La cultura musical actual está desarrollando una cierta fascinación por el rock de los años 80 y 90, posiblemente porque la primera mitad de dicha década fue el último período en que el género, que reinó desde los 50 como símbolo y modelo de las generaciones jóvenes, tuvo una influencia importante real sobre esta (antes de ser desplazado por el pop, la electrónica y el hip hop, y relegado a un nicho de género), y tal vez el último momento en que la música popular fue considerada seriamente un factor de representación y transformación social. A medida que los músicos de aquellos tiempos, ahora frecuentemente revisitados, van superando la mediana edad (al tiempo que críticos que fueron sus fans se consolidan como formadores de opinión), muchos de ellos pasan a ser considerados clásicos respetables, es decir, exactamente el tipo de figuras contra las que se rebelaban los integrantes de ese revival del punk que fueron el grunge y el rock indie, pero otros necesitan, paradójicamente, morir para que el mundo recuerde que estaban vivos. Ese parece haber sido el caso de Chuck Mosley, cuyo fallecimiento este fin de semana lo hizo regresar a unas páginas de cultura y espectáculos –incluidas estas– en las que no había aparecido durante décadas.

Mosley fue una figura particularmente desgraciada. Primer vocalista oficial de Faith No More (antes de él habían probado a una sucesión de figuras, entre las que llegó a pasar la difícil viuda de Kurt Cobain, Courtney Love, años antes de que formara Hole), parecía, a pesar de su afinación algo dudosa, el frontman ideal para ese grupo, que se presentaba como una propuesta de crossover (es decir, de cruce genérico, algo ahora habitual, pero que a fines de los 80 era toda una novedad y hasta un acto de valentía) por definición: un cantante negro en una banda de músicos blancos tan ecléctica que incluía desde un guitarrista de heavy metal a un tecladista de tecno-pop.

Era tan capaz de vociferar las canciones más pesadas y metálicas de Faith No More como de rapear encima de ellas, o de emplear un fraseo intermedio que se volvería muy habitual en las generaciones posteriores de metal y hard rock. Mosley permaneció en esa banda durante cuatro años, cantando en sus dos primeros discos, We Care a Lot (1985, con el hit homónimo, una sátira de los álbumes colectivos de beneficencia a lo We Are The World) e Introduce Yourself (1987). Cuando el grupo ya había capturado la atención de la crítica y se lo consideraba la próxima gran sensación del rock, Mosley –que tenía una presencia escénica frenética, pero frecuentes problemas vocales–, agregó a sus altibajos musicales el abuso de drogas y una conducta un poco errática y violenta en relación con sus compañeros de banda, que lo despidieron y lo reemplazaron por el muy joven y extraordinario Mike Patton (quien terminaría siendo el líder de facto de la banda y con quien esta se presentó en Montevideo hace unos años). Luego de esa poco amistosa separación y de algunos litigios legales, el vocalista fue contratado por el fabuloso grupo The Bad Brains, pionero del hardcore, en sustitución del inestable cantante HR, pero luego de un tiempo con esa banda, un accidente que lo dejó postrado durante un tiempo lo obligó a salir de ella también, en 1992.

Durante el siguiente cuarto de siglo, Mosley participó sin gran notoriedad en varios proyectos grupales y otros como solista, y se dedicó sobre todo a la vida familiar y a trabajar en restaurantes. Sin embargo, el año pasado, conmemorando los 30 años de la edición de We Care a Lot –que a su vez fue reeditado y revalorado por decenas de melómanos que creían que Faith No More había comenzado su carrera con el ingreso de Mike Patton–, el cantante, que se encontraba en la ruina y al borde del desalojo, se presentó junto con algunos de sus ex compañeros de banda, bajo el nombre de Chuck Mosley y Amigos, para recrear los temas de aquel álbum inaugural. Pero no iba a haber una segunda oportunidad en esta vida para el desgraciado vocalista: el sábado su familia hizo saber que había fallecido el jueves, “a causa de la enfermedad de la adicción”. Sin dar detalles sobre qué adicción en particular fue la que le costó la vida, su viuda y sus hijas aclararon que se había tratado de una recaída luego de años de permanecer limpio, y que hacían conocer la causa con la esperanza de que eso sirviera “como advertencia o llamada de atención a cualquiera que esté luchando por mantenerse sobrio”.