A fines de 1976, David Bowie quería escapar de Estados Unidos. Había pasado allí casi dos años y grabado tres álbumes, al menos uno de ellos (Station to Station) entre los que generalmente se consideran los cuatro o cinco mejores de su discografía. También había actuado en la película The Man Who Fell to Earth (1976), de Nicolas Roeg, e intentado colaborar en su banda sonora. A la vez, habían sido años de abuso de sustancias –cocaína, más que nada– y de alimentarse únicamente con leche y morrones. Las paranoias de la merca y la mala nutrición (que lo llevó a pesar alrededor de 40 kilos) tuvieron sus consecuencias: Bowie se obsesionó hasta el delirio con el esoterismo y las teorías conspirativas, la magia negra y los OVNI, y eso fue la causa de múltiples mudanzas (por miedo a las manchas misteriosas en el fondo de una piscina), huidas a toda velocidad por las calles de la ciudad, debido a que se había escapado de un aquelarre de brujas que pretendían conservar sus uñas, pelo y semen, y duelos “de voluntad” con otro gran curioso del esoterismo, el guitarrista Jimmy Page, en aquel entonces todavía integrante de Led Zeppelin. No sabemos qué habría pasado si Bowie hubiese insistido en aquella línea de autodestrucción merquera, pero sí que la necesidad de ponerle un punto final lo llevó a mudarse a Suiza.
Allí empezó a desintoxicarse lentamente, a interesarse por el expresionismo alemán, a leer en paz y, además, a replantearse sus estrategias como compositor. Pese a todos los excesos de los años anteriores, ni su creatividad ni su capacidad de trabajo se habían visto deterioradas, pero de pronto Bowie, ya en Europa, experimentó una suerte de bloqueo. No podía seguir grabando y componiendo de la manera en que lo venía haciendo, así que se imponía una nueva búsqueda, un nuevo cambio. Y, a modo de laboratorio, decidió usar el proyecto de lanzamiento de una carrera solista para su amigo Iggy Pop. En esos últimos meses de 1976, entonces, serían grabados casi simultáneamente (el de Pop fue el primero, pero las sesiones terminaron por solaparse) The Idiot, de Iggy, y Low, de Bowie, que sería visto después como el primero de la llamada Trilogía de Berlín.
No somos pocos los que vemos en los tres discos que la integran (y en particular en los dos primeros) los mejores trabajos de David Bowie. En ellos es decisiva la influencia de Brian Eno, quien aportó no sólo un lenguaje completamente nuevo para el autor de Young Americans (el de los instrumentales ambient, el de la experimentación con pop de alta tecnología) sino que además lo introdujo en métodos de trabajo que incorporaban el azar y los llamados “accidentes planificados”. Por ejemplo, para una de las pistas más memorables de Low, el instrumental “Warszawa”, se grabó una pista de clics de metrónomo luego numerados (oralmente, en otra pista) y, tras escoger números al azar (sacándolos de una bolsa) se marcaron momentos específicos en esa sucesión de clics, y a partir de ellos se estructuró la pieza, con súbitos cambios de tono y sonido.
En cualquier caso, tan decisivo como el de Eno fue el aporte de Tony Visconti, el productor, que dio a Low su sonido característico, ligero y artificial, cargado de sintetizadores e instrumentos “reales” tratados para sonar como cualquier otra cosa, además del después célebre (porque lo usarían todas las bandas synthpop de los años 80) golpe de redoblante pasado por una caja de efectos novedosa en aquel momento, el Eventide H190 Harmonizer.
Parados frente al muro
Luego, ese mismo año, Bowie decidió mudarse a Berlín, junto a su entonces inseparable Iggy Pop. Allí procuraron vivir sin comodidades (famosamente, en un piso sin calefacción central, con apartamentos más o menos separados para Bowie, su hijo Duncan, Pop y la asistente Corinne Schwab), pasear, vivir por fuera del circuito de las celebridades, empaparse de la ciudad dividida y seguir grabando. Siguieron entonces “Heroes” y Lust for Life, de David e Iggy, respectivamente: el primero, una versión mucho más frenética y rockera de Low, pese a que conservaba la división entre un lado A del vinilo, que contenía canciones más o menos reconocibles como tales (aunque en Low eso era bastante tenue: se trataba más bien de fragmentos o de secuencias ajenas a la división estrofa/estribillo) y un lado B de instrumentales ambient.
