marcó época, un montaje de una agilidad pocas veces vista, una de las actuaciones más carismáticas de Harrison Ford, la revelación de Rutger Hauer para el público internacional, con Sean Young y Daryl Hannah tremendamente interesantes con sus aires de muñeca (de estilos opuestos: una tendiendo a la femme fatale de los 40 con un toque japonés en el peinado; la otra, new wave). Fue además mi primer contacto con el nombre de Philip K Dick.
Hay quien ve en esta nueva entrega otra profunda reflexión sobre la vida (¿Qué? ¿Que si se logra reconstituir artificialmente todas las condiciones que hacen a la vida, a la inteligencia y a las respuestas emocionales, los sujetos resultantes serán suficientemente similares a los humanos como para merecer nuestra compasión y para que éticamente los consideremos dignos de derechos, sin necesidad de que medie un “alma” que, de todos modos, es indemostrable que exista? Chocolate por la noticia). Lo que veo es otra muy buena película de ciencia ficción, un poco embarrada por depositar demasiado empeño en vincularse con la de 1982 en vez de seguir su propio camino.
Memoria implantada
Un emblema de ello es la música: a los excelentes compositores Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch se les encargó que hicieran algo parecido a la música de Vangelis del primer film (no sé por qué no llamaron al propio Vangelis, o al menos emplearon sus temas musicales). Entonces, tenemos todo el tiempo el mismo tipo de timbres, el mismo tipo de gestos musicales, a veces los mismos acordes, pero en ningún momento el vuelo melódico-armónico del original, porque generar nuevos temas recordables nos apartaría de aquel referente. Es una especie de balbuceo musical que va pronunciando las emociones de las escenas, pero que no es lo viejo y tampoco algo nuevo.
Mucha de la emoción de la película consiste en ir encontrando las referencias del pasado: un par de grabaciones con las voces de Rachael y Deckard diciendo diálogos que los fanáticos tenemos semimemorizados, el característico edificio de la corporación Tyrell, una visita al ahora polvoriento apartamento de Deckard (con su piano de cola), una breve escena en la que aparece Gaff (interpretado por el propio Edward James Olmos). En el último acto aparece el mismísimo Deckard (el propio Harrison Ford) y usa su característica pistola futurista, e incluso hay una especie de clonación de Rachael que aparece durante un minuto (la imagen es un efecto digital, pero la voz es la de la propia Sean Young).
Citas
Otros ingredientes que sintieron que no podían faltar aparecen barajados en Blade Runner 2049. El primer plano, luego del texto escrito explicativo, es análogo al correspondiente en la película original (una toma aérea, en movimiento hacia adelante), aunque muestra otro tipo de paisaje, porque estamos en la zona rural. K, el blade runner, es un poco Deckard (atributos de detective noir, enamorado de una chica artificial), pero es también un poco Rachael (porque es él mismo un androide y se pone a cuestionar la naturaleza de sus memorias, pero con un trayecto opuesto al de Rachael: aquella pensaba que sus memorias eran reales y de pronto descubría que eran implantadas; K cree que son implantadas y de pronto empieza a sospechar que son reales).
La nueva corporación que controla el mundo es dominada por un genio científico medio friqui, aunque distinto del Tyrell de la primera película. Su secretaria es una androide con un peinado y estilo de vestir parecidos a los de Rachael, pero su personalidad es la de una asesina perversa. Hay otra replicante destacada cuyo peinado y forma de vestir recuerdan a Pris. Hay un replicante que hacia el final, gravemente herido, se sienta tranquilamente y mira el cielo, probablemente para morir, y en ese momento suena la misma música (acá sí, la original de Vangelis –¡qué diferencia!–) de la escena en la que moría Roy, con similar actitud, en el film de 1982. Las tecnologías que vemos son más avanzadas que las que se nos mostraban en la película de Scott, como corresponde por lógica, ya que pasaron 30 años en el mundo ficcional. Pero hay otras que se mantienen en forma inverosímil (la baja definición de las pantallas), únicamente para preservar la sensación de un universo común. El cielo nunca aparece, y casi siempre hay lluvia o nieve.
Méritos
La fotografía es de Roger Deakins, quizá el más magnífico (y sin duda el más famoso) de los directores de fotografía vivos. Es una maravilla, como siempre. Supongo que era difícil pensar en otra persona más capacitada para competir con el trabajo de Jordan Cronenweth en Blade Runner. Pero el estilo visual de Villeneuve es distinto del de Ridley Scott hacia 1980. Villeneuve es mucho más austero, le gustan las escenografías más despojadas y efectos de iluminación más sencillos, poner a sus personajes solos contra un fondo esfumado, donde a veces destaca nada más que una o dos líneas de algún objeto. Pero, una vez más, en vez de que se genere aquí un estilo visual personalísimo como el de su anterior película, La llegada (2016), queda algo a mitad de camino, atado al referente más barroco/neo noir de Blade Runner, pero con ganas de ser un poco distinto y aggiornado.
No entiendo cómo algunos pueden seguir considerando válida la hipótesis de que Deckard sea él mismo un androide. Aun suponiendo que hubiera sido otro modelo experimental que, como Rachael, tuviera una memoria implantada, y aun aceptando que, sin que esto se explicitara, tuviera un tiempo de vida ilimitado, y aun asumiendo que, en forma bastante inverosímil, su encuentro y enamoramiento con Rachael hubieran estado programados, ahora habría que pensar también que los fabricantes hicieron androides que envejecen, y eso ya no tiene justificación posible.
Me cuesta pensar en cómo le pegará esta película a alguien que no vio Blade Runner. Supongo que como una de ciencia ficción mejor que el promedio, tendiendo a seria –no es para niños, el ritmo no es vertiginoso y la trama es relativamente compleja–, tremendamente bien realizada, en la que se reconocen rostros famosos de la televisión (Robin Wright de House of Cards, Lennie James de The Walking Dead) y del cine reciente (Barkhad Abdi de Capitán Phillips, Dave Bautista de Guardianes de la galaxia). Ningún fan de la primera película se la va a perder, y las referencias a ella van a producir emoción. No creo que vaya a dejar una marca duradera por sí misma, aunque sí va a suscitar un saludable interés en la obra original.
Blade Runner 2049, dirigida por Denis Villeneuve. Estados Unidos/ Reino Unido/Canadá, 2017. Con Ryan Gosling, Harrison Ford y Sylvia Hoeks. Grupocine Ejido; Life Cinemas Costa Urbana; Movie Montevideo, Nuevocentro, Portones y Punta Carretas; Stella (Colonia); shoppings de Colonia, Las Piedras, Paysandú, Punta del Este, Rivera y Salto.