Terminó una nueva edición de la prueba de admisión (PDA) del Carnaval montevideano y tras ella queda una certeza: 2018 será el año con menor número de conjuntos concursando (37) de los últimos tiempos. Sus organizadores dedicarán los días venideros a esbozar estrategias para completar los “huecos” que quedan en una grilla ya concesionada con la misma cantidad de etapas del año pasado, y la resolución de ese inconveniente tendrá más en cuenta, con seguridad, aspectos económicos que la problematización del achicamiento del Carnaval.

Esta prueba clasificatoria, muy cuestionada por varios carnavaleros, hunde sus raíces varias décadas atrás, y su nivel de exigencia ha ido variando. Desde hace un tiempo, a nivel reglamentario se establecieron cupos máximos de concursantes por categoría, y se garantizó el acceso al Carnaval siguiente a aquellos conjuntos que participaron en la rueda de definición (“liguilla”) del año anterior. La selección realizada en la PDA determina qué agrupaciones completan los cupos establecidos por el reglamento para cada categoría, siempre y cuando hayan mostrado, en opinión de los jurados, un “nivel mínimo” para estar en la fiesta de Momo.

Hasta el año pasado, el reglamento de Carnaval permitía que si, tras ese proceso, en una categoría quedaban cupos libres, estos pudieran trasladarse a otras categorías en las que los conjuntos considerados con “mérito” superaran los cupos disponibles. Fue así que en la PDA para el concurso de 2017 se adjudicaron dos cupos adicionales a la categoría de murgas. Este año se resolvió, sin mayores argumentos, eliminar esa movilidad de cupos entre categorías, y tras la inscripción oficial de agrupaciones se pudo confirmar que el Carnaval se “achicaría”, debido a que en tres de las cinco categorías los conjuntos que se presentaron fueron menos que los cupos disponibles para el Carnaval de 2018.

En las primeras horas de la madrugada del martes, cuando se dieron a conocer los fallos de la PDA para 2018, se sumaron “vacíos” porque los jurados decidieron, con buen criterio, que algunos aspirantes a competir en las categorías de parodistas y humoristas no mostraron los méritos suficientes.

Los fallos de esa PDA no fueron sorprendentes, y esto, lejos de ser un elogio, habla del nivel de predictibilidad que tiene el Carnaval montevideano. Tras varias impugnaciones por parte de DAECPU (Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos Populares del Uruguay), la integración del jurado fue modificada, pero a la luz de sus veredictos, se ha mantenido intacta la predilección estilística ya habitual.

No me interesa aquí cuestionar el trabajo del jurado ni mucho menos, sino más bien poner arriba de la mesa el funcionamiento de las lógicas de legitimación de determinadas propuestas en detrimento de otras.

La delimitación de “los mejores espectáculos”, en tanto se realiza sobre conjuntos y se articula con cierta propuesta estética y artística, no constituye simplemente una decisión instrumental. Por el contrario, incide también en los procesos de legitimación y producción de subjetividad en el sentido denso del concepto. Selecciona y valida lo que es murga y lo que no, privilegia modos de construcción de espectáculos, estilos narrativos y propuestas estilísticas. El “riesgo”, por regla general, se castiga, al tiempo que se premian viejas recetas, que no por viejas carecen de mérito o efectividad.

Comienza a construirse un círculo vicioso mediante el cual desde los medios se cultivan esos procesos de legitimación artística –no sin excepciones contrahegemónicas–, y el público carnavalero, en un ejercicio de apropiación, comienza a hablar en el lenguaje del concurso luego de disfrutar un espectáculo artístico, más dirigido a los sentidos que a las planillas de Excel en las que se lo evalúa.

Tras este proceso, advertimos que conjuntos que otrora presentaron propuestas revolucionarias o disruptivas, sometidos al tamiz de ganadores y perdedores, comienzan a adecuar sus propuestas a lo que se espera en el marco de “este Carnaval”. Tal comportamiento, en un marco tan direccionado, puede comprenderse por medio del concepto de “preferencias adaptativas”, acuñado por las ciencias sociales, que sugiere que “la frustración que se genera al desear algo que no se puede obtener termina propiciando una adaptación de toda aspiración o preferencia de la persona a las condiciones que se tienen” (Gustavo Pereira, “Preferencias adaptativas: un desafío para el diseño de las políticas sociales”, Revista de Filosofía Moral y Política, 2007). El statu quo gana espacio y la novedad no logra hacerse un hueco de forma permanente, constituyéndose en “golondrina de un solo verano”.

Quizá sea hora de pensar y diseñar un carnaval abierto a la diversidad de propuestas, que no jerarquice un único estilo, para que esa diversidad sea motor de crecimiento. Por la vía de los hechos, este carnaval que estamos viviendo cada vez tiene menos tablados y conjuntos en la calle, y está a poco de convertirse en un objeto arqueológico si lo dejamos morir así.

Nicolás Lasa | Psicólogo y comentarista en el programa radial Colados al camión