Ese segundo álbum de la trilogía (el único 100% berlinés, de hecho) cimentó la nueva estética que le interesaba a Bowie: marcadamente europea, empapada de influencias electrónicas (Cluster, Kraftwerk) y krautrock (Neu! especialmente, y se llegó a manejar la idea de invitar a tocar a Michael Rother, guitarrista de ese grupo), orientada tanto al proceso creativo como a los resultados y, como ya se ha dicho, marcada por los procesos random convocados por Eno.
Bowie no había querido salir de gira con Low (prefirió desempeñarse como tecladista en los conciertos con los que Iggy Pop promocionó The Idiot), pero sí decidió hacerlo después, ya con “Heroes”, un disco sin duda más “rockero” que el minimalista anterior, y por tanto más fácil de reconstruir en vivo. En 1978, entonces, recorrió el hemisferio norte con su tour Isolar II, que le permitió volver a tocar canciones de sus etapas glam y americana, pero completamente reformuladas dentro de la estética de sus dos últimos álbumes.
Si Low fue el disco suizo y Heroes el alemán, cerró la trilogía un álbum neoyorquino, Lodger, editado en 1979. Es, para muchos, el momento más flojo de la etapa junto a Eno, quizá porque ya para entonces la relación entre ambos músicos se había deteriorado un poco (al menos en lo creativo), o porque finalmente no se le prestó mayor atención a su mezcla y masterizado. Es, además, el disco más Eno de los tres, en el sentido de que es el que presenta más claramente procesos azarosos (se intercambiaron los roles de los músicos, se tomaron al azar canciones anteriores del repertorio de Bowie para invertir el orden de sus acordes y así crear una nueva pieza, etcétera), y si bien no fue tan bien recibido como los dos anteriores, le dio a Bowie más hits que Low y “Heroes” juntos, en tanto contiene “DJ”, “Boys Keep Swinging” y “Look Back in Anger”, presentes en todos o casi todos los compilados de grandes éxitos del artista.
Fueron tres discos experimentales, que entraban y salían nerviosamente del pop y del rock y que hicieron historia por sus sonidos y técnicas de grabación; pero eran también tres discos arduos y ante todo intelectuales, y por eso quizá Bowie decidió que debía tomar todo lo aprendido durante esos dos años y pico entre Suiza, Berlín y Nueva York, y usarlo en un contexto más abiertamente pop, incluso más comercial. El resultado fue Scary Monsters, grabado en 1980, para muchos la última de sus obras maestras indudables, al menos hasta The Next Day y Blackstar, de 2013 y 2016, respectivamente. Ese impulso por hacer acopio de la experiencia, de hecho, terminó por integrar también otros elementos (más narrativos, conceptuales, incluso) de su obra anterior, y así “Ashes to Ashes”, acaso la mejor canción del disco, retomó la figura de Mayor Tom de “Space Oddity”, el hit tempranero que, allá por 1969, había contribuido al despegue de su carrera.
Después vendrían tres años de relativo silencio discográfico: sin álbumes (lo que, dado el ritmo al que venía trabajando y publicando Bowie, fue una verdadera retirada) y con apenas un EP (Baal, de 1982, con interpretaciones para una versión de esa obra de Bertolt Brecht a cargo de la BBC) y un par de hits, entre ellos “Under Pressure” (1981), junto a Queen, y “Cat People (Putting Out Fire)”, compuesta para la película Cat People, de Paul Schrader (1982), y de la cual Quentin Tarantino haría un uso memorable en Bastardos sin gloria (2009).
Y en 1983, Bowie se vendió.
Pero esa es otra historia.
Fotos de chicas japonesas
Acaba de ser editada la caja A New Career in a New Town (1977- 1982), que continúa el proyecto de remasterizar la discografía de Bowie en orden estrictamente cronológico y aportar, de paso, compilados de lados B y rarezas, además de “sorpresas” diversas que, junto al sonido mejorado, vienen siendo el principal interés de la serie. Así, Five Years (1969- 1973), de 2015, ofreció remasters –por primera vez desde 1999– de los álbumes The Man Who Sold the World (1970), Hunky Dory (1971) y Pin Ups (1973), además de un interesante compilado de rarezas titulado Re:Call 1; mientras que Who Can I Be Now (1974-1976), de 2016, vino con una reconstrucción de The Gouster, versión primitiva de Young Americans (1975), y con su correspondiente Re:Call 2.
Este año, entonces, le tocaba al período de la trilogía de Berlín, y los fans pasamos no pocos meses de ansiedad esperando el anuncio –que llegó en julio– del contenido de la tercera caja. Las hipótesis manejadas incluían un rescate del proyecto fallido de banda sonora para The Man Who Fell to Earth (del cual, se dice, sólo sobrevivió “Subterraneans”, el último de los instrumentales de Low) y un nuevo disco en vivo tomado de uno de los tantos bootlegs de la gira Isolar II, pero al final nada de eso se hizo realidad.
La caja sí incluye, por supuesto, los discos de la trilogía de Berlín, remasterizados (una vez más, por primera vez desde 1999) con un sonido lleno aunque un poco comprimido en aras del volumen, con nueva potencia en los graves (acerca de esto pueden leerse por ahí no pocas quejas, en particular en relación con Low, pero se ha señalado que Tony Visconti, quien no se había visto involucrado en los remasters anteriores, prefiere así el sonido de los álbumes que produjo en 1977) y una preciosa definición en las frecuencias más agudas, todo eso capaz de lograr que los CD anteriores suenen ahora más tenues e insuficientes y que estas nuevas versiones se vuelvan la mejor opción –en términos de sonido y en líneas generales– después de la conjunción de los vinilos originales y una máquina del tiempo (o del hallazgo de alguno archivado durante décadas y por tanto no herido por tanto pasaje de púa). La única –y para nada deleznable– mancha en todo esto es una notoria caída de volumen en la canción “Heroes” hacia el minuto 2:50, que en comunicados recientes de la discográfica Parlophone y del sitio davidbowie.com fue atribuida a problemas del master original, aunque a la vez se anunció que quienes hayan comprado la primera edición de la caja obtendrán un CD con ese error corregido gracias a un master nuevo.
Una buena noticia es que el período cubierto por la caja se extiende hasta 1982, de modo que fueron incluidos Scary Monsters y, en el compilado de lados B y rarezas, Re:Call 3, los hits mencionados más arriba y el EP completo de Baal, disponible ahora por primera vez en CD.
Entraron también en la caja dos versiones de Stage, el disco doble en vivo con registros de la gira Isolar II grabados de abril a mayo de 1978, y editado ese mismo año. Una de esas versiones es, naturalmente, la original (remasterizada), que en vez de presentar las canciones de acuerdo con la secuencia en que se tocaban en aquella gira, lo hace basándose en un orden aproximadamente cronológico de su aparición original en álbumes de estudio: el lado A con éxitos de la etapa glam, el B con selecciones de la etapa estadounidense, el C (o sea, el primero del segundo disco) con instrumentales de Low y “Heroes”, y el D con una buena selección de canciones de estos últimos álbumes. La otra versión es un nuevo remaster de la remezcla de 2005, que además de restaurar el orden “natural” de los temas –es decir aquel en que eran ejecutados durante los conciertos– incluyó otros tantos, tocados durante la gira pero omitidos en el álbum de 1978.
Otro añadido de interés es el EP Heroes, que incluye las versiones en alemán y francés de la canción del mismo nombre, tanto en sus versiones de single (o sea, de tres minutos y medio, en oposición a la de seis minutos que suena en el álbum de 1977) como en las completas y bilingües, que frankensteinianamente empiezan en inglés, siguen en francés o alemán, y terminan en inglés.
Hasta acá no aparecen mayores sorpresas, pero lo que logró que A New Career in a New Town no desilusionara fue la inclusión de una remezcla de Lodger. Como había dicho antes, es posible que la mezcla algo deficiente (con un sonido latoso y escaso) del álbum original se interpusiera siempre entre los fans y una revaloración de ese cierre de la trilogía con Eno: ahora se puede recurrir a lo que Visconti (o al menos el Visconti de 2017) entiende como una versión a la altura de la música contenida en el álbum. Por supuesto que acá los puristas ponen el grito en el cielo, pero la caja incluye también la versión original, así que quienes prefieran prescindir de nuevas formulaciones de los clásicos pueden simplemente no escuchar el disco en cuestión. Lo más fácil de señalar es que el nuevo Lodger es un álbum diferente, lleno de sorpresas, que en su momento habría, sin duda, sonado “mejor”. Es, en definitiva, una excelente oportunidad, ahora sí, para revalorizar ese cierre de la trilogía, para desautomatizar los oídos acostumbrados a tantas escuchas del disco de 1979, y también para volver a la versión original y acaso redescubrirla como el disco valiente, experimental y desconcertante que siempre fue.