Héctor Numa Moraes (Tacuarembó, 1950) es una de las últimas grandes figuras de la “canción de protesta” con raíz folclórica previa a la dictadura que se mantienen en actividad. Aunque por edad pertenece a una generación menor que la de Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti y los integrantes de Los Olimareños, comenzó a grabar discos muy joven, y ya había editado tres de larga duración cuando tuvo que exiliarse. Su reinserción después de la dictadura fue un poco más compleja que las de otros, porque fuera del país cambió su alineamiento dentro de la izquierda y, por lo tanto, no regresó al mismo lugar simbólico, pero, por otra parte, se perfeccionó mucho como guitarrista fuera del país, amplió la paleta de sus propuestas y consolidó, con el paso de los años, un público que sabe apreciar sus virtudes.

En este nuevo disco encaró el desafío de grabar repertorio del argentino Atahualpa Yupanqui (1908-1992), un gigante precursor en la historia de la música popular latinoamericana y de la música en general, cuyo estilo interpretativo ha quedado impreso de tal forma en la memoria colectiva que, aunque sus canciones hayan sido versionadas por artistas muy populares (de Los Chalchaleros a Divididos, pasando por Mercedes Sosa y Soledad Pastorutti), permanecen muy asociadas con la manera en que él las tocaba y cantaba.

Lo primero que hay que decir es que Moraes sale airoso, no sólo porque logra un alto nivel general, sino también porque combina el respeto por los originales con una coloración personal, que convierte a Recordando a Yupanqui en algo muy diferente de una colección de covers o de la recorrida por un museo. Las decisiones que condujeron a ese resultado comenzaron con la selección del programa, que no fue la más obvia y ni siquiera incluye media docena de composiciones que están entre las más conocidas de Yupanqui, como “El alazán”, “El arriero”, “Milonga del solitario” o “Los ejes de mi carreta”. A su vez, esa selección funciona como un muestrario válido de la vasta obra del argentino, alternando piezas instrumentales con canciones y, desde el punto de vista temático, recorriendo desde los apuntes casi costumbristas hasta los fuertes comentarios sociales, sin llegar a textos expresamente políticos como “Basta ya”, que son, en el conjunto de su producción, casos aislados.

En lo que se refiere al manejo de la guitarra, el disco es una grata confirmación de que ese reto no era el mayor. Yupanqui fue un gran intérprete, pero realmente Numa “toca más” en varios sentidos, en disfrutables combinaciones de dulzura con potencia concentrada, de manejo sabio de las dinámicas y de destaque de cada línea melódica en contrapunto, desde el trino de los agudos al peso de los graves (esto, en gran medida, por un manejo del ritmo más prolijo que ciertas irregularidades cultivadas por don Atahualpa). Es posible que algún conservador objete que en algunos momentos “toca demasiado” al adornar pasajes que eran originalmente más sencillos, pero ninguna versión llega a sonar recargada, y el intérprete nunca pierde de vista lo central.

Los arreglos no introducen novedades llamativas, pero abundan en pequeñas variantes, a veces sutiles, que acercan el resultado a la preferencia de Moraes por un ambiente más “romántico” que el habitual en Yupanqui, o –en el único caso en que se agrega un instrumento– chalchalerizan un poco “La añera”, no sólo con el bombo y la voz de Polo Román, sino también en su introducción.

Quizá la diferencia más notoria –y previsible– esté en el canto. Yupanqui generaba una tensión muy interesante porque se puede decir que tocaba al trote y cantaba al paso, “siempre bajito”, como él mismo decía. Lograba una emotividad contenida, casi exclusivamente por el manejo del aire en la emisión (algo que Daniel Viglietti aprendió y desarrolló muy bien), y a veces forzando la voz y llevándola a un temblor, como si no pudiera llegar a una nota. El canto de Numa, también indudablemente campero, siempre ha tenido características muy distintas, no sólo por la potencia que despliega con comodidad –y que ha aprendido a mantener sin que se le noten los años–, sino también por una cuidada dicción, con típicos énfasis en las erres, y ambas características lo distancian del autor de estas canciones, al igual que un decir más veloz y menos sentencioso. Aquí se contiene para disminuir la brecha, y nunca “se larga a los gritos”, pero no puede dejar de ser él, alto y claro en su expresividad. Esto se nota un poco en “Punay” y en “Leña verde”, y más aun en “Tú que puedes, vuélvete”, pero no estorba ni choca. El último tema y el único ajeno a Yupanqui es una canción que lo homenajea, con acompañamiento de piano a cargo de Juan Steiner y en otras coordenadas líricas y musicales: que suene un poco rara es un síntoma de la consistencia lograda por todo lo anterior